Los mexicanos esperamos mucho más de lo que jamás obtendremos del Papa

Llena de contradicciones, la primera visita oficial del Papa Francisco a México fue desalentadora en relación con la actual situación de derechos humanos. Pero al mismo tiempo, cualquier otra cosa habría sido un comportamiento poco característico. A su llegada a México hace dos semanas, el Papa encontró un país sumergido en una grave crisis de derechos humanos, caracterizada por desapariciones forzadas, feminicidio, racismo y desigualdad socioeconómica. Además de todo eso, enfrentaba numerosas denuncias de pedofilia entre los sacerdotes católicos de Oaxaca y Michoacán, entre otros lugares. Como padre jesuita, pero también como jerarca máximo de la Iglesia Católica, los mexicanos tenían grandes expectativas, y muchos quedaron decepcionados.

Muchos mexicanos esperaban que el Papa adoptara una clara postura política respecto a las violaciones de derechos humanos por tres sencillas razones: : 1) la Compañía de Jesús en México y sus organizaciones de ministerio social han encabezado la defensa de los derechos humanos durante décadas; 2) los grupos de víctimas y sus familias, muchos de ellos católicos, solicitaron que interviniera en sus nombres para promover la justicia y hablar sobre el sentir nacional; y 3) ignorar la crisis significa, en esencia, ignorar al segundo país con mayor número de católicos en América Latina.

Muchos mexicanos esperaban que el Papa adoptara una clara postura política respecto a las violaciones de derechos humanos. 

De hecho, poco antes de su llegada, y más tarde con la mediación de los sacerdotes jesuitas de México, los familiares de los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa solicitaron expresamente una audiencia. Para su decepción, el Papa Francisco rechazó la visita. Al principio, sus voceros dijeron que la rechazó por las divisiones e intereses entre los distintos grupos de víctimas; más adelante, dijeron que no podía recibirlos a todos porque era un grupo muy numeroso. Para su última misa en Ciudad Juárez, les ofreció algunos lugares a las familias, pero estas rechazaron la invitación, no por orgullo sino porque estaban buscando algo más que una mera visita: lo que querían era su solidaridad. Lo que esperaban, y no obtuvieron, era que el Papa aceptara llevar su exigencia de justicia ante el presidente de México y otros políticos indolentes.

El Papa tampoco se mostró dispuesto a alzar la voz y condenar los cientos de casos de violación y otros abusos sexuales cometidos por sacerdotes católicos contra niños y niñas. Ni siquiera mencionó el tema en Morelia, hogar del mayor pedófilo en México y fundador de los Legionarios de Cristo, el padre Marcial Maciel. Tampoco hizo mención alguna de los feminicidios y las mujeres desaparecidas, a pesar de que ofició una misa en Ecatepec, en el Estado de México, el municipio con la mayor recurrencia de casos de feminicidio en el país, superando a Ciudad Juárez. En lo que respecta al racismo y la opresión de la población indígena (uno de los focos centrales del ministerio de la Teología de la Liberación, incluido el de los jesuitas), el Papa Francisco rezó frente a la tumba del sacerdote Samuel Ruiz, famoso por su apoyo a las causas indigenista y Zapatista, en San Cristóbal de las Casas, Chiapas. También pidió disculpas a las poblaciones indígenas por su exclusión sistemática. Sin embargo, no pareció perturbarle la desigualdad que simbolizaba el comité de bienvenida, compuesto por indígenas de rodillas, con el que lo recibió el gobernador de Chiapas.


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Pope Francis is welcomed by Mexican President Enrique Pena Nieto at the Presidential Palace in Mexico City.


Lo más audaz que se escuchó del Papa sobre el tema ocurrió en Ciudad Juárez, cuando criticó la voracidad de las empresas que explotan a sus empleados y las condenó al infierno. Sin embargo, estas palabras tuvieron poco efecto en una ciudad como Juárez, donde la explotación de la fuerza de trabajo se ha vuelto alarmantemente común, lo que incluye el feminicidio, el secuestro, la extorsión, las desapariciones forzadas, las ejecuciones y el desplazamiento forzado de los pobres y los marginados; violaciones que dejó en su camino la industria maquiladora al abandonar gradualmente el país. México necesita mucho más del Papa que la condena espiritual de sus elementos indeseables.

Los defensores del Papa Francisco sostienen que el hecho de que eligiera estas ciudades para su visita (Ecatepec, Morelia, San Cristóbal de las Casas y Ciudad Juárez) es en sí mismo un reconocimiento de la grave crisis de derechos humanos que está ocurriendo en México. Sin embargo, sus sermones no condenaron expresamente las violaciones de derechos humanos que caracterizan esta crisis: desapariciones forzadas, feminicidio, racismo, desigualdad social y pedofilia. Su acción más radical en este sentido fue criticar la corrupción de la clase política y su papel en la propagación del narcotráfico y la violencia. Pero, al mismo tiempo, permitió una lujosa recepción y un gasto millonario de recursos públicos para proporcionarle un destacamento de seguridad digno del presidente de los Estados Unidos. Se militarizó y bloqueó el centro-sur de la Ciudad de México durante su visita de cinco días; muchos residentes se sentían sitiados y pensaban que la cantidad de agentes fuertemente armados (se calcula que eran 60,000) en las calles no era razonable y era francamente aterradora. Este hecho, ampliamente criticado en las redes sociales (que sus asesores seguramente revisan) no pareció afectar ninguno de sus planes, lo que dio la impresión de que el malestar que sentían muchos mexicanos por el despliegue masivo de fuerza realmente no le importó. Al final de su recorrido, el Papa Francisco agotó una agenda filantrópica y aburrida desde el punto de vista político con una visita a los pobres domesticados, pueblos indígenas folclóricos e idealizados, y enfermos de cáncer.

Hoy en día, queda muy claro que, no obstante las acusaciones al principio de su mandato, el Papa Francisco no fue uno de los sacerdotes que colaboraron con la dictadura argentina, pero también es evidente que estuvo involucrado en algunas prácticas muy cuestionables de la Iglesia Católica durante ese tiempo. No era de las personas que trabajaban en las chabolas o villas de miseria ayudando a los desposeídos a organizarse para exigir sus derechos. Sí: el Papa Francisco es un jesuita. Sí, vive con más modestia que sus predecesores. Pero no es la clase de persona que profesa la praxis de la opción preferencial por los pobres, ni alguien que intervenga en favor de sus derechos. Su visita reveló mucho sobre su postura en relación con los derechos humanos y cuán simbólica es realmente su influencia. No se reunió con las víctimas de las violaciones de derechos humanos, y solamente se reunió con los enfermos y los pobres que el gobierno mexicano quiso dejarle ver. Podría haber hecho muchas cosas en México, pero no lo hizo. En este sentido, el Papa Francisco demostró exactamente quién es. Al menos fue coherente.