A medida que los sistemas sanitarios se digitalizan, prometen un mayor acceso a la información y los servicios sanitarios, así como una mayor eficiencia y empoderamiento. Esto es especialmente importante para las mujeres jóvenes de países con ingresos bajos y medios, que tienen la oportunidad de acceder a información sobre salud sexual y reproductiva en línea más fácilmente que en una clínica tradicional, y sin los mismos temores de desigualdad de género, manipulación o juicio moral. Lamentablemente, la desigualdad de género ha seguido a las mujeres jóvenes en la era digital. Las agencias de salud nacionales y mundiales deben tomar medidas específicas, en colaboración con las propias mujeres jóvenes, para desarrollar soluciones locales que defiendan sus derechos humanos fundamentales a la privacidad, la seguridad y la justicia digital.
Recopilación de datos
Nuestro nuevo informe de investigación, Pagando el precio de la conexión: los derechos humanos de los jóvenes adultos en la era digital en Colombia, Ghana, Kenia y Vietnam, arroja luz sobre las profundas desigualdades de género en la salud digital. El estudio, realizado entre junio de 2024 y enero de 2025 en Colombia, Ghana, Kenia y Vietnam, utilizó un enfoque de participación comunitaria, en el que los jóvenes dieron forma directamente a la investigación a través de sus experiencias vividas. Llevamos a cabo 33 grupos de discusión en seis idiomas en regiones rurales, urbanas y periurbanas con más de 300 jóvenes adultos; estas conversaciones se complementaron con entrevistas a más de 40 funcionarios de las Naciones Unidas (ONU) y del gobierno, líderes comunitarios y expertos individuales.
En nuestro análisis cualitativo colaborativo de los datos resultantes, que superaron las 4000 páginas de material, observamos que quienes expresaban mayor preocupación por la falta de acceso a teléfonos inteligentes, tiempo de conexión y justicia para los daños en línea eran, en su mayoría, mujeres jóvenes. Entre ellas se encontraban mujeres que vivían en zonas rurales, trabajadoras sexuales, mujeres trans y mujeres que vivían con el VIH. La mayoría de los adultos jóvenes con los que hablamos describieron el uso de búsquedas en la web (Google) o redes sociales (Facebook, Instagram, TikTok, Snapchat, WhatsApp o Zalo) como fuente principal de información sobre salud. Algunos también utilizaban aplicaciones móviles para la salud, como las que realizan un seguimiento de los ciclos menstruales.
Las conclusiones son contundentes: aunque algunas mujeres jóvenes afirmaron sentirse empoderadas por poder utilizar sus teléfonos inteligentes para obtener y compartir información sobre salud con otras personas a través de las redes sociales, muchas en Ghana, Kenia y Colombia afirmaron que el acceso básico a la información sobre salud en línea se ve condicionado por las presiones de la vigilancia familiar íntima y la precariedad económica, así como por la amenaza de la violencia.
Los retos de obtener acceso digital
En Kenia, algunas mujeres jóvenes nos contaron que se enfrentan a una dolorosa elección: comprar datos móviles o comprar pan para sus hijos. En el conservador norte de Ghana, una joven dijo que tener un smartphone nuevo se considera sospechoso, ya que se presume que las mujeres jóvenes han intercambiado sexo por su dispositivo o por paquetes de datos. En Colombia, las mujeres rurales dijeron que no pueden programar citas médicas a menos que sus maridos paguen el acceso a Internet. A medida que se expande el panorama de la salud digital, los hombres jóvenes se vuelven más hábiles para navegar por Internet, mientras que algunas mujeres jóvenes se quedan atrás, con menos oportunidades de educación y formación en tecnología, y escasos recursos económicos para pagar el acceso.
Las mujeres jóvenes que sí se conectan a Internet se enfrentan a graves riesgos. Muchas deben compartir sus teléfonos con sus parejas, padres o amigos, lo que expone sus búsquedas en la web y sus mensajes a una vigilancia íntima. Algunas describieron haber sido acosadas por sus exparejas, o que sus fotos íntimas fueran manipuladas o compartidas sin su consentimiento. Si bien las trabajadoras sexuales afirmaron que no tenían más remedio que utilizar plataformas de acompañantes en línea y mensajes en las redes sociales para ganarse la vida, las fotos y los números de teléfono que publicaban podían ser republicados en otros sitios y compartidos ampliamente sin su control, lo que provocaba daños a la salud mental, autolesiones y, en algunos casos, violencia física contra las trabajadoras sexuales cuya identidad y ubicación se filtraban. Como ha señalado la red mundial que representa a las trabajadoras sexuales, la creciente digitalización de la vida cotidiana crea nuevas amenazas para la privacidad y la seguridad, y la protección de los datos de los grupos sujetos a marginación y discriminación cobra una importancia fundamental. Desde preguntas sobre la sexualidad hasta el acceso a abortos seguros y pruebas del VIH, cada mensaje de texto y cada búsqueda en línea ofrece la oportunidad de obtener información que puede salvar vidas, pero también conlleva el riesgo de estigmatización, aislamiento o violencia.
El papel del abuso facilitado por la tecnología
Una abrumadora cifra de tres cuartas partes de los adultos jóvenes con los que hablamos en Colombia, Ghana, Kenia y Vietnam denunciaron haber sufrido o haber visto sufrir a sus amigos abusos facilitados por la tecnología, desde el ciberacoso hasta el chantaje. No es de extrañar, pues, que algunas mujeres dijeran que evitan buscar o compartir información sobre salud en Internet. Esto supone una oportunidad perdida tanto para ellas como para la salud pública, ya que las mujeres jóvenes que acceden a información sobre salud suelen compartirla con otras personas, convirtiéndose en un recurso para sus amigos o familiares mayores que no tienen teléfonos inteligentes.
Las mujeres jóvenes de nuestro estudio describieron su interés en utilizar herramientas y plataformas digitales para conectarse con sus pares y defender sus derechos. Algunas organizaron grupos de chat en línea para compartir información sobre salud y derechos con sus pares. Otras crearon plataformas en línea para documentar los abusos y utilizar los datos para solicitar ayuda a las autoridades. Las trabajadoras sexuales dijeron que estaban exigiendo activamente a las organizaciones de la sociedad civil pequeños fondos para paquetes de datos y tiempo de aire, a fin de poder compartir su ubicación cuando se reunían con clientes. A través de nuestro enfoque de investigación-acción participativa, las jóvenes, en toda su diversidad, también participaron en la documentación de los abusos y están utilizando los resultados para liderar planes de defensa a nivel nacional y mundial. En Vietnam, nuestro equipo de investigación nacional señaló que el Gobierno ha asumido algunos compromisos para abordar la desigualdad de género, y descubrimos que las jóvenes vietnamitas de nuestro estudio no describían las mismas barreras para conseguir teléfonos inteligentes o tiempo de conexión que en los otros tres países.
El acceso a la información sanitaria es un derecho humano
Las Naciones Unidas y el derecho internacional de los derechos humanos reconocen el acceso a la información sanitaria como un derecho fundamental. Pero las jóvenes con las que nos reunimos necesitan más, incluyendo un mejor conocimiento de sus derechos, reformas legales, formación para la policía, los jueces y los abogados, y servicios de apoyo para las sobrevivientes de abusos facilitados por la tecnología. Como ha argumentado la Comisión de The Lancet y Financial Times sobre Gobernar el futuro de la salud, los jóvenes también necesitan tener voz en las estrategias, políticas y decisiones de gobernanza de la salud digital.
La comunidad internacional debe actuar ahora, no solo contra la violencia que sufren las mujeres en Internet, sino también contra las decisiones políticas y económicas que tratan esa violencia como algo normal o que hacen que las mujeres jóvenes dependan de otros para ejercer su derecho fundamental a la inclusión digital. El coste de la inacción ya se está pagando. Cada vez que una mujer no puede buscar información sobre salud sin miedo, cada vez que se ve obligada a cambiar su privacidad por acceso, y cada vez que se ve obligada a elegir entre comida e información básica, la brecha digital se profundiza. Las mujeres jóvenes merecen —y exigen— algo mejor.