La década de ocho años que definirá la suerte del planeta y los derechos humanos

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Se suponía que la década de 2020 sería la definitiva para el planeta y, con él, para el proyecto de los derechos humanos. Hace dos años, los científicos echaron a andar la cuenta regresiva de diez años que tendría la humanidad para reducir a la mitad sus emisiones de carbono y así evitar los escenarios más catastróficos del cambio climático. 

Pero es como si esos diez años no hubieran comenzado. Mientras aumentan las emisiones, las inundaciones, los incendios y los refugiados climáticos, la respuesta de los gobiernos del mundo en la cumbre de Glasgow fue pedir que volvieran a empezar el cronómetro. El fin de la deforestación, que habían anunciado para 2020, lo aplazaron para 2030. Pospusieron para 2022 la revisión al alza de las pobrísimas metas nacionales que se han trazado y que nos llevarían mucho más allá de los 1.5° C de calentamiento global, que son la línea divisoria entre un planeta en crisis y un planeta inhabitable para millones de humanos y no humanos.

Nos quedamos con una década de ocho años, y el año 2022 va a ser fundamental. En Glasgow, los gobiernos acordaron llegar con metas y acciones más ambiciosas a la próxima cumbre climática (COP) en noviembre de 2022, lo que abre una ventana de oportunidad para que los movimientos por la acción climática y los derechos humanos ejerzan presión mediante campañas, litigios y otras estrategias. 

Pero no será en la COP cuando se definan los resultados, sino en los próximos meses. Como escribió Bill McKibben, una COP no es un partido entre quienes buscan acelerar la acción climática y quienes quieren dilatarla, sino más bien un evento que refleja el marcador del juego del año anterior. 

¿Cómo va y qué queda por hacer en el partido climático? Con ocho minutos por jugar, lo van ganando el lobby de las compañías de combustibles fósiles (la delegación más numerosa en Glasgow), otros campeones del calentamiento global (como el agronegocio) y los gobiernos que los protegen y subsidian. Sin embargo, el movimiento climático liderado por jóvenes y pueblos indígenas, al que se suman cada vez más sectores científicos y de derechos humanos, es un rival que está descontando diferencia, como quedó claro en las protestas en las calles de Glasgow. 

Pero la desventaja histórica pesa. No sería exagerado pensar que el partido va 4-1 y que llegó el momento de subir todo el equipo a presionar a la cancha contraria. Para los actores de derechos humanos, que han tenido que jugar a la defensiva en tantos temas, es una oportunidad de reforzar la delantera en este asunto definitivo.

Nos quedamos con una década de ocho años, y el que viene va a ser fundamental.

Empatar el partido implica marcar en los tres temas estructurales de la justicia climática. El primero es la mitigación, es decir, la reducción drástica de las emisiones de gases de efecto invernadero. En este frente el balance de 2021 es alentador.

Mediante casos y sentencias como Neubauer vs. Alemania y Milieudefensie vs. Shell, los litigantes y las cortes vienen estableciendo la obligación legal de gobiernos y empresas de descarbonizar sus economías y sus negocios con la ambición y la urgencia que exigen el Acuerdo de París y los llamados cada vez más urgentes del Grupo Intergubernamental sobre Cambio Climático. El impacto de este tipo de casos y campañas de derechos humanos sobre cambio climático que están en curso alrededor del mundo puede contribuir a la presión necesaria para que las metas de mitigación sean más ambiciosas y eficaces.

El segundo frente es la adaptación a las nuevas condiciones de vida en un planeta más caliente. Estas condiciones afectan toda la gama de derechos humanos, y van desde la vida que se hace inviable en zonas de calor extremo hasta la vivienda que pierden cada vez más desplazados climáticos, pasando por la salud física y mental de todos o la seguridad alimentaria amenazada por el colapso de ecosistemas fértiles. 

De manera paradójica, los litigios y las demás acciones de derechos humanos han dedicado bastante más atención a la mitigación que a la adaptación, que es el desafío más relevante para los países del sur global y se traduce en violaciones más directas de derechos humanos. Para cerrar la brecha, los actores de derechos humanos tendrán que lograr medidas más eficaces de los gobiernos, así como exigir que los países y empresas que más han contribuido al calentamiento global aporten a la financiación de esas medidas.

El tercer frente es la justicia climática, tanto doméstica como internacional. Como escribió hace poco el economista Lucas Chancel, “hay una falla fundamental en la discusión sobre las políticas climáticas: casi nunca reconoce la desigualdad.” La ausencia también es detectable en el campo de los derechos humanos. 

Uno de los aportes de Glasgow fue reabrir la discusión de las desigualdades entre los países del Norte que más han aportado al calentamiento y los del Sur que sufren las peores consecuencias. Las reparaciones por dichas consecuencias (por “pérdida y daño” en el argot del derecho internacional) pueden ser justificadas con argumentos de derechos humanos, que siguen siendo una asignatura pendiente. 

También falta afinar las ideas y las estrategias de derechos humanos para proteger y compensar a los más vulnerables dentro de los países tanto del Norte como del Sur, donde los más pobres contribuyen menos al problema pero terminan pagando más por los efectos del cambio climático y las políticas que apuntan a conjurarlo.  

Como en los partidos que se van perdiendo cuando se acerca el tiempo de descuento, habrá que intentar todo al mismo tiempo, como sugerí en un blog anterior: aplicar conceptos y reglas tradicionales de derechos humanos (por ejemplo, para defender el derecho a la protesta de los activistas climáticos que están siendo perseguidos alrededor del mundo), seguir expandiendo su interpretación (por ejemplo, para reconocer los derechos de las generaciones futuras a un clima estable) y consolidar otros nuevos (por ejemplo, los derechos de los no humanos). 

La movilización fundada en derechos es sólo uno de los componentes del movimiento variopinto y multigeneracional sobre la emergencia climática. Pero es un jugador que puede ayudar a nivelar la partida.