Emplear la política de la solidaridad para enfrentar el auge del populismo

Photo: Ryan Franco/Unsplash


Vivimos en tiempos sumamente difíciles, cada vez más oscuros, en mi país, India, y en todo el mundo. Estamos presenciando un mundo marcado por el odio creciente, una desigualdad cada vez más pronunciada y el surgimiento de un nuevo tipo de liderazgo en diversas partes del planeta. En dos de las democracias más grandes del mundo, la India y los Estados Unidos, elegimos a esa clase de líderes; en muchos otros países, estos personajes están formando una oposición formidable.

¿Qué caracteriza a estos líderes? En primer lugar, amplifican, legitiman y valoran la intolerancia y el odio. Su forma de hacer política prospera en sociedades con divisiones profundas y, en lugar de sanar esas divisiones, estas personas desean profundizarlas y consolidarlas.

Su segunda característica es una inversión moral peculiar en la que el oprimido se convierte en el opresor y el opresor, en el oprimido. Así, en este discurso moralmente invertido, la población blanca en los Estados Unidos, el grupo dominante, se convierte en el grupo “oprimido”, al que explotan las personas de color, las minorías y los inmigrantes, quienes les están arrebatando lo que les corresponde.  En la India, es la mayoría dominante hindú de casta superior la que está “oprimida” por diversas minorías, sobre todo por los musulmanes.  Y, por supuesto, la clase media y los ricos son oprimidos por los pobres, a quienes se tacha de flojos y parasitarios; “nosotros pagamos impuestos” para subsidiar a los pobres. Este discurso exime a las personas privilegiadas de cualquier deber de responsabilidad y solidaridad.

Estamos presenciando el surgimiento de una clase media y alta particularmente indiferente, que confunde el derecho con el privilegio y que exilia a los pobres de las conciencias y percepciones.

La tercera y última característica es una reducción extraordinaria de la cortesía en el discurso público: una especie de aspereza en la manera en que tratamos a las personas que no están de acuerdo con nosotros, la tendencia a tachar rápidamente a los disidentes de antipatrióticos y deleznables, y la represión de esa disidencia.

Pero es importante recordar que el problema no radica en los líderes. El problema radica en nosotros, usted y yo, porque estamos eligiendo a esos líderes. Y necesitamos entender por qué cada vez más personas en todo el mundo están eligiendo líderes que profundizan las divisiones y hacen del mundo un lugar cada vez más aterrador para quienes pertenecen a cualquier tipo de minoría.

En todas partes del planeta, estamos presenciando el surgimiento de una clase media y alta particularmente indiferente, que confunde el derecho con el privilegio y que exilia a los pobres de las conciencias y percepciones. Hemos desarrollado una capacidad extraordinaria para ver y luego desviar la mirada. La creciente desigualdad y nuestra capacidad de mirar hacia otro lado reflejan, sobre todo, un profundo fracaso de la solidaridad.

La otra crisis que afecta al mundo aún más profundamente es el aumento del odio y la intolerancia contra las minorías vulnerables y desfavorecidas, ya sea en términos de raza, género, religión, casta o discapacidad. A esto le llamo las particiones del corazón: las particiones de la tierra se pueden ver y combatir, pero es mucho más difícil resistir las particiones entre los corazones, cuando se nos enseña a odiar a minorías específicas.

Quizás lo más preocupante de todo es el profundo fracaso de la compasión. Las personas no tienden la mano a los demás; no se ayudan entre sí.

En la India, este odio se está manifestando como una forma particular de violencia, el linchamiento, de manera muy similar a los linchamientos de afroestadounidenses que se llevaron a cabo durante décadas en los EE. UU. Se trata de actos performativos de extrema crueldad, plasmados en videos por sus autores y difundidos con ánimo congratulatorio en las redes sociales. Así, un acto de linchamiento se convierte en diez mil actos de linchamiento, que se arraigan en los corazones de los musulmanes y otras minorías y les enseñan a vivir con odio y miedo cotidiano.

Pero quizás lo más preocupante de todo es el profundo fracaso de la compasión. Las personas no tienden la mano a los demás; no se ayudan entre sí. A esto también le llamo odio comandado, porque este odio no solo se extiende hacia la vida cotidiana, sino que es legitimado y fomentado activamente por los líderes y el discurso político dominante.

Sobre todo, la solidaridad es algo a lo que llamo amor radical.

Y, en la comunidad de derechos humanos, ¿cómo estamos respondiendo? ¿Cómo debemos responder? Como ciudadanos, y defensores de derechos humanos, y en nuestra política, siento que necesitamos desarrollar una nueva gramática para responder al odio y la desigualdad y, sobre todo, a nuestra indiferencia.

La solidaridad debe ser el eje de nuestra respuesta. Para mí, la solidaridad es como un círculo con muchos radios. Podemos hablar de fraternidad, hermandad y sororidad. La palabra en hindi que se refiere a la fraternidad en nuestra constitución es bandhuta, que se deriva del sánscrito y significa que estamos unidos el uno con el otro. La solidaridad existe cuando tú experimentas dolor y brotan lágrimas de mis ojos, cuando las cadenas en tus pies también me aprisionan. La empatía es primero un acto de imaginación y solo después, un acto de sentimiento: hemos construido mundos tan separados entre ellos que perdimos la capacidad de ponernos en los zapatos de la persona a la que estigmatizamos. Puede ser una persona sin hogar, una inmigrante desesperada, una persona de color, una minoría sexual. La compasión —y a mí me gusta hablar de compasión igualitaria— no es la idea de que tú simplemente eres un recipiente pasivo en el que yo vierto mi compasión. En cambio, somos dos seres humanos que se encuentran como iguales, pero reconociendo que tú has pasado por un momento particularmente difícil y que yo puedo ayudarte hoy, así como tú podrás ayudarme en otra ocasión.

Como dijo Noam Chomsky la protección social es, en última instancia, la idea de que debemos cuidarnos los unos a los otros. Pero, sobre todo, la solidaridad es algo a lo que llamo amor radical. Se trata del amor que proviene de una enorme valentía y convicción: puede que una tormenta de odio esté arrasando por el mundo, pero yo seguiré de pie, completamente solo si es necesario, inquebrantable, valiente, arriesgando mi vida y todo lo que atesoro, para poder encender una lámpara de amor en esta oscuridad, para ti.

Creo que tenemos que encontrar nuevos instrumentos, esta nueva gramática de resistencia y protesta, para responder al odio y la desigualdad, con base en estas ideas fraternales de solidaridad. En la India, algunos de nosotros decidimos luchar contra este odio comandado, creciente y legitimado, con una caravana de amor radical: Karwan e Mohabbat. Decidimos que iríamos al hogar de cada persona que fuera linchada. No iríamos como grupos de derechos humanos a pedirles sus testimonios. En cambio, iríamos como lo haríamos con un ser querido que sufrió una pérdida grave. Les diríamos cuatro cosas: en primer lugar, que no están solos en su sufrimiento; estamos con ellos. En segundo lugar, que pedimos perdón por lo que han sufrido, porque no pudimos evitar que nuestro país se convirtiera en lo que es. En tercer lugar, que apoyaremos a esas víctimas sobrevivientes en su lucha por obtener justicia y mientras reconstruyen sus vidas brutalmente destrozadas. Y, por último, que contaremos sus historias al mundo, para romper nuestros silencios colectivos.

Paulo Freire nos dijo que la verdadera solidaridad es arriesgar la plenitud de los actos de amor. Esto es lo que realmente constituye la solidaridad y solo con esa plenitud de amor podremos resistir, combatir y, algún día, vencer la injusticia, la desigualdad, la indiferencia y el odio.

 

This essay was developed in collaboration with the University of Connecticut’s Human Rights Institute, in connection with its recent April 2019 conference, “Human Rights and the Politics of Solidarity.”