La (ciencia) ficción de los derechos humanos

/userfiles/image/CRG_Image_04-08-22.jpg


A primera vista, los derechos humanos no tienen nada que ver con la ciencia ficción. Los informes, las campañas y los litigios se ocupan del mundo muy real de las guerras y los autoritarismos, las desigualdades sociales, las tecnologías polarizantes, el colapso ecológico y los demás retos existenciales para los derechos humanos. De ahí que la ficción, y aún más la ciencia ficción, suelan ser vistas como gustos ajenos a la profesión, relegados a lecturas o películas para las noches o los fines de semana. 

Yo me contaba entre los indiferentes a la ciencia ficción. Pero eso era antes de leer El ministerio del futuro. La novela de Kim Stanley Robinson, publicada en 2020, acerca del futuro del cambio climático ha recibido la atención que merece: algunos la han llamado el libro más importante de 2021 y muchos otros han debatido la plétora de escenarios, riesgos y soluciones que proyecta sobre el calentamiento global en las próximas tres décadas.

Como creo que el libro es indispensable para imaginar el porvenir de los derechos humanos en un planeta incandescente, no quiero arruinar su lectura con una síntesis apresurada. (Una buena reseña se encuentra acá). Mi intención es analizar por qué este tipo de ciencia ficción resuena en un público amplio, y cómo puede enriquecer el pensamiento y la práctica de los derechos humanos.

En una entrevista reciente, Robinson da una pista valiosa. Lo que hace la ciencia ficción es desplegar una doble visión, “como si fuera unas gafas de películas de 3D.” Un lente permite ver una cosa (el presente) y el otro lente deja ver otra (el futuro). “Y la mente integra las dos y construye una visión completa, de tercera dimensión.”

El libro despliega esta doble mirada de manera habilidosa. Comienza casi en el presente, con las escenas conmovedoras de una ola de calor húmedo extremo que cobra 20 millones de vidas en India en 2025. Y cierra cerca de 2050, cuando la humanidad consigue, finalmente, reducir las emisiones de gases que calientan la Tierra. Los capítulos van y vienen entre el corto y el mediano plazo, al compás de los tumbos que dan los humanos y el planeta en ese periodo. Los incendios, las sequías, los huracanes, las migraciones masivas, el deshielo de los polos y las crisis económicas se alternan con acciones sin precedentes contra el calentamiento global. Entre ellas, una nueva moneda mundial que recompensa la reducción de emisiones hasta novedosos movimientos ambientalistas tanto pacíficos como violentos, grandes corredores ecológicos que preservan especies en extinción y proyectos exitosos y fallidos de geoingeniería. 

En esa mirada radica la utilidad de la ciencia ficción. En el ámbito de los derechos humanos, creo que hace tres aportes fundamentales. El primero es servir de antídoto al pesimismo y la desesperanza. Cuando el futuro parece más incierto que nunca —el de la democracia, la paz y el planeta mismo—, necesitamos narrativas que nos ayuden a imaginar y anticipar otros escenarios posibles. Cuando los desafíos para los derechos humanos se multiplican, y se hace difícil ver salidas a la encrucijada presente, precisamos pensar en salidas ancladas en una lectura rica del presente y una visión creativa y creíble de las posibilidades venideras.

Un segundo beneficio de este tipo de ciencia ficción es revitalizar la vocación utópica de los derechos humanos. Contra la evidencia innegable de las muchas desigualdades, los derechos humanos proponen una perspectiva moral donde todas las personas son iguales en dignidad y derechos. Dado que, como ha escrito Amartya Sen, los derechos consisten fundamentalmente en esa visión moral, defenderlos significa nadar contra la corriente de los hechos. De ahí que tengan, por definición, una vocación contrafáctica e incluso utópica.

Probablemente los escenarios creíbles hoy no sean tan optimistas como los que se podían imaginar en otras épocas. Como dijo Robinson, ser utópico hoy es “creer que vamos a prevenir un cataclismo [climático] que produzca una extinción masiva en los próximos treinta años.” También lo es pensar que los derechos humanos pueden contribuir decisivamente a esa y otras tareas, a pesar de los proyectos antiderechos de gobiernos autoritarios, movimientos conservadores y empresas recalcitrantes. Así lo indica, por ejemplo, el interés renovado por las instituciones internacionales de derechos humanos y justicia penal que ha seguido a las revelaciones de posibles crímenes de guerra cometidos por Rusia en Ucrania. Parecerían aspiraciones traídas de otras épocas. Pero, junto con otros proyectos progresistas, los derechos humanos son las “utopías reales” que pueden ayudar a preservar la paz y la vida sobre el planeta.

El tercer aporte que quiero resaltar de El ministerio del futuro es su visión pluralista y experimentalista. Lo que finalmente logra controlar el calentamiento global no es una solución maestra —una nueva tecnología, un movimiento social, un acuerdo internacional—, sino una multitud de iniciativas locales y globales, tanto políticas como económicas, jurídicas, religiosas y culturales.

Parecerían aspiraciones traídas de otras épocas. Pero, junto con otros proyectos progresistas, los derechos humanos son las “utopías reales” que pueden ayudar a preservar la paz y la vida sobre el planeta. 

Estoy convencido de que el futuro de los derechos humanos va a ser igualmente diverso y experimental. Aunque las ONG y otras organizaciones siguen teniendo un papel esencial, buena parte de la energía y las soluciones del movimiento vendrán de actores y acciones muy diversos, desde jóvenes que protestan en las calles y se resisten a formar organizaciones, hasta pueblos indígenas que lideran acciones de resistencia y colectivos informales que lanzan campañas en redes. 

De modo que la ciencia ficción es un terreno fértil para los derechos humanos. También lo son otros campos que comparten esa mirada dual. Los “estudios sobre el futuro” se han convertido en todo un campo y están siendo usados en múltiples profesiones y disciplinas. El afrofuturismo, la ciencia ficción feminista y poscolonial, el solar punk y otras corrientes están haciendo algunos de los aportes más relevantes y multiplicandos los ángulos para imaginar el futuro. Incluso los profesionales con un ancla firme en el presente, como los periodistas, exploran nuevas formas de investigar y escribir sobre soluciones emergentes a dilemas sociales. El reto es convertirse en “visionarios de corto plazo,” como dijo el periodista Michael Pollan: ser capaces de detectar a tiempo los síntomas de cambios sociales, analizarlos con juicio y anticipar los futuros (en plural) que pueden surgir.

Imaginar esos futuros es una condición para construirlos. Cuando sobran las razones para la desesperanza y la distopía, habrá que buscarlos en los lugares menos trajinados, comenzando por la ciencia ficción.