No hay que abandonar lo “local” en la lucha por “volverse global”

El año pasado, sostuve que la expansión de las organizaciones norteñas de derechos humanos hacia el Sur debía complementar, y no reemplazar, las iniciativas existentes. Establecer y dirigir organizaciones en el sur global desde ciudades ubicadas en el norte global en ocasiones reprime los intentos de profundizar el activismo local de derechos humanos. Es inevitable que las prioridades y condiciones locales cambien, a menudo con gran rapidez. Pero cuando el activismo está impulsado desde el exterior, los incentivos para dar prioridad a lo que más le importa a la población local son pocos o nulos.

En otra parte de este nuevo debate de openGlobalRights sobre la internacionalización de los derechos humanos, el activista colombiano César Rodríguez-Garavito coincide con mi opinión. Algunas agrupaciones con sede en el norte están tratando de hacerse globales, señala, pero “la capacidad definitiva para tomar decisiones probablemente seguirá concentrándose en las oficinas centrales norteñas [de estas agrupaciones]”. Después de todo, los norteños quieren conservar el control. Y si bien este control desde el norte puede mantener la cohesión en el corto plazo, inevitablemente alienará a las agrupaciones sureñas en el mediano y el largo plazo, al tiempo que dificultará responder rápidamente a los entornos cambiantes.


Oxfam International/Flickr (Some rights reserved)

Constance Okollet Ochom, a farmer and community mobiliser from Eastern Uganda addressing her community. When activism is driven from outside, there is little or no incentive to prioritize what matters most to local people.


Otro peligro que señala Rodríguez-Garavito es que las ONG que se están globalizando, como Amnistía Internacional y Human Rights Watch, “probablemente darán prioridad a la colaboración dentro de su [propia] estructura organizacional globalmente dispersa”, en vez de trabajar con nuevos aliados sureños. De nuevo, esto es por razones obvias: las personas prefieren permanecer en sus zonas de confort. Sin embargo, ésta también es una fórmula infalible para la exclusión.

La centralización del financiamiento en el norte global también es un problema importante, como observó Wanja Muguongo de la agrupación africana UHAI EASHRI. Ella propone en cambio “inversiones [estratégicas] de activismo de derechos humanos... [que] deben estar informadas por los beneficiarios meta y responder a [sus] necesidades específicas”. Yo estoy de acuerdo. El apoyo de largo plazo para los proyectos del sur global ayuda a mantener sus asuntos en el primer plano. Por el contrario, el apoyo esporádico a iniciativas que parecen ajustarse a los objetivos estratégicos definidos en el norte tiende a garantizar resultados de corta duración. La mejor opción es evidente: empoderar a las agrupaciones de derechos del sur.

El desafío de formar alianzas respetuosas es especialmente crítico en África. Es cierto, los medios (tanto tradicionales como nuevos) han hecho posible que la gente de todo el mundo esté enterada de los acontecimientos africanos. Desafortunadamente, esto suele hacer que la gente asuma que entiende los desafíos que enfrenta el continente y que, por lo tanto, puede prescribir soluciones sin involucrar a las personas que se ven afectadas directamente. Sin embargo, el peligro es que los medios de comunicación centran su atención en lo que tiene “interés periodístico”, según lo determina su público.  Puesto que los periodistas no siempre separan la realidad de la ficción, la responsabilidad de este ejercicio de clasificación recae en las ONG y los donantes del norte, lo cual requiere contacto y legitimidad con las agrupaciones sureñas. Algunas de las grandes ONG con sede en el norte han comenzado a darse cuenta de lo anterior, según demuestra la nueva tendencia hacia la coautoría de informes de derechos humanos (por ejemplo, “We’re Tired of Taking You to the Court” [Estamos cansados de llevarlos ante los tribunales] y “Waiting for the Hangman” [En espera del verdugo]). También se han emprendido esfuerzos para obtener el apoyo de organizaciones nacionales para la redacción de declaraciones y cartas (por ejemplo, la Carta conjunta al primer ministro de Etiopía sobre los cargos contra blogueros y periodistas y la Declaración conjunta sobre los derechos humanos para todos después del 2015).

No obstante, las agrupaciones del sur también deben fortalecer sus vínculos con las entidades del norte. Si aceptamos que los africanos están en la mejor posición para articular y responder a los desafíos en África, las ONG con sede africana deben asumir el liderazgo en el desarrollo de planes y estrategias. Este papel de liderazgo a su vez les daría las bases para contactar a organizaciones del norte con un historial de participar en alianzas respetuosas y sostenibles. Los estándares no tienen por qué cambiar si las organizaciones de apoyo están basadas en el sur global.

Anteriormente durante este debate, el secretario general de Amnistía, Salil Shetty, coincidió con que en décadas anteriores “establecer secciones [de Amnistía] en el sur global era difícil por una variedad de razones, y probablemente la principal era la idea simplista de transponer un modelo occidental en el resto del mundo”. Ciertamente, éste es un desafío fundamental, para Amnistía y para la mayoría de las demás organizaciones del norte. Pero existe otro desafío: no ser capaces de crear las bases de apoyo necesarias para garantizar que las ideas de derechos humanos echen raíces y crezcan. Cuando las personas del sur global sienten que el trabajo que realizan sólo favorece los intereses de individuos en otros lugares, es menos probable que se interesen personalmente y se comprometan con dicho trabajo. Por el contrario, cuando encuentran una conexión clara entre su trabajo y sus experiencias cotidianas, es más fácil que le dediquen una atención considerable.

No necesitamos una agenda global de derechos humanos en todo momento. Las distintas regiones tienen prioridades distintas. 

Amnistía Internacional parece haber aprendido esta lección con su nueva iniciativa “Moving Closer to the Ground” (Acercarse al suelo), que se manifiesta en la construcción de nuevas oficinas nacionales “mucho mejor adaptadas al contexto”. Espero que resistan la tentación de dirigir los asuntos de estas oficinas desde Londres y que demuestren que están realmente comprometidos a permitir que la población local, que cuente con la experiencia y los conocimientos prácticos necesarios, tome el control.

Una parte integral de este liderazgo local es comprender que las iniciativas globales no siempre deben prevalecer. De hecho, no necesitamos una agenda global de derechos humanos en todo momento. Para empezar, las distintas regiones tienen prioridades distintas. Incluso en aquellos casos en los que hay que responder a un desafío de derechos humanos aparentemente universal, me parece que diferentes regiones pueden querer adoptar distintas estrategias para este propósito. Ésta es la razón por la que el liderazgo local es esencial, ya que ayuda a definir el “éxito” con base en puntos de referencia realísticos, en vez de estándares determinados a nivel global y en ocasiones impracticables.

Es posible tener una perspectiva tanto global como local, y permitir que lo local prevalezca cuando sea necesario. La diversidad del mundo exige esta combinación, y mi experiencia, así como la de muchos otros, sugiere que éste será el camino a seguir en el futuro.