Nuevas amenazas contra los defensores de los derechos humanos requieren nuevos tipos de protección

Más allá de las historias trágicas y de las estadísticas impresionantes acerca de los defensores del medio ambiente y de los derechos humanos atacados y asesinados en Mesoamérica, hay una realidad cada vez más compleja y un grande desafío: ¿cómo los activistas pueden mejor protegerse cuando desafiados por las amenazas y la violencia de actores ocultos y de un estado cómplice? Esta fue la pregunta clave hecha por el Fondo para los Derechos Humanos Mundiales y JASS (Just Associates) a un grupo de defensores, financiadores y organizaciones internacionales reunidas en la Ciudad de México, en enero de 2017.

Nuestras reflexiones, capturadas en un corto y un reportaje aquí, nos llevaron a ver la necesidad de un análisis más profundo del poder, género y raza de los actores y estructuras que perpetúan esta violencia. Como financiadores y organizaciones de protección, nuestra tarea es orientar nuestro apoyo técnico y financiamiento a las estrategias de protección colectiva lideradas por la comunidad que los defensores consideren más efectivas en su contexto. La tarea de los defensores de la región es articulada a continuación por el defensor hondureño Padre Melo, del Equipo de Reflexión, Investigación y Comunicación (ERIC), y en las entrevistas realizadas con Claudia Samayoa (UDEFEGUA, Guatemala), Miriam Miranda (OFRANEH, Honduras) y Abel Herrera (CDHM Tlachinollan, México).

 - James Savage and Ana Paula Hernández

 

Defender los derechos humanos es una aventura incómoda  y de alto riesgo en sociedades donde la institucionalidad del Estado pasó de ser de derecho a ser institucionalidad construida al tamaño y antojo de los poderosos.

En un contexto así, los defensores y defensoras llevamos las de perder. Nuestra palabra y nuestro quehacer quedan diluidos en un ambiente donde los que ejercen el poder imponen su apabullante “verdad”. Este riesgo aumenta cuando se tocan temas conflictivos no resueltos: defensa o demanda de tierra, defensa de bienes naturales, salud, educación, o una política fiscal conforme a rentas, ingresos y propiedades. Basta que una persona defensora de derechos humanos denuncie o proteja derechos de personas amenazadas para que se sitúe en una zona de alto riesgo.

OFRANEH (All Rights Reserved)

Miriam Miranda, coordinadora de OFRANEH, en una conferencia de prensa del movimiento estudiantil universitario en Honduras.


 

Existe un patrón común de cuatro consecuencias por las que pasa una persona defensora de derechos humanos en el ambiente opresivo común a muchos países de Latinoamérica:

Primer paso, es ignorada. Nadie la escucha, nadie la atiende, nadie la entrevista, nadie le hace caso, como si no existiera. Su acción pasa desapercibida. Segundo paso, es estigmatizada. Cuando su labor no se puede más ocultar o ignorar, los medios de comunicación – especialmente los medios oficiales - divulgan lo que hace, pero tergiversando su labor, llamándola revoltosa, opuesta al desarrollo, violenta, desadaptada social, terrorista. Esta estigmatización lleva la gente sencilla desinformada y malformada a verla como enemiga o como amenaza. Tercer paso es la criminalización. Las leyes de los poderosos se ponen en marcha para levantarle demandas con el fin de enjuiciarla y sentenciarla para provocar miedo en los demás. Cuarto paso, lo más extremo, es la eliminación física – asesinato descarado – pero normalmente a través de recursos que hagan aparecer el crimen como común, pasional, desvinculado de su labor de defensora de derechos humanos.

Estas muertes y amenazas a las personas defensoras de derechos humanos representan actualmente la expresión más acabada de crímenes políticos. No todas las amenazas y asesinatos provienen de una orden directa de un alto funcionario público, pero cuando el Estado es el culpable cuando estimula la impunidad de quienes actúan en contra de los defensores de derechos humanos.

Las personas que ejercen el poder a través del Estado están normalmente identificadas: un policía, un maderero, un agroindustrial, un diputado, un alcalde, un dueño de medio de comunicación, un empresario, un ganadero, un político, o un narcotraficante. Todos están arropados en la sombra de la ilegalidad, la cual transita por los corredores de la legalidad e institucionalidad oficial. En su mayoría cuentan con una visa de turista para entrar y salir de los Estados Unidos. No pocos de ellos son políticos o empresarios prominentes, invitados permanentes a la fiesta de Independencia del 4 de Julio de la embajada Americana.

¿Cómo proteger a las personas defensoras de derechos humanos? Durante décadas, los Estados de Centroamérica han aprobado mecanismos protectores de defensoras y defensores. Si fuese por legislación, los Estados mesoamericanos deberían catalogarse como defensores de derechos humanos. Conviene siempre apelar a dichos instrumentos, sin embargo, los Estados están incapacitados para dar cumplimiento a las leyes y mecanismos que aprueban si su función y su quehacer están remitidos a proteger a los poderosos de la sociedad.

La única alternativa es que la protección de los defensores y defensoras resida primordialmente en ellos mismos—especialmente a través de la protección comunitaria y colectiva—y en su capacidad de analizar su entorno, de establecer alianzas y de dar una dimensión politizada a su labor. Desde este punto de vista, hay algunas tareas fundamentales que las organizaciones defensoras de derechos humanos tienen que realizar:

Primera tarea: organizaciones tienen que romper con el paradigma dominante que espera que los países más ricos tomen las decisiones. Los defensores y defensoras tienes que posicionarse contra la cultura patriarcal y otras estructuras de poder dominantes, además de desafiar la idea de que el poder es solamente el que se impone desde los poderosos. Es muy difícil esperar transformaciones de defensores de derechos humanos si se negocia con el paradigma dominante. En cambio, organizaciones tienen que construir un nuevo paradigma basado en relaciones de horizontalidad y en una comprensión de poder como la búsqueda de cambios significativos en las personas y su entorno, basado en decisiones soberanas y en nuevas relaciones de género.

Segunda tarea: defensores y defensoras de derechos humanos necesitan conocer al dedillo el contexto local y sus actores, escenarios, aliados, hilos de poder, tendencias, y oportunidades. El contexto local ha de estar situado en una lectura de contexto nacional, mesoamericano e internacional. El contexto es siempre movedizo y dinámico: una organización defensora de derechos humanos ha de estar en constante lectura del contexto, sabiendo que los hechos nunca están aislados, pero íntimamente vinculados.

Tercera tarea: identificar energías positivas al interior de la organización y de las organizaciones hermanas - cualidades que inspiran confianza en el triunfo de la justicia y de la paz - con el fin de fortalecerlas ante las amenazas externas.

Cuarta tarea: defensores y defensoras de los derechos humanos tienen que construir alianzas con otras organizaciones. Todas nos necesitamos, todas aportamos, y todas aprendemos y tenemos capacidades para compartir. Ninguna alianza resulta en base a competitividad y desconfianza, cuando unas organizaciones se creen superiores a las demás y buscan imponer sus lecturas y sus intereses.

Quinta tarea: organizaciones necesitan buscar alianzas con sectores sociales - como empresas pequeñas/medianas, académicos y productores urbanos/rurales - con los que no compartimos espacios comunes ni nos unen similares compromisos, pero con los que coincidimos en construir Estado de derecho e impulsar un modelo social y económico incluyente y democrático. Ellos necesitan avanzar hacia la conformación de instancias nacionales o mesoamericanas en torno a acuerdos mínimos sobre democracia, Estado de derecho y soberanía, lo que contribuirá a que nuestras organizaciones defensoras de derechos humanos desarrollen una amplia dimensión política.

Por último, pero seguramente no menos importante, defensores y defensoras de derechos humanos necesitan aprender a promover la alegría entre las organizaciones y las víctimas de los abusos por parte de los poderosos. Una expresión de derrota es cuando nos agobia la tristeza, la amargura, y el enojo. Cuando esto ocurre, los adversarios ya han ganado la batalla, porque nos han robado la alegría. Promover espacios lúdicos y recuperar el sentido de la fiesta son tareas primordiales como condición para tener ganada la batalla contra el Estado de los poderosos.