Para comprender a los perpetradores, debemos preocuparnos por ellos

Los perpetradores tienen mucho que enseñarnos. Yo diría, de hecho, que lograr entender a los perpetradores específicos en contextos específicos podría ser una de las oportunidades más importantes que tenemos para aprender cómo evitar que se cometan atrocidades en el futuro. Las personas no nacen monstruos. Se hacen, de manera cuidadosa e ingeniosa. Sabemos, por ejemplo, que los perpetradores muchas veces están motivados por el miedo a la “contaminación” étnica o de género, que no hay nada que odien más que su propia vergüenza encarnada en otras personas. Y sabemos que las instituciones políticas y militares tienen muchas técnicas para desencadenar estos miedos y vergüenzas. Pocas personas están en mejor posición que los perpetradores para ayudarnos a identificar, anticipar e incluso contrarrestar esas técnicas.

Durante el tiempo que he pasado con criminales de guerra, sin embargo, me ha resultado sumamente difícil lograr que se abran.

Durante el tiempo que he pasado con criminales de guerra, sin embargo, me ha resultado sumamente difícil lograr que se abran, y ha sido incluso más complicado hacer que reflexionen con abierta curiosidad sobre sus propias experiencias y motivaciones. Detectan con rapidez las reacciones críticas y pueden estar excesivamente alertas ante la posibilidad de ser sondeados o manipulados. Un paso en falso, una palabra equivocada, y no se obtiene nada de ellos más que las historias defensivas, trilladas y a menudo falsas que han utilizado para justificar sus espeluznantes decisiones: “Yo solo estaba obedeciendo órdenes. De lo contrario, me habrían matado”. “Sí, he escuchado que ocurren esa clase de cosas, pero yo nunca las hice”. “Todo el mundo se sentía y actuaba de esa manera en aquellos tiempos”.

En mis primeras entrevistas con los perpetradores, ni yo ni ellos aprendimos nada, porque yo no estaba dispuesto a extender la mano y establecer una conexión emocional con ellos. No importaba el cuidado con el que escribiera mis preguntas ni lo considerado que fuera para no provocarlos. El tono de mi voz, la forma en que sostenía mi cuerpo, las docenas de señales no verbales que enviaba incluso antes de hacer la primera pregunta: todo esto hacía que ellos se cerraran, una y otra vez.


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Empathy can help with understanding the experiences and motivations of perpetrators.


Las cosas no mejoraron sino hasta que me comprometí a ver a cada uno de los hombres con los que hablaba en toda su humanidad, hasta que me comprometí a aceptar en lugar de juzgar. Las cosas no mejoraron, en otras palabras, sino hasta que comencé a pensar en ellos como sobrevivientes de un trauma, y a preocuparme por ellos como lo haría por cualquier otra víctima de sus terribles guerras.

La primera cosa que me ayudó fue practicar el describir a los hombres con los que me reunía, en voz alta y en mi mente, como veteranos en lugar de como criminales de guerra. Era algo pequeño, pero estoy convencido de que este replanteamiento cognitivo de su identidad fue crucial para que pudiera tener entrevistas exitosas. La segunda cosa que me ayudó fue programar las entrevistas en sus casas. Visitar sus hogares significaba que era culturalmente apropiado llevarles un pequeño regalo en cada visita. Realizar un acto de bondad de manera intencional fue un primer paso crucial para abrirme con ellos. Visitar sus hogares también significó que tenía la oportunidad de conocer a sus cónyuges, sus hijos e incluso sus nietos. En los casos en los que no conocía a sus seres queridos en persona, probablemente veía fotografías de ellos o podía pedir verlas. Si no tenían seres queridos (algunos ya eran viejos y estaban desesperadamente solos), hacía un esfuerzo deliberado por prestar atención a sus objetos queridos: la pintura colocada en el centro de la habitación o el libro exhibido visiblemente en la mesa. A veces, hablábamos de esos objetos, pero otras veces bastaba con que yo los notara como detalles de una personalidad humana completa.

Cultivar de manera deliberada la empatía hacia los veteranos con los que hablé fue esencial para enfrentar un hecho inevitable de las entrevistas: sus mentiras. Los hombres con los que hablé me decían dos clases de mentiras: las mentiras que les decían de manera deliberada a los demás (un veterano que asesinó niños, por ejemplo, trataba una y otra vez de negar que lo hizo) y las mentiras que se decían a sí mismos sin darse cuenta (un hombre trataba de insistir en que tuvo relaciones sexuales con el consentimiento de las mujeres de solaz, así que no era un violador). Era importante ir más allá de estas dos clases de mentiras, pero no podía hacerlo si no podía empatizar con su necesidad de mentir, con su necesidad de defenderse contra sus peores vergüenzas. Tener esto muy presente en mi conciencia emocional me permitió realizar interrogatorios empáticos. En mi opinión, esta era la única manera de obtener verdades a partir de personas cuyos testimonios eran completamente voluntarios. En lugar de sentirme frustrado, por ejemplo, podía escuchar con paciente aceptación a un hombre que negaba haber asesinado niños, pasar a otro tema y después volver a la cuestión del asesinato de niños una vez más, e incluso otra vez, de maneras que siguieran sintiéndose como una invitación en lugar de una inquisición. En vez de discutir con un hombre que recordaba a las mujeres de solaz ya sea con afecto sin complicaciones o con disgusto hostil, le podía pedir que me ayudara a entender qué había sucedido con estas mujeres, cómo llegaron a esa situación y qué les hicieron otros hombres. Si lograba hacer que se sintiera lo suficientemente cómodo para recordar y explicar con todo detalle, podíamos llegar a un punto en el que yo pudiera preguntarle “¿es usted un violador?” y él no se sintiera acusado.

Me siento culpable por las cosas que hice al hablar con estos hombres. Me siento culpable de que la bondad y el respeto que les mostré fue en última instancia, una forma de manipulación, por sincero que me hubiera gustado ser. Pero también me siento culpable por una razón muy diferente. Al día de hoy, no puedo dejar de imaginarme a sus víctimas, muertas desde hace tiempo, mirándonos mientras hablábamos. Están mirando a través de la ventana, y nosotros estamos sentados cómodamente, sonriendo y a veces riendo, hablando sobre nietos y libros, como si los muertos no estuvieran parados justo ahí, como si estos hombres no fueran responsables de monstruosidades históricas, como si tuvieran el mismo derecho que cualquier otra persona a recibir los pequeños gestos de amabilidad y respeto que nos unen en comunidades y relaciones de apoyo mutuo.

La pregunta de este debate es cuál es la mejor manera de interactuar con los responsables de cometer atrocidades. La respuesta que yo daría es que hay que hacerlo conscientes de la paradoja moral que implican estos esfuerzos: tratar de amar lo que uno odia.