Desbloquear el avance de los derechos humanos mediante la adopción de los Objetivos de Desarrollo Sostenible

Paolo Aguilar -EFE

Si bien los ODS brindan un punto de partida saludable para la integración de las misiones de desarrollo y de derechos humanos de las Naciones Unidas, siguen siendo algo a lo que se aspira, sin recursos suficientes para implementarlos. 


En resumen, la agenda internacional de los derechos humanos está en serios problemas. Desde un punto de vista geopolítico, los Estados Unidos se han alejado aún más de una posición de liderazgo en el orden liberal internacional posterior a la Segunda Guerra Mundial, lo que ha acelerado una gran competencia por la influencia regional y mundial, con China y Rusia a la vanguardia. La Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU, que representan un infrecuente consenso mundial a favor del desarrollo basado en los derechos, ofrecen un camino para salir de este pantano.

China es cada vez más asertiva en sus esfuerzos por socavar las normas universales de derechos humanos en las Naciones Unidas. Esto incluye un nuevo intento de defender el siempre controvertido derecho al desarrollo e introducir conceptos como la “cooperación de beneficio mutuo” como una manera de debilitar el escrutinio por país.

Rusia está desempeñando un papel problemático tanto al participar en foros tradicionales como el Consejo de Seguridad de la ONU, donde sigue vetando resoluciones sobre Siria y su uso de armas químicas prohibidas, como al utilizar campañas de propaganda y guerra cibernética.

Mientras tanto, las potencias medias democráticas son incapaces de montar su propia estrategia eficaz y coordinada para conservar el orden internacional, o no están dispuestas a hacerlo.

En medio de estas crecientes divergencias a nivel mundial, los Objetivos de Desarrollo Sostenible y la Agenda 2030 ofrecen un rayo de esperanza. La Agenda 2030 cuenta con un importante respaldo de todos los Estados, del Norte y del Sur. En lugar de favorecer los proyectos tradicionales de desarrollo liderado por el Estado, prioriza el desarrollo humano al incorporar integralmente los principios de equidad de género (Objetivo 5), no discriminación, acceso a la justicia e instituciones responsables (Objetivo 16), junto con las metas de eliminar el hambre y garantizar el acceso universal al agua limpia y el saneamiento. Bajo el lema de “que nadie se quede atrás”, acorta la distancia que existe desde hace mucho tiempo entre las exigencias económicas y sociales del Sur global y las prioridades en materia de derechos civiles y políticos de las democracias establecidas.

Estas sinergias conceptuales son importantes para acabar con las arraigadas divisiones que han obstaculizado la capacidad de la comunidad internacional de generar cambios genuinos en la práctica. A medida que aumenta el clamor público por la lucha contra la corrupción flagrante, la cual perjudica directamente la prestación de servicios públicos básicos como la educación y la atención médica, podemos entrar en un círculo virtuoso en el que la política del desarrollo sostenible, el estado de derecho y los derechos humanos se refuercen mutuamente de nuevas maneras y con nuevos recursos.

Si bien los ODS brindan un punto de partida saludable para la integración de las misiones de desarrollo y de derechos humanos de las Naciones Unidas, siguen siendo algo a lo que se aspira, sin recursos suficientes para implementarlos y con mecanismos deficientes de seguimiento y monitoreo para medir los avances. Además, debido a las objeciones políticas tanto de Oriente como de Occidente (aunque por distintas razones), aún no se ha adoptado un verdadero enfoque de desarrollo basado en los derechos humanos. Muchos gobiernos todavía evitan el lenguaje que caracteriza el acceso a la salud, el agua, la alimentación y la vivienda adecuadas como derechos humanos fundamentales, a pesar de las obligaciones dimanantes de tratados en ese sentido.

"Muchos gobiernos todavía evitan el lenguaje que caracteriza el acceso a la salud, el agua, la alimentación y la vivienda adecuadas como derechos humanos fundamentales, a pesar de las obligaciones dimanantes de tratados en ese sentido".

No obstante, la Agenda 2030 subraya la importancia de abordar cuestiones políticas como la participación ciudadana, la transparencia y la rendición de cuentas para lograr mejores resultados de desarrollo. De hecho, hace muchos años que la mayoría de los organismos de asistencia para el desarrollo comenzaron a adoptar estrategias para apoyar a las instituciones transparentes y responsables y a las sociedades civiles sólidas. Incluso el Banco Mundial dedicó su principal informe anual de 2017 a los temas de la reforma de la dinámica del poder político, la gobernanza y el estado de derecho, a pesar de las objeciones de China a cualquier uso de la palabra “democracia”. Ahora, este vínculo está avalado por los ODS a nivel mundial.

Con el fin de aprovechar esta oportunidad, las comunidades de desarrollo y de derechos humanos están saliendo lentamente de su aislamiento para encontrar sinergias y fortalecer sus prioridades principales. Así, por ejemplo, las agrupaciones de derechos de la mujer y de combate a la pobreza en sociedades más represivas, como Egipto, encuentran en los ODS un punto de apoyo para el activismo que no suele estar a disposición de las agrupaciones de derechos civiles y políticos. Estos objetivos también constituyen una nueva vía para abordar los derechos económicos y sociales en las economías avanzadas como los Estados Unidos, como ha explorado el Relator Especial de las Naciones Unidas sobre la extrema pobreza. Por otra parte, el sistema internacional de derechos humanos y las instituciones nacionales de derechos humanos pueden utilizar mecanismos como los órganos creados en virtud de tratados y el Examen Periódico Universal para apuntalar el débil mecanismo de presentación de informes de los ODS.

Lamentablemente, las economías avanzadas del Norte global se han tardado en aceptar tanto las exhortaciones a crear planes de acción nacional para implementar los ODS como las exigencias de aumentar considerablemente los recursos para ayudar a otros países a lograrlos. Esto es un error. Conforme China y otros países no democráticos sigan mejorando los niveles de vida de sus propias poblaciones, adquirirán una influencia aún mayor para difundir sus modelos de gobierno autoritario en los países del Sur global.

Con el tiempo, es posible que los beneficiarios de la generosidad china descubran que el trato no es tan favorable una vez que China comience a exigir mayores rendimientos (diplomáticos y económicos) por sus inversiones y siga negando el acceso recíproco a su propio mercado interno. Para contrarrestar este enfoque centrado en China, la comunidad de democracias debería consolidar lo antes posible el consenso Norte-Sur que condujo a los ODS, reorientando y aumentando los recursos y los esfuerzos de diplomacia pública para ayudar a los Estados a alcanzarlos.

El enfoque de los EE. UU. con respecto al desarrollo sostenible, y a la asistencia para el desarrollo en términos más generales, se ve obstaculizado por la popularidad actual de los conceptos de soberanía de suma cero. La amenaza de Trump de recortar la asistencia para el desarrollo a los países que no obedezcan las exigencias del gobierno estadounidense, como reconocer a Jerusalén como la capital de Israel, es contraproducente, por decir lo menos. Hay que reconocer que los autores de la Estrategia de seguridad nacional de los Estados Unidos más reciente hicieron un trabajo admirable al integrar los conceptos de gobernanza responsable, desarrollo incluyente y dignidad humana en el documento final. Sin embargo, al buscar el término “desarrollo sostenible” en el documento, no se obtuvo ningún resultado.  

En resumen, la creciente competencia por el liderazgo internacional en las próximas décadas se centrará en gran medida en qué sistema político y económico es mejor para lograr un desarrollo humano sostenible para sus ciudadanos. El Occidente próspero y democrático ha liderado esa batalla durante las últimas siete décadas. Ahora llegó China, con resultados convincentes de desarrollo interno, a pesar de su cerrado sistema unipartidista, y con amplios recursos para difundir su modelo en el mundo en desarrollo. Los Estados Unidos y sus socios deberían aceptar sin reservas los ODS, en todas sus dimensiones, como un enfoque integral y de beneficio mutuo para el desarrollo.