Enseñar democracia a niños y niñas en un sistema con defectos


Los y las profesores saben que, en nuestras aulas, podemos replicar patrones opresivos de la sociedad general o intentar convertir esos espacios en incubadoras de sistemas alternativos. Hacemos una curaduría de experiencias compartidas, de toma de decisiones grupales, de justicia participativa y de conversaciones acerca de la justicia social. En otras palabras, usualmente practicamos la democracia en las escuelas primarias a partir de los diseños cuidadosos de los y las profesores. Ellos y ellas modelan la democracia de forma constante a través de estas prácticas, aunque pocas veces la llaman como tal cuando ocurre en las escuelas. Los y las estudiantes realizan prácticas participativas todos los días sin saber qué están haciendo y por qué.

Mi objetivo durante este último año fue infundir de democracia a mi clase de tercer grado en la Ciudad de Nueva York y nombrar de forma consistente las prácticas democráticas como tal. Quería invitar a mis estudiantes a que se vieran a sí mismos y mismas como participantes en una democracia en un momento en el que la de los Estados Unidos parece ser particularmente absurda. Me quedo con más preguntas que respuestas acerca de cómo crear un salón de clases democrático cuando nuestro sistema nacional tiene unos fracasos profundos y no da respuesta a muchas comunidades, pero he aprendido que los niños y niñas pequeños tienen grandes ideas para alcanzar el bien común.

Votar es una actividad simple para practicar la democracia en un aula. Con el sinnúmero de decisiones que se deben tomar, los y las estudiantes pueden influir la vida de las clases de forma regular a través de un voto. Por ejemplo, pasamos nuestros recreos en el Central Park, a unas pocas cuadras de nuestro edificio. El parque es inmenso y los y las estudiantes tienen distintas preferencias sobre qué parte del parque quieren visitar. Implementé una votación diaria donde les daba opciones de dónde jugaríamos. Cada día les decía explícitamente que era momento de tomar una decisión democrática.

Aunque este era un ejercicio sencillo, me abrió los ojos a las formas en las que yo mismo traía los defectos de la democracia de nuestro país a mi aula. A principios de año, como castigo para quienes se portaban mal, les quité su voto y pensaba que esta consecuencia sería suficiente para inspirar un mejor comportamiento. Al contrario, escuché una y otra vez que a estos y estas estudiantes “ni siquiera les importaba” la decisión que se tomara. Dejé de hacer este castigo cuando me di cuenta de lo obvio: estaba replicando uno de los muchos fracasos de nuestra democracia: la inhabilitación del voto de las personas que “no se comportan bien”. Si esta política nacional no hace más seguras a nuestras comunidades, ¿por qué habría de hacer mi aula más segura?

También me di cuenta de que practicaba la inhabilitación del voto cuando cancelaba las votaciones después de que la clase se portaba mal. En esos días, les dije que tenía que tomar una decisión autocrática porque no podía confiar en sus elecciones. Desarrollamos una broma en la clase, en la que imaginábamos un puesto de votación en el que los y las adultos se comportaban de la misma manera que los y las estudiantes lo hicieron ese día: sin dejar hablar a la otra persona e insultándola. En uno de esos días, un estudiante me dijo que “¡vi el debate y esos adultos se comportaban peor que nosotros!”. Este comentario me marcó como un recordatorio urgente de que los adultos debemos hacer las cosas mejor.

Si esta política nacional no hace más seguras a nuestras comunidades, ¿por qué habría de hacer mi aula más segura?

Otra vez, cuando los resultados de la votación frustraron a un estudiante, gritó “¡odio la democracia!”. Otra estudiante dijo, “así me sentí cuando ganó Donald Trump”. Al día siguiente les hice una pregunta: “¿Qué debemos hacer cuando no estamos felices por una decisión democrática?”. Los y las estudiantes compartieron varias sugerencias: protestar, hacer una huelga o incluso “eso es lo que tienes y no haces pataleta”. Un estudiante señaló que Donald Trump en realidad no fue elegido. (“En realidad” es una expresión favorita entre los niños y las niñas de 8 años). Cuando indagué sobre ello, él respondió “Bueno, los estados votan y no las personas. Los estados que tenían más esclavitud tienen más votos que otros estados, y Trump tuvo más votos de los que se merecía”. Un niño de tercer grado explicó de forma efectiva la lógica racista detrás del Colegio Electoral y su impacto en la democracia estadounidense. De nuevo, me enfrento con la pregunta de cómo enseñar democracia cuando el modelo nacional que tenemos no nos funciona.

Si se les da la oportunidad, los niños y las niñas pueden establecer expectativas claras acerca de qué quieren de parte de las personas adultas con poder. Les dije a mis estudiantes que, en una democracia hay pesos y contrapesos para asegurarse de que una persona no hiciera todas las reglas. Les ayudé a hacer una lista de reglas para su profesor, que incluían “usar una voz calmada”, “respetar a las personas que se salen del molde” y “tratar a todas las personas con dignidad”. ¡Imaginen cuánto podría mejorar la situación de los Estados Unidos si las personas pudieran hacer que nuestro presidente respetara estas expectativas básicas!

Incluso cuando los intentos de democracia en el salón fracasan, los y las profesores pueden resaltar la importancia del espacio público para desarrollar ciudadanía. Muchos niños y niñas en los Estados Unidos habitan espacios privados curados, en los que se transportan de la casa al garaje, al auto y a la escuela. Llevar una clase a un parque público es una práctica democrática vital. Cuando les damos a los y las niñas la oportunidad de enamorarse de un espacio colectivo, les guiamos a convertirse en escuderos de nuestras ciudades y nuestro planeta. Permitimos que practiquen compartir el espacio entre sí y con extraños, humanos y no humanos. Recuerdo ver discusiones acaloradas entre mis estudiantes acerca de si correrían a través de una bandada de palomas en el parque. Es igual de emocionante observar el comportamiento de las palomas en silencio desde lejos como tomarlas por sorpresa para que verlas volar de forma espectacular. Estas discusiones me muestran que los niños y las niñas prestan atención a su impacto en el espacio público.

Cuando les damos a los y las niñas la oportunidad de enamorarse de un espacio colectivo, les guiamos a convertirse en escuderos de nuestras ciudades y nuestro planeta.

Como las elecciones estadounidenses se dieron después de un verano de revueltas lideradas por personas negras, indígenas y de color contra la supremacía blanca, es más claro para mí que no tengo un modelo de democracia que funcione para llevar a mi aula. La democracia se crea por sus participantes y por lo tanto se enseña mejor a través de la práctica, no la teoría. Es responsabilidad de los y las adultos de escuchar y amplificar las ideas de los niños y las niñas acerca de cómo mejorar las cosas. Al permitir simplemente que los niños y las niñas decidan de forma colectiva dónde jugar, qué leer o cómo llamar a sus equipos, o al tomar en serio sus críticas a la diversidad en la industria de las publicaciones o a la política ambiental de nuestro país, los y las adultos desempeñamos un papel para preparar a los niños y las niñas a influenciar la vida democrática mucho antes de que puedan votar legalmente. Podemos contar con los niños y las niñas para obtener grandes preguntas y soluciones, aunque como adultos debemos crear espacios para hacer que sus voces se escuchen.