El discurso ultraconservador como capital político: el “Partido Republicano” de Chile

Foto: Fotos TVN/Flickr (CC BY-NC-ND 2.0)


Treinta años después de la caída del Muro de Berlín, la retórica humanitaria muestra signos evidentes de agotamiento, y en algunos lugares incluso parece provocar rechazo. De hecho, los instrumentos de derechos humanos pasaron de ser una herramienta para el progreso hacia la paz y la justicia social, a ser considerados como el “chivo expiatorio” para que “los grupos criminales disfruten de mayores garantías que las personas honestas”, para que “los migrantes tengan más derechos que los nacionales” o para “degenerar la familia tradicional”, entre muchas otras frases similares.

Tal desprestigio ha sido capitalizado por ciertos grupos políticos, sobre todo aquellos que proponen el regreso a “la mano dura” como la mejor manera de corregir el curso después de tantos años de inestabilidad.

Aunque Chile es considerado un país con una tradición política moderada en América Latina, esta tendencia hacia la retórica ultraconservadora no es ajena a nuestro panorama político actual. Durante los primeros días de junio de 2019, el llamado “Partido Republicano” se registró ante el Servicio Electoral de Chile (SERVEL), dando así el primer paso para convertirse en un partido político legalmente reconocido en el país.

Este partido está encabezado por el actual parlamentario José Antonio Kast, quien consolidó su liderazgo como figura política en las pasadas elecciones presidenciales del año 2017, sorprendiendo a la opinión pública con la obtención de casi el 8 % del universo electoral y el cuarto lugar en las preferencias generales. Con ello, Kast logró superar a candidatos que representaban a partidos con una larga historia en el país, como es el caso de Carolina Goic, representante del “Partido Demócrata Cristiano”, quien apenas bordeó el 6 % del total de los votos.

Bajo el slogan “una derecha sin complejos”, se declara un abierto defensor de Augusto Pinochet y afirma que indultaría aquellos militares que hoy cumplen condena por violaciones de derechos humanos.

Después de las elecciones, la figura de Kast continúa ganando fuerza y ​​hoy su movimiento político se posiciona como un actor cada vez más relevante. Bajo el slogan “una derecha sin complejos”, se declara un abierto defensor de Augusto Pinochet y afirma sin resquemores que, bajo su mandato, indultaría aquellos militares que hoy cumplen condena por violaciones de derechos humanos perpetradas durante el periodo de la dictadura. Tampoco tiene problemas a la hora de exhibir su visión restrictiva hacia la migración ni la iniciativa de derogar la Ley que permite el aborto en tres causales, aprobada en el último periodo de la expresidenta Bachelet. De igual manera, propone militarizar las zonas en conflicto, donde están aumentando las tensiones entre el pueblo mapuche y el gobierno por controversias sobre las tierras, y eliminar cualquier contenido curricular alusivo a la educación con perspectiva de género y diversidad sexual en las escuelas, entre otras cosas.

Ahora bien, todas estas ideas que configuran lo que podríamos bautizar como la “Fórmula Kast” están lejos de ser patrimonio exclusivo de su discurso. Basta con observar la tendencia internacional: Trump, Bolsonaro, Duterte, el Partido Vox de España. Todas son distintas etiquetas para un producto común: el regreso al discurso ultraconservador como capital político. Aquellas ideas que parecían “dormidas”, o el patrimonio de un grupo marginal de personas, hoy son capaces de atraer a millones de votantes alrededor del mundo.

Sin embargo, el impacto de esta tendencia no solo se encuentra en la política exterior. Incluso el gobierno actual de Chile, liderado por Sebastián Piñera, parece haber encontrado en esta fórmula un “tanque de oxígeno” ante la creciente desaprobación a su gestión.

Ciertamente, en este segundo periodo del Presidente Piñera, la balanza de sus políticas parece haberse inclinado desde la centroderecha hacia una derecha mucho más radical. Atrás quedó la figura presidencial que cerró el Penal Cordillera ­—ampliamente cuestionado por ser un centro de reclusión privilegiado para los oficiales militares condenados por violaciones a los derechos humanos— o las alusiones a los “cómplices pasivos” del régimen militar, para referirse a quienes habían mantenido una actitud aquiescente ante las masivas violaciones de derechos humanos durante ese periodo.

Aquellas ideas que parecían “dormidas”, o el patrimonio de un grupo marginal de personas, hoy son capaces de atraer a millones de votantes alrededor del mundo.

Muestra de ello, es que el actual gobierno decidió no ratificar el “Pacto Mundial para la migración segura, ordenada y regular” y se abstuvo de apoyar la investigación instada por las Naciones Unidas acerca de uno de los casos de violaciones a los Derechos Humanos más polémicos del último tiempo, relativo a las más de 27 000 ejecuciones extrajudiciales que han tenido lugar bajo el gobierno de Duterte en Filipinas. De esta manera, y aun cuando el oficialismo ha tildado de “extrema” la propuesta política de Kast, lo cierto es que las medidas adoptadas por el ejecutivo parecen acercarse cada vez más a este discurso ultraconservador.

Llegados a este punto, cabe preguntarnos: ¿deberíamos encender las luces de alarma ante este cambio? Después de todo, José Antonio Kast alcanzó un 8 % de los votos en su carrera presidencial, porcentaje que, aunque sorpresivo, sigue siendo minoritario. Por otro lado, la democracia se trata precisamente de eso: cualquier persona que tenga una idea también debe tener un espacio legítimo para defenderla.

Pues bien, aunque esta última afirmación es correcta, la democracia debe establecer límites y esos límites deben darse, precisamente, por el respeto de los derechos inherentes a la naturaleza humana. Por esta razón, los movimientos políticos ultraconservadores son peligrosos para las sociedades actuales, porque se basan en ideas incompatibles con el espacio que han ganado otros grupos: ponen en peligro la libertad de las personas (con respecto a sus derechos reproductivos o su libertad de movimiento), deslegitiman el estatus obtenido por las minorías sexuales, y hacen apología de los regímenes totalitarios que violaron los derechos humanos de las personas de las formas más diversas durante las décadas anteriores. En otras palabras, estos movimientos se involucran en la política desde una perspectiva que divide, que alimenta “superioridades” basadas en la pertenencia a una nacionalidad, una raza o una ideología, configurando un “ellos y nosotros” desde la verticalidad.

Por su parte, y en lo que al caso concreto de Chile se refiere, difícilmente podría pensarse hoy que la cúspide de la carrera política de Kast está representada por el éxito que obtuvo en la carrera presidencial del año 2017. Por el contrario, lejos de ser el techo de su movimiento pareciera ser más bien el trampolín hacia un futuro que no estamos en condiciones de predecir completamente: el último sondeo con miras a las elecciones presidenciales del año 2021 le otorgó un 11 % de las preferencias, situándolo esta vez en el segundo lugar de la lista.

No cabe duda de que estas son graves señales de alarma. Resulta imperioso tomar conciencia de que estos cambios están en nuestras manos, y no podemos saltarnos estas luces rojas. Como personas que creen en los derechos humanos universales, debemos defender el valor de la tolerancia y la memoria histórica y asumir la responsabilidad de mantenernos en una constante reflexión acerca de la sociedad que queremos construir. Esta es una tarea que nos involucra a todos.

De lo contrario, el mundo podría estar aproximándose al punto de no retorno hacia el horror de otro desastre humano más, como de los que ya fuimos testigos a lo largo del siglo XX.