Los laboratorios de innovación y el futuro de la práctica de derechos humanos

 

Los profesionales de derechos humanos coinciden de manera casi unánime en que el campo enfrenta, si no una crisis, al menos una variedad abrumadora de desafíos complejos. La mayoría de las personas del mundo, que no tenemos gran poder económico y político, necesitamos urgentemente diversificar nuestras herramientas y aumentar nuestra capacidad de innovación con la misma rapidez que los poderosos. Para lograrlo, algunos defensores de derechos humanos han adoptado el enfoque del diseño creativo (design thinking) y el modelo de los laboratorios de innovación, como una manera de liberarse de los viejos patrones e identificar ideas prometedoras, y a veces locas. 

Los laboratorios de derechos humanos incluyen organizaciones sin fines de lucro como JustLabs y mi propia organización, Corporate Accountability Lab. Si bien es cierto que los laboratorios abundan en el sector privado, el modelo se basa en gran medida en las prácticas de los movimientos sociales. Actualmente, muchas empresas importantes cuentan con laboratorios internos de innovación de productos e incluso de impacto social. A partir del supuesto de que el diseño creativo es una creación del sector privado, un argumento que se ha esgrimido en contra de los “laboratorios sociales” es que son contrarios a la famosa advertencia de Audre Lorde: “las herramientas del amo no desmantelarán nunca la casa del amo”. Pero los espacios que apoyan la innovación y la colaboración no son realmente las herramientas del amo, aunque este las haya tomado. Son las herramientas del movimiento. Las comunidades y organizaciones con recursos limitados sí innovan, y lo han hecho de maneras impresionantes y trascendentales a lo largo de la historia.  

El modelo de laboratorio se aplica de maneras muy distintas en diferentes contextos, pero en su expresión óptima, los laboratorios recuperan parte de la belleza y espontaneidad de la acción colectiva eficaz. Son colaborativos; reúnen actores diversos de distintas disciplinas, experiencias y geografías. Su flujo de trabajo está diseñado para unir las regiones del cerebro encargadas tanto del pensamiento racional como del creativo, integrando artes visuales, música y otras formas de expresión. Son divertidos; permiten que los participantes usen un enfoque lúdico para estimular el pensamiento original. Y ven a cada persona de manera integral, en lugar de compararla con la descripción de su trabajo, su identidad u otro rol predefinido.  

La mecánica es diversa, pero la mayoría de los laboratorios dedicados al diseño centrado en el ser humano siguen un proceso de diseño similar al que promueve la d.school de Stanford: (1) empatizar con los “usuarios” (en nuestro caso, suelen ser los titulares de derechos, aunque no siempre); (2) definir el problema; (3) concebir ideas; (4) diseñar prototipos; (5) hacer pruebas. Cabe mencionar que existe la idea errónea de que este proceso genera ideas brillantes para resolver problemas complejos en un sprint de uno o dos días.  

En Corporate Accountability Lab, adaptamos este proceso al contexto del derecho de derechos humanos. Descubrimos que es esencial realizar un análisis de sistemas meticuloso desde el principio para seleccionar a los usuarios facultados para resolver el problema, y el problema que pueden resolver esos usuarios. A menudo, esto requiere una esquematización de las cadenas de suministro, investigación jurídica, mapas de partes interesadas y una comprensión detallada de la dinámica de poder entre los actores correspondientes.  

Sin embargo, ignorar nuestro análisis de sistemas solo por apegarnos a la versión tradicional del proceso de diseño nos ha llevado por mal camino. El año pasado, recibimos a una abogada laboral bangladesí, una diseñadora de modas iraní-estadounidense, abogadas de derechos humanos y pasantes de derecho para un ejercicio intensivo de diseño centrado en innovar soluciones para las violaciones persistentes de los derechos laborales en el sector de la ropa en Bangladesh. El grupo definió a la usuaria como una trabajadora, y el problema como: “¿Cómo podría una persona que trabaja en una fábrica de ropa en Bangladesh crear un lugar de trabajo seguro y conforme con las normas, ya que el statu quo es peligroso para su salud y seguridad?”. A pesar de nuestras dudas sobre este planteamiento, seguimos adelante. En las primeras etapas, cada uno de los grupos pequeños determinó que la solución era la organización de las trabajadoras, una de las pocas posibilidades de ejercer presión a las que puede acceder directamente la usuaria identificada.  

El enunciado del problema, al ser demasiado amplio e identificar a una usuaria que no estaba presente, nos llevó a todas a una sola respuesta —la organización de las trabajadoras—, sin tomar en cuenta otras formas de ejercer presión disponibles para quienes participamos pero que no son accesibles para una trabajadora solitaria (ejercer presión pública sobre las iniciativas de múltiples interesados, litigar contra compradores o auditores sociales o desarrollar y abogar por mejores modelos de contratos). 

Al debatir esta actividad, vimos varias formas en las que pudimos haber replanteado el proceso de diseño para crear un espacio más apropiado para la innovación. De acuerdo con nuestro análisis previo, un factor determinante de las malas condiciones laborales era el bajo precio contractual que pagaban los compradores a las empresas proveedoras. A partir de esta conclusión, una mejor definición del problema podría haber sido: “¿Cómo podrían la sociedad civil y las organizaciones de trabajadoras motivar a las empresas a pagar un precio contractual que permita que las empresas proveedoras cumplan (1) las condiciones comerciales y (2) las condiciones laborales de sus contratos de proveedoras?”. Esta es una pregunta más delimitada y nosotros, como organización de la sociedad civil, podríamos contribuir a la solución.  

Nuestros procesos de diseño más exitosos se han centrado en problemas pequeños que surgen de nuestra investigación de campo y documental. Al someter estos problemas a un ciclo de diseño estructurado, hemos convertido en éxitos numerosos fracasos. Este proceso también nos ha permitido identificar muy pronto cuando un obstáculo podría ser insuperable, y redirigir nuestros recursos.  

Además, el modelo de laboratorio ofrece a la comunidad de derechos humanos una manera de alejarse de algunas de las prácticas más problemáticas del sector privado —que muchas de nuestras organizaciones han adoptado y que han llevado a una “cultura de malestar”— y regresar a un espacio de movimiento solidario, diverso y próspero. Demasiadas organizaciones de derechos humanos sin fines de lucro trabajan como oficinas corporativas tradicionales en viernes casual. Debemos cuestionar no solo los impactos perjudiciales de quienes violan los derechos humanos, sino también su cultura de control y dinámica de poder represiva. Las jerarquías estrictas, las políticas restrictivas, los plazos cortos y los gerentes críticos son, sin duda, contrarios a la creatividad. Ya sea que estemos en el sector público o privado, en el Norte o el Sur global, estas dinámicas en el lugar de trabajo son insostenibles y merman nuestra capacidad de innovar.

 

En contraste, el proceso de diseño permite una participación plena, sin importar el nivel de conocimiento, y es una forma eficiente de profundizar sobre un problema que antes desconocíamos. No es coincidencia que muchas instituciones académicas hayan adoptado el diseño creativo; los diseñadores son ante todo aprendices, se acercan a cada nueva tarea con apertura y curiosidad. Los procesos de laboratorio son pedagógicos por naturaleza y pueden resultar provechosos en muchos entornos de aprendizaje.  

Para los estudiantes, esto puede ser liberador e igualador. Sin embargo, persiste una tensión entre la manera en que se enseña en algunos campos (quizás de manera más flagrante en el del derecho) y la disposición a aceptar riesgos del diseño creativo. Para prosperar en un entorno de laboratorio, quienes participan deben ser capaces de dejar de lado su formación sustancial y reconectarse con esa parte de su ser que dibujaba dragones en los cuadernos de secundaria y construía iglús a partir de ladrillos de nieve hechos a mano. Las competencias técnicas y profesionales ciertamente son importantes, pero debemos verlas en términos de qué hacemos y no de quiénes somos. 

Por último, el objetivo de los laboratorios es causar un impacto. Con demasiada frecuencia, se crean “espacios de laboratorio” por un día o unas horas, y los participantes se van sin obtener resultados tangibles. De esta manera, el laboratorio se convierte en un espacio meramente académico, y no mejora vidas. Aunque medir impactos puede ser complicado, sobre todo cuando el laboratorio se centra en el cambio sistémico, los defensores de derechos humanos que trabajan con procesos de laboratorio deben recordar que el proceso de diseño solo es una herramienta más para lograr nuestros objetivos. Si el proceso no tiene efectos en la vida real, debemos descartarlo y diseñar algo nuevo.