Repensar la justicia pasada y futura

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En varias entradas recientes en OpenGlobalRights, César Rodríguez-Garavito ha sugerido que los derechos humanos deben poner en primer plano el tiempo y la temporalidad. Esto significa, entre otras cosas, ampliar el sentido del “futuro” en el trabajo de derechos humanos mucho más allá de los ciclos de financiación a corto plazo o de la violencia inmediata y urgente. Necesitamos, según él, una concepción “largoplacista” de los derechos humanos.   

Aquí me gustaría sugerir que pensar en siete generaciones hacia el futuro, como recomienda Rodríguez-Garavito, también requiere pensar más en el pasado, y comprender las deficiencias habituales de los derechos humanos en ambas direcciones. La justicia transicional ha sido la dirección habitual en la que los derechos humanos se reconcilian con el pasado. Sin embargo, ese pasado se ha conceptualizado a menudo de forma tan cortoplacista como los futuros proyectados por los derechos humanos. Al igual que la práctica de los derechos humanos se ha aferrado al presente y al futuro próximo, la justicia transicional se diseñó para abordar un pasado reciente. Tanto si se trabaja hacia atrás como hacia delante, el cortoplacismo conduce a una explicación inadecuada de la reproducción de la injusticia, la desigualdad y el trauma intergeneracional. 

La afirmación de las injusticias de diferentes pasados en la actualidad a menudo funciona como una representación o fundamento de los argumentos sobre la desigualdad y la mala distribución en el presente. Deberíamos entender los llamados a las comisiones de la verdad y a las reparaciones no sólo en términos de su papel en la rendición de cuentas, el remedio y la reparación, sino como condenas de la extraordinaria naturaleza de la desigualdad racial contemporánea. Del mismo modo, los argumentos contrarios a la excavación del pasado a menudo se basan en la oposición al cambio material en el presente.  

La afirmación de las injusticias de diferentes pasados en la actualidad a menudo funciona como una representación o fundamento de los argumentos sobre la desigualdad y la mala distribución en el presente.

Los debates recientes  acerca de la injusticia racial en Estados Unidos demuestran estas pautas. Tras el asesinato de George Floyd en mayo del año pasado, surgieron llamados para crear una comisión de la verdad en Estados Unidos. Después de todo, la historia de la Reconstrucción en Estados Unidos revela, entre otras cosas, el fracaso absoluto en la reparación de la atrocidad de la esclavitud y el éxito de la inmisericordia económica de los antiguos esclavos, así como los efectos intergeneracionales de ambos.

Las objeciones para desenterrar este pasado son igualmente reveladoras. Las principales instituciones estadounidenses —en particular la Corte Suprema— han perpetuado durante mucho tiempo el relato de un terrible pasado de esclavitud que fue remediado con éxito mediante una combinación de enmiendas constitucionales y las leyes de derechos civiles y de derecho al voto. Como el pasado racializado ya ha sido remediado, el argumento es que el futuro cercano daltónico es posible. Los argumentos que niegan la relación estructural entre el pasado esclavista y segregado y el presente con una desigualdad radical incluyen la idea de que los daños se produjeron hace demasiado tiempo como para ser contabilizados, que los autores ya no están vivos para ser culpados, que las leyes y las políticas ya resolvieron los problemas de injusticia racial, o que la violencia racializada de hoy debería separarse de la del pasado. Se basan en silenciar el pasado y centrarse en el presente. 

Aunque se movilizan de manera específica en el contexto estadounidense, estos argumentos no son nativos del derecho constitucional de Estados Unidos. Son el andamiaje de las respuestas que resurgen cada vez que se hace un nuevo llamado a la reparación o al reconocimiento de los daños extraordinarios causados por la esclavitud y el colonialismo. En un artículo reciente, examino fenómenos paralelos en cuatro lugares que luchan contra la intersección de la injusticia y la desigualdad racial pasada y presente: Estados Unidos, Canadá, Sudáfrica e Israel/Palestina. En cada uno, las discusiones contemporáneas sobre si el pasado ha sido o puede ser reconciliado, resuelto o reparado reflejan debates críticos sobre si se deben redistribuir los recursos en el presente y cómo hacerlo.

Por ejemplo, en Sudáfrica, la continua frustración por la desigualdad material se ha fusionado con las críticas fundacionales tanto a la Comisión de la Verdad y la Reconciliación como a la Constitución. Los críticos sugieren que, al centrarse en una transición lineal desde el apartheid y poner en primer plano las graves violaciones de los derechos humanos en lugar de la naturaleza sistémica del propio apartheid, las instituciones de transición no tuvieron en cuenta la longue durée del colonialismo y su dinámica reproductiva de jerarquía y opresión racializadas. Como se puede ver en el caso de Sudáfrica y otros, estamos utilizando constantemente el pasado para librar las batallas del presente. 

Nuestra confianza en el pasado como árbitro de las reclamaciones contemporáneas de justicia plantea otros tres problemas. En primer lugar, el trabajo en materia de derechos humanos a menudo reproduce y exacerba la preocupación del derecho internacional por la crisis. Nuestras ideas sobre la crisis son, en última instancia, temporalmente deficientes. Se basan en el sufrimiento inmediato más que en las formas lentas de violencia y se fijan en lo que acaba de ocurrir o en lo que podría alterarse inmediatamente en lugar de considerar la naturaleza continua de la privación y la subordinación. 

En segundo lugar, cuando debatimos sobre la temporalidad y la justicia, a menudo caemos en la linealidad y el pensamiento causal que ha dominado este tipo de proyectos. Asumir pasados, presentes y futuros cronológicamente separados y lineales margina cualquier otro tipo de relato del tiempo como plural o múltiple.

En su lugar, deberíamos considerar otras ideas sobre la temporalidad, diversas formulaciones del trauma y la sanación, y diferentes conceptualizaciones de la distribución y la reparación, incluida, en particular, la incapacidad de reparar determinadas injusticias. 

Cuando nos centramos en la importancia del tiempo y la temporalidad en los derechos humanos, recordamos la coexistencia de ambos.

Por último, al recurrir a la historia y a la memoria para reforzar los argumentos contra las jerarquías contemporáneas de clase y raza, debemos asegurarnos de que la explotación del pasado no obstruya las visiones expansivas del futuro. Sin duda, debemos buscar verdades más grandes e historias más sólidas, mejores explicaciones sobre la reproducción de la injusticia y mejores remedios para ella. Pero al igual que la exposición de la verdad no detiene por sí misma la violencia (aunque puede contribuir a superar la negación), aclarar las formas en que el pasado ha formulado el presente desigual no alterará por defecto la distribución material. Para ello, también será necesario un conjunto diferente de intervenciones, como el cambio de las normas que perpetúan esas desigualdades, ya sea en el derecho de la propiedad o de la tierra, en el ámbito policial y penitenciario, en la educación, en la legislación fiscal o en la normativa sanitaria. 

Estos dos objetivos —exponer el pasado y reorientar el futuro— no son intrínsecamente contradictorios, aunque a veces pueden enfrentarse entre sí. El primero puede ayudar a conseguir el segundo. Revisar el pasado puede poner de manifiesto el modo en que la violencia inicial de los asentamientos o la esclavitud subyugó a tantas generaciones posteriores mediante el privilegio blanco. Sin embargo, como han argumentado algunos académicos y activistas, los actores poderosos también pueden explotar el reconocimiento y la reconciliación para separar un pasado horrible del presente y del futuro o para desplazar la atención de las continuidades de la desposesión. Un gobierno podría argumentar que el pago de reparaciones o el establecimiento de un registro escrito ha generado un proceso de cierre social, lo cual elimina la consideración no sólo de los legados de daño (y beneficio) sino de las continuidades de la opresión en las sociedades fundadas sobre el colonialismo de asentamiento y la explotación racializada. Estos esfuerzos pueden desviar la atención de la necesidad de modificar las normas que estructuran y regulan las desigualdades contemporáneas.

En medio de una pandemia global, puede ser fácil sentir de forma simultánea la urgencia de una enfermedad que se propaga rápidamente y el interminable y lento goteo del tiempo en cuarentena. Cuando nos centramos en la importancia del tiempo y la temporalidad en los derechos humanos, recordamos la coexistencia de ambos. La violencia lenta y las largas historias de injusticia han quedado ocultas durante demasiado tiempo por la rapidez de las necesidades y la espectacularidad de la violencia contemporánea, incluso cuando la atención al pasado ha socavado a veces la necesidad urgente de redistribuir los recursos, el poder y los derechos en el presente.