Los primeros 50 años del movimiento mundial de derechos humanos después de la firma de la Declaración Universal de los Derechos Humanos se enfocaron en acordar estándares comunes y universales. Las organizaciones internacionales no gubernamentales (OING) encabezaron el esfuerzo al principio; sin embargo, ahora muchas de ellas están pensando en cambiar la manera en la que trabajan mediante la descentralización de sus operaciones. Pero, ¿existe algún otro camino?
Las OING y los integrantes de la sociedad civil son el corazón del proyecto internacional de derechos humanos: luchan por protecciones adicionales, dan seguimiento a las violaciones y exigen que los Estados (y otros actores) rindan cuentas por sus abusos. Sin embargo, las críticas recientes han puesto de manifiesto que existe una brecha entre lo que han logrado las OING y cómo deberían ser los derechos humanos. Las OING no son perfectas: cometen errores, subestiman o sobrestiman los actos indebidos alrededor del mundo y es posible que den prioridad a cuestiones internas en vez de a los problemas locales. Se enfrascan en batallas retóricas entre ellas. Una inquietud primordial que ha atraído la atención de las OING y de sus observadores ha sido una falta de representatividad en el trabajo de las OING de derechos humanos.
La representatividad es crucial, especialmente en el mundo de los derechos humanos; los protectores de los derechos humanos no pueden ignorar a quienes están intentando proteger. Muchas OING han tratado de remediar lo que podría llamarse una brecha de representación al hacer que sus organigramas reflejen los cambios geopolíticos. Para las OING de desarrollo y derechos humanos, esto ha significado principalmente descentralizar: establecer oficinas núcleo fuera de Londres y Nueva York con la intención de dar mayor reconocimiento a los centros de influencia emergentes en Yakarta, Johannesburgo, Nueva Delhi y Sao Paolo. Pero, ¿descentralizar es “mejor” para la clase de trabajo que realizan estas agrupaciones? En algunos sentidos, el desmantelamiento y reacomodo de estructuras organizacionales integradas, aunque complejas, puede ser una respuesta inadecuada a la brecha de representación percibida.
En Internal Affairs (Asuntos internos), buscaba descubrir qué tipos de estructuras organizacionales podrían hacer que las campañas globales puestas en marcha por las OING fueran más eficaces para cambiar las políticas, las opiniones y el comportamiento de los Estados. “Mejor” en este contexto significaba cambiar la conducta de los Estados y, a su vez, lograr mejoras en relación con la agenda de derechos humanos en general. Mi argumento fue que limitar el número de personas que pueden definir los objetivos de una OING, al tiempo que se exhorta a toda la organización y sus simpatizantes a promover un solo conjunto de intereses usando sus propios métodos, era esencial para manejar una campaña global. Y que también era algo fundamental para resolver el dilema transnacional de cómo hacer que las inquietudes globales se vuelvan inquietudes locales y que el sufrimiento local se convierta en una preocupación global. Hasta hace muy poco tiempo, muchas OING pensaban que la respuesta era ser mejores, estar más unidas y estar centralizadas. Oxfam International, por ejemplo, se fundó en 1994. Save the Children creó Save International en 2009, después de varias décadas de esfuerzos para establecer esa clase de estructura
Las personas y las ONG del sur global (y con razón) miraron la creciente agenda global de derechos humanos y se preguntaron por qué sus partes del proyecto siempre estaban relegadas al último lugar, por qué les correspondía recibir y no decidir. ¿Por qué las OING con oficinas centrales ubicadas cómodamente en acaudaladas ciudades occidentales eran quienes decidían qué derechos eran más importantes que otros? ¿No debería un movimiento de derechos humanos verdaderamente global ser representativo en vez de simplemente saber decirle qué hacer a la gente? Y como señala Wanja Muguongo, ¿no debería trabajar precisamente a favor de las personas cuyos derechos están en riesgo o a las que se les niegan dichos derechos?
Los esfuerzos recientes para “acercarse al terreno” de Amnistía son una respuesta admirable a estas inquietudes. Si bien siempre ha consultado a las ONG locales y nacionales como punto de referencia para su trabajo realizado principalmente en Londres, ahora Amnistía ha creado “núcleos” regionales para trabajar más de cerca con los actores interesados, para poder responder a las crisis con mayor rapidez y para “renovar la imagen” de los derechos humanos para que se les perciba menos como una imposición occidental. Con esto, Amnistía podrá responder de manera menos centralizada; después de todo, las situaciones en Nairobi serán diferentes de las de la Ciudad de México. Una OING de derechos humanos verdaderamente global debería poder ver claramente estas diferencias, y responder en consecuencia.
Pero seguir adelante con esta política de descentralización debilita precisamente las fortalezas que sirvieron de base para la construcción de la marca de Amnistía durante sus primeros 49 años de existencia. Colocar casi todas las capacidades de investigación en manos del Secretariado Internacional le dio la ventaja a Amnistía en cuanto a la calidad de sus informes y la coherencia de su información y activismo; esa estrategia también sirvió para coordinar campañas masivas que parecían ser “imposibles”, incluido el trabajo crucial de Amnistía contra la tortura en las décadas de los 1970 y 1980, cuando fungió como el centro de información y activismo de las campañas contra la tortura.
Control Arms/Flickr (Some rights reserved)
Campaigners stand outside of Parliament in Kathmandu, Nepal to call for countries around the world to join #RaceTo50. The Arms Trade Treaty, suffered for lack of a cohesive agenda for years before the establishment of Control Arms, which has created clear focal points and campaign tactics to convince states to enact new law.
Centralizar el planteamiento y la aplicación de las agendas crea esas “cosas” de las campañas que hacen posible la coordinación entre actores interesados con diferentes preferencias.
Y no se trata solamente de una perspectiva histórica. Consideremos algunas de las campañas masivas recientes en materia de derechos humanos, como la prohibición de las minas terrestres. La campaña contra las minas terrestres era incluyente, pero contaba con una agenda clara, determinada por las OING líderes de la coalición. Asimismo, el Tratado sobre el comercio de armas, que finalmente está alzando el vuelo en las Naciones Unidas, se vio perjudicado por no contar con una agenda coherente durante años antes de que se estableciera Control Arms, que ha creado puntos de atención claros y tácticas de campaña para convencer a los Estados de promulgar nuevas leyes. Centralizar el planteamiento y la aplicación de las agendas crea esas “cosas” de las campañas que hacen posible la coordinación entre actores interesados con diferentes preferencias.
Tener eficacia a expensas de la representación es insostenible en el largo plazo. Conforme a los modelos actuales, hay una compensación inherente entre ambos valores. Una manera de hacer que esa compensación sea menos dolorosa es concentrarse en lo que puede contribuir cada actor, al crear una división de trabajo más explícita. Las guías prácticas de los propios profesionales de derechos enfatizan las diferencias entre las distintas organizaciones, pero es justamente esta diversidad la que brinda la combinación óptima para crear una división explícita de labores.
Este enfoque no requiere desmantelar las estructuras organizacionales actuales que han hecho de las OING las importantes protagonistas que son hoy en día en la esfera política de los derechos humanos. No hay por qué avergonzarse de reconocer a Occidente como la base de operaciones de una OING particular, así como tampoco hay que avergonzarse de asumir la perspectiva de un país en vías de desarrollo. Las organizaciones deben aprovechar las oportunidades de compromiso mutuo para coordinar sus esfuerzos. Esto va más allá de importantes actividades como brindar oportunidades para construir relaciones, financiar a las ONG del sur o apoyarlas en el desarrollo de capacidades. Las OING occidentales ya establecidas han construido infraestructuras diseñadas para las campañas a nivel mundial que influyen sobre los líderes políticos internacionales, y pueden aprovecharlas. Asimismo, las agrupaciones de los países en vías de desarrollo cuentan con conocimientos prácticos sobre los temas que más les afectan, y tienen los contactos y la legitimidad necesarios para el trabajo a favor de los derechos humanos. Mientras que las OING pueden tener una visión demasiado amplia y universalista, las ONG locales y sureñas pueden tener una visión demasiado focalizada. Es posible obtener lo mejor de ambos mundos al unir fuerzas, en vez de reinventar organizaciones.