Las pruebas indican que los derechos humanos deben ser motivo de esperanza, y no de desesperanza

Sí, estos son tiempos difíciles para los derechos humanos, como podemos observar en la difícil situación de los rohinyá, la violencia en Filipinas o las crisis políticas en Venezuela y Estados Unidos. Sin embargo, hay una tendencia inquietante a percibir nuestra propia época como excepcionalmente mala, aunque por lo general pocas pruebas empíricas sólidas o comparaciones históricas minuciosas respaldan esta opinión. De hecho, el pesimismo que rodea a los derechos humanos casi puede considerarse una epidemia. Por nombrar tan solo unos ejemplos, Ban Ki-moon sugirió que no se había experimentado tanto sufrimiento desde la Segunda Guerra Mundial, Eric Posner afirmó que las violaciones de derechos humanos no se han reducido de forma notable y Stephen Hopgood sostuvo en esta misma plataforma que “el vasto conjunto de los casos de alto perfil, los tribunales y normas, y las leyes de derechos humanos internacionales pertenece al pasado”.

Flickr/United Nations Photo/(CC BY-NC-ND 2.0)(Some Rights Reserved).

We think the world is worse off because we care more and know more about human rights than ever before.


En mi reciente libro, sostengo que es necesario someter estas aseveraciones a un análisis riguroso, tanto histórico como estadístico, a fin de determinar la legitimidad y eficacia de las instituciones, los movimientos y las leyes de derechos humanos. Históricamente, los avances en materia de derechos humanos se han logrado a partir de luchas, que suelen dirigir los grupos oprimidos. Al comprender la historia de los derechos humanos como una lucha constante liderada por aquellos que carecen de ciertos derechos, la capacidad de acción ocupa un lugar central en el relato. El movimiento mundial de derechos humanos en la segunda mitad del siglo XX surgió de tres fuentes principales: el movimiento contra el apartheid liderado por activistas africanos y Estados recientemente descolonizados; los activistas latinoamericanos que se resistían a los brutales regímenes autoritarios anticomunistas, y los movimientos de Helsinki en la antigua URSS y en Europa del Este; todos ellos, por supuesto, trabajando en conjunto con sus aliados en el mundo desarrollado. Todo este periodo fue difícil para los derechos humanos. Por lo tanto, los logros de derechos humanos en esas áreas son más dignos de atención y, además, resultan aleccionadores para nuestras percepciones sobre el avance en materia de derechos humanos en la actualidad.

Por definición, los derechos humanos son necesarios cuando las cosas van mal.

Por definición, los derechos humanos son necesarios cuando las cosas van mal. A principios de la década de 1980, trabajé en una pequeña organización de derechos humanos, la Washington Office for Latin America (WOLA) (Oficina de Washington para América Latina), en lo que ahora algunos consideran la edad de oro del activismo de derechos humanos. En esa época, nunca sentimos que fuera fácil alcanzar los objetivos de derechos humanos. ¿Cómo podríamos haberlo sentido cuando el gobierno argentino desaparecía a miles de sus ciudadanos; cuando el gobierno de El Salvador, con el apoyo firme del dinero y la capacitación del gobierno de EE. UU., asesinaba a monjas estadounidenses y masacraba a sus propios ciudadanos en lugares como El Mozote, y cuando el Khmer Rouge cometía un genocidio ignorado por gran parte del mundo? El periodo entre el final de la Guerra Fría y el inicio de la llamada guerra contra el terrorismo también se ha identificado como un gran momento de consenso sobre las normas de derechos humanos; sin embargo, en este periodo se perpetraron atrocidades en masa tanto en los Balcanes como en Ruanda.

No debemos desalentarnos porque la lucha por los derechos humanos siempre ha enfrentado una oposición considerable. La historia a largo plazo de los derechos humanos ofrece un mensaje positivo que puede ayudarnos a seguir adelante en el contexto de nuestras luchas actuales. En Evidence for Hope, analizo qué cambios se han producido a lo largo del tiempo, utilizando los mejores datos que pude encontrar sobre lo que muchos de nosotros aceptaríamos que son buenas medidas de varios derechos humanos. Si examinamos con cuidado, tema por tema, los datos sobre las tendencias de derechos humanos a lo largo del tiempo, podemos observar que algunas situaciones están empeorando, como la cantidad absoluta de refugiados desplazados por la guerra o la desigualdad económica dentro de muchos países.Por otra parte, los activistas de derechos humanos rara vez son populares en los países en los que trabajan. Los gobiernos represivos, en particular, tienen un largo historial de vilipendios y ataques contra las agrupaciones de derechos humanos. Con frecuencia, las organizaciones de derechos humanos defienden los derechos de minorías impopulares, como la izquierda política en América Latina, los refuseniks en la antigua URSS, los romaníes en Europa y las personas transgénero en EE. UU. Otra forma de interpretar esto es que las reivindicaciones de derechos humanos tienden a ser contramayoritarias. En lugares como Hungría, por ejemplo, las mayorías pisotean los derechos de sus minorías romaníes, y las agrupaciones como la Unión Húngara de Libertades Civiles no se vuelven populares al defender sus derechos. Uno no debe entrar al campo de los derechos humanos esperando obtener la aclamación de la mayoría, o evitar los tiempos difíciles.  

Pero hay muchas más tendencias positivas, entre ellas, una disminución en el genocidio , una cantidad cada vez menor de personas muertas en guerras, una reducción del uso de la pena de muerte, y mejoras en cuanto a la pobreza, la mortalidad infantil y la esperanza de vida, así como avances en materia de igualdad de género, los derechos de las minorías sexuales y los derechos de las personas con discapacidades. Utilizo este historial y estos datos para contar una historia que no es triunfalista, sino lo que Albert Hirschman llamaría “posibilista”, ya que en lugar de centrarse en lo que era probable, lo hace en lo que fue posible finalmente, gracias al compromiso y la lucha.

Entonces, ¿por qué tantas personas creen que las violaciones de derechos humanos en el mundo están empeorando en lugar de mejorar? La respuesta, en breve, es que pensamos que el mundo está peor porque ahora nos preocupamos más por los derechos humanos y sabemos más sobre ellos que nunca antes. Los medios y las organizaciones de derechos humanos han puesto de relieve una gama cada vez más amplia de violaciones de derechos humanos en todo el mundo. Su éxito al respecto a veces tiene el efecto involuntario de hacer que las personas piensen que no se está logrando ningún avance en materia de derechos humanos. El pesimismo también se deriva de un método empleado por los activistas y académicos de derechos humanos al que llamo “comparación con el ideal”: en lugar de comparar nuestra situación actual con el pasado, lo hacemos con un mundo ideal imaginario, así que siempre nos quedamos cortos.

Hay mucho en juego en este debate sobre los derechos humanos. Donde ha ocurrido, el avance en materia de derechos humanos no es para nada inevitable; en cambio, depende de un esfuerzo y un compromiso constantes. Algunas personas temen que si admiten que se han logrado avances, la gente se volverá autocomplaciente y dejará de interesarse en el tema. Pero el pesimismo excesivo puede ser aún más devastador. Como el organizador comunitario Saul Alinsky les recordó hace décadas a los activistas, el pesimismo y la ira no son suficientes para mantener la motivación a través del tiempo; también es necesario tener esperanza y creer que se puede marcar una diferencia.

Tener una idea más específica de cómo marcar dicha diferencia energiza a las personas para que puedan seguir trabajando. La investigación empírica no está unificada ni es sencilla. Sin embargo, utilizando la mejor información a nuestro alcance, mi investigación me ha llevado a inclinarme hacia la esperanza basada no en el optimismo, sino en una evaluación razonada de los datos. El desafío al que nos enfrentamos ahora es cómo mantener la esperanza y la acción sin caer en la autocomplacencia o la indiferencia.