Volver al futuro: el regreso a los derechos humanos


¿Cómo se imagina la comunidad de derechos humanos que estos derechos se convertirán en una realidad para todas las personas? Eso es algo que aún no hemos articulado para nosotros mismos, y mucho menos para el público en general. La visión de la universalidad de los derechos humanos y las obligaciones universales que imponen a los gobiernos deben estar en el centro de todo lo que hacemos. De lo contrario, seguiremos siendo incapaces de llegar a las personas de todo el mundo y conseguir su participación para hacer realidad la promesa de derechos humanos que les pertenece. 

Para seguir adelante, tenemos que identificar, como comunidad, dónde erramos el camino. La creciente hostilidad hacia los derechos humanos a nivel mundial y la retirada de Estados Unidos —a quien muchos, pero no todos, consideran un aliado de los derechos humanos— vuelven más apremiante la necesidad de corregir el rumbo. Hay tres correcciones que son particularmente críticas. 

En primer lugar, para quienes estamos en el Norte, nuestro error original fue aceptar la bifurcación de los derechos esenciales para vivir vidas plenamente humanas. A pesar de la reiterada afirmación de su indivisibilidad, aceptamos la separación de los derechos en dos conjuntos; después, privilegiamos uno sobre el otro y, en el proceso, enervamos el poder de los derechos humanos. 

Mientras luchábamos por los derechos civiles y políticos, esperábamos que las personas se las arreglaran sin derechos económicos y sociales. En lugar de explorar su complementariedad, destacamos su disimilitud. Lamentablemente, al no buscar obtener todo el espectro de derechos humanos a la vez, no logramos garantizar ninguno de los dos conjuntos de derechos en su totalidad; en ningún lugar. 

Los límites de los derechos civiles y políticos son evidentes en todas partes. Basta con observar la experiencia sudafricana, donde se eliminó el apartheid político mientras persiste el apartheid económico, para reconocer el daño causado por separar los derechos; y con ver el encarcelamiento masivo en EE. UU. para saber que solo las personas que disfrutan de sus derechos económicos y sociales pueden ejercer plenamente sus derechos civiles y políticos. La amenaza que la gran desigualdad de ingresos supone para la democracia política se manifiesta claramente en EE. UU. y en otros lugares. 

En segundo lugar, a partir de la división de lo indivisible, la comunidad de derechos humanos del Norte cometió otro error: privilegiar un conjunto de Estados sobre otro. Designamos a quienes respetaban los derechos civiles y políticos que considerábamos sinónimos de los derechos humanos como nuestros amigos permanentes, y a quienes no lo hacían —favoreciendo, en cambio, el otro conjunto de derechos—, como nuestros enemigos permanentes. Al adoptar la perspectiva de la Guerra Fría, no reconocimos el sistema de atención sanitaria de Cuba como un logro en materia de derechos humanos tan notable como las libertades que se disfrutaban en EE. UU., y sugerimos que las personas debían elegir entre las obligaciones estatales de garantizar las libertades de pensamiento, expresión y asociación, y los derechos a la alimentación, la salud y la vivienda. De esta manera, desvirtuamos los que deberían haber sido nuestros principios constantes: la plena realización de todos los derechos humanos esenciales para la vida humana. 

Aun así, incluso dentro de esta concepción estrecha de un conjunto de derechos, había mucho trabajo importante que hacer. Desde el Norte, utilizamos la influencia de nuestros Estados “buenos” para presionar a los Estados malos en otras partes del mundo y celebramos, justificadamente, nuestros éxitos, a pesar de que nuestros Estados solo eran receptivos cuando les convenía. Así, podían denunciar la tortura cometida por otros mientras ellos mismos estaban involucrados en entregas extraordinarias y “agujeros negros”. Esto era liberalismo, no derechos humanos, y en ese marco los Estados podían permitirnos algunas victorias a la vez que violaban los derechos humanos con impunidad dentro y fuera de casa.

Alinearnos con un conjunto de Estados confundió y degradó el mensaje de los derechos humanos, con implicaciones trascendentales. Los derechos humanos se llegaron a entender y experimentar como un garrote político que un grupo de Estados ejercía contra otros, y que lo hacía de manera incongruente con amigos y enemigos. En el Norte, las personas comenzaron a ver los derechos humanos como un problema que ocurría en otros lugares, en vez de como un recurso vital en todas partes, también para ellas. El hecho de que los Estados aliados y del Norte no rindieran cuentas por sus violaciones en todo el mundo alimentó el cinismo en el Sur, incluso entre quienes más pueden beneficiarse de los derechos humanos. Un ejemplo notable es la experiencia que ha tenido la región árabe durante décadas con la doble moral y las traiciones de nuestros Estados buenos, al verlos simultáneamente promover la democracia —mientras respaldaban y habilitaban a los tiranos— y sermonear sobre la rendición de cuentas —mientras no responsabilizaban a nadie por su “error” en Irak. Pero nuestro trabajo era importante, por lo que insistimos en concentrarnos en lo que podíamos hacer, descuidando lo que se necesitaba hacer.

En tercer lugar, a lo largo de décadas, la comunidad de derechos humanos desarrolló y profesionalizó su trabajo y metodologías, amplió y profundizó sus relaciones e influencia con los encargados de tomar decisiones y formular políticas en los Estados buenos, y logró resultados importantes. En contraste, la comunidad no logró llegar a los ciudadanos comunes en ninguna parte, de quienes esperábamos poco más allá de que nos permitieran documentar e informar sobre sus experiencias y pérdidas y litigar sus casos, o que escribieran cartas. Como no concebíamos más que eso para la mayoría de las personas, nos privamos de una ciudadanía movilizada que espera y exige derechos humanos de sus gobernantes. Nos centramos en utilizar a Estados para presionar a otros Estados, en lugar de capacitar a los ciudadanos para que presionaran a sus propios gobiernos. Poco a poco, privilegiamos lo que sabíamos hacer frente a lo que se necesitaba de nosotros. 

Al descuidar la participación ciudadana, el movimiento de derechos humanos no solo no ha logrado garantizar todos los derechos, sino que ha puesto en riesgo los derechos civiles y políticos que ya estaban asegurados, incluso en el Norte. De hecho, quizás nuestro error más grave ha sido imaginar que podríamos lograr gobiernos respetuosos de los derechos sin una ciudadanía movilizada. No tuvimos en cuenta que los movimientos eran necesarios para nuestros esfuerzos, a pesar de que conocíamos el papel esencial de los movimientos sociales en todas las transformaciones sociales y políticas significativas. Es probable que esto fuera inevitable una vez que establecimos una equivalencia entre los derechos humanos y los derechos civiles y políticos, y consideramos que nuestros Estados ya los habían garantizado. Desde luego, reconocíamos que nuestros Estados distaban mucho de la perfección. Pero consideramos que bastaría con simples arreglos, correcciones y ajustes (el ámbito de los expertos), y que no se requerían las transformaciones fundamentales o cambios en el poder que solo pueden lograr los movimientos de personas que exigen sus derechos. El papel de los movimientos se fue alejando cada vez más de nuestra vista y, al final, lo excluimos completamente de nuestro alcance. Afortunadamente, estos siguieron formándose tanto en el Sur como en el Norte; por desgracia, sin nuestra participación en la mayoría de los casos.

Al privilegiar derechos, Estados, metodologías y experiencias particulares, nosotros, en el Norte global, estrechamos la visión de los derechos humanos. La gran mayoría de la humanidad comenzó a ver los derechos humanos como irrelevantes, deshonestos o inaccesibles, si es que sabía de ellos siquiera. Los opositores de los derechos humanos no tardaron en explotar esta situación con eficacia. 

Revivir la visión de que todos los Estados respeten todos los derechos nos mostrará el camino hacia lo que tenemos que hacer y lograr: llegar a las personas de todo el mundo y conseguir su participación para que reconozcan el poder y el potencial de los derechos humanos, y después ayudarles a exigir el cumplimiento de las obligaciones en materia de derechos humanos de todos los que pretenden gobernarlos. Esta transformación requiere expansión, amplificación y coordinación entre los derechos, las naciones y los enfoques. Sabremos que tuvimos éxito cuando los Estados prioricen los derechos humanos en sus políticas, leyes, asignaciones presupuestales y acciones, porque sus ciudadanos no se conformarán con menos.