El regreso a la “normalidad” es imposible para los trabajadores de las plantaciones de té en la India

Farooq Khan/EFE/EPA


Debido a la propagación de la COVID-19, la India está en medio de una crisis humanitaria sin precedentes. No solo estamos combatiendo una pandemia amenazante con un sistema de salud descuidado, sino que también tenemos que evitar su escalada en un país de 1,300 millones de personas. Por desgracia, para contener con éxito el virus, es necesario reducir la actividad económica.

Pero a medida que surgen imágenes del desplome de diversos sectores de la economía, el eje central del “confinamiento 4.0” en la India ha sido comenzar a reactivar las operaciones, mediante la relajación de las restricciones para varias industrias.

La industria del té comenzó a presionar para que se atenuaran las restricciones al poco tiempo de que se impusiera el cierre nacional (el 24 de marzo), ya que los productores de té se encuentran en una posición particularmente frágil. Este sector no solo tiene que mantenerse a flote en medio de una época de turbulencia económica, sino que además el confinamiento comenzó justo en la temporada pico de recolección, lo que tuvo efectos negativos para la producción e importación.

El 4 de abril, la Indian Tea Association le escribió al gobierno del estado para expresar su deseo de “reanudar las operaciones normales en las plantaciones de té, respetando las directrices prescritas en materia de seguridad y distanciamiento social”. Con base en estas solicitudes, se reanudaron labores en algunas plantaciones desde el 10 de abril y, en la fase más reciente del confinamiento, “las industrias del té y sus trabajadores contratados tienen permitido operar en todo momento”. Sin embargo, dadas las condiciones laborales precarias en las plantaciones de té del estado de Assam, la “normalidad” no implica seguridad. Entonces, ¿cómo se pueden aplicar medidas de seguridad críticas, como el distanciamiento social, en las “operaciones normales”?

El costo humano

Alrededor de 7 lakh (700,000) de trabajadores se dedican a la industria del té en Assam. Las mujeres conforman más del 60 % de la fuerza laboral y son las principales encargadas de la recolección de hojas, por lo que reciben un salario diario por debajo del umbral legal, de 167 rupias (alrededor de USD 2.20). Además de esta tarifa abismalmente baja, los trabajadores de la mayoría de las plantaciones no tienen acceso a instalaciones sanitarias, agua o raciones suficientes. La anemia y la desnutrición son particularmente frecuentes entre las mujeres y es muy común que los hombres que se dedican a rociar pesticidas sufran tuberculosis, otras complicaciones pulmonares y pérdida de la vista debido a la falta de equipo de protección y medidas de seguridad.

Dadas las condiciones laborales precarias en las plantaciones de té del estado de Assam, la “normalidad” no implica seguridad.

Las instalaciones de salud dentro y fuera de las plantaciones son extremadamente insuficientes y no están preparadas para manejar o tratar las condiciones de salud y vulnerabilidades específicas de los trabajadores, lo que lleva a tasas de mortalidad materna e infantil muy elevadas en las plantaciones. Dados los enormes riesgos para la salud y las escasas precauciones en las “operaciones normales”, hay pocos motivos para pensar que se tomarán las precauciones adecuadas en estos tiempos de COVID-19. Parece muy poco probable que la industria esté preparada para enfrentar un brote en una población tan vulnerable.

Cada vez que se ve obligada a afrontar la realidad de la vida de los trabajadores, la industria alude a las crisis financieras; sus representantes incluso han llegado a decir: “Nuestro trabajo es producir té, y el desafío en este momento es mantener la industria”. Los activistas y colectivos in situ han cuestionado, justificadamente, el hecho de que los gobiernos a nivel central y estatal no contribuyan de manera más activa a priorizar la seguridad de los trabajadores.

Pese a que ambos niveles de gobierno recomendaron que no se dedujeran los salarios de los empleados en este periodo, a un mes del cierre inicial, los trabajadores de muchas plantaciones no habían recibido sus salarios o raciones diarios, lo que agravaba su riesgo. Esto también significa que los trabajadores no están dando su consentimiento informado para trabajar y apoyar a la industria, sino que más bien regresan a las plantaciones, con el riesgo de exponerse al virus, por desesperación y por obligación. Mientras tanto, los trabajadores temporales y sin contrato de las plantaciones de té siguen casi olvidados, sin seguridad social, prestaciones laborales, salarios o alimentos durante todo el tiempo que se requiera (o eso suponemos) para que la industria se recupere. Ahora que muchos gobiernos estatales están suspendiendo leyes laborales fundamentales para apoyar a las industrias, los trabajadores del té en Assam corren peligro de quedar aún más vulnerables si ese estado hace lo mismo.

La mayor lección que aprendimos a nivel mundial sobre cómo minimizar el impacto de la COVID-19 es el distanciamiento social. En un país tan grande como la India, donde tantas personas que viven en situación de pobreza no pueden darse el lujo de practicar el distanciamiento social, la ventana de oportunidad para aplicar estas medidas de precaución es breve y crítica.

Cada vez que se ve obligada a afrontar la realidad de la vida de los trabajadores, la industria alude a las crisis financieras.

Hasta ahora, la India ha logrado obtener mejores resultados que muchos países desarrollados gracias a la rápida implementación de estas normas. Como dijo el conocido epidemiólogo y economista Ramanan Laxminarayan: “El intercambio consistió en que, o bien recibíamos el enorme impacto de los efectos visibles de la enfermedad, o nos dábamos algo de tiempo para prepararnos y asumíamos el riesgo de las consecuencias económicas, y me alegra que hayan elegido lo segundo”. Si bien eso es válido para la mayor parte del país, las plantaciones de té de Assam eligieron la peligrosa, y me atrevería a decir equivocada, primera opción. 

¿Hay alguna forma de salir adelante?

Como señaló Gita Gopinath, economista jefa del FMI, en una entrevista reciente, “no serán los economistas y los expertos en mercados quienes podrán decir cuándo podrá recuperarse la economía, sino los expertos en salud”. Pero debido a la pobreza generacional y las malas condiciones laborales y de vida, las pérdidas que sufre la industria se convierten en cuestiones de vida o muerte para los trabajadores.

En el contexto de los trabajadores de las plantaciones de té, el regreso a la “normalidad” no puede ser el camino. Su “normalidad” ha provocado que tengan condiciones ambientales y de salud preexistentes que los hacen sumamente vulnerables a la COVID-19. Mientras que la inanición, la enfermedad y la pobreza aguda sigan plagando las vidas de los trabajadores, puede que la COVID-19 sea la última de sus preocupaciones. Al mismo tiempo, la pandemia es un riesgo enorme para la salud de los trabajadores, como sucede en todo el mundo. Esta situación exige una reestructuración radical de las condiciones que han dado lugar a esta crisis.

Mientras la industria enfrenta dificultades financieras, corresponde al gobierno ayudar a las empresas productoras de té a que tomen medidas rápidas y oportunas para asegurar que los trabajadores puedan vivir una vida segura y saludable con dignidad durante este difícil periodo. Algunas medidas muy básicas que se deben tomar para garantizar la seguridad de los trabajadores son ofrecer planes de estímulo para que los trabajadores reciban un salario mínimo vital durante el periodo de confinamiento prolongado, hacer transferencias incondicionales de dinero por los días no laborales pasados y proporcionar a los trabajadores equipo de protección personal, agua limpia y jabón, raciones suficientes y sin condiciones, y un mejor acceso a las pruebas y las instalaciones de salud básicas. Mientras los trabajadores sigan agobiados por la cuestión de su supervivencia cotidiana, no podrán combatir las consecuencias de contraer COVID-19.

El primer ministro declaró el 14 de abril que “si vemos [el confinamiento] desde una perspectiva puramente económica, no hay duda de que el costo parece enorme... Pero para las vidas de la gente de la India, ese costo no es nada”. Este es un recordatorio valioso: no podemos “salvar” la economía exponiendo a los trabajadores vulnerables a una enfermedad mortal. En estos momentos, lo que se necesita es centrarnos en contener la propagación de la enfermedad y salvar vidas, para que podamos resurgir fortalecidos y reconstruir la economía juntos.

 


Se publicó una versión anterior de este artículo en The Wire, el 11 de mayo de 2020, que puede consultarse aquí.