Ciencias y pandemia. Una epistemología para los derechos humanos

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Un hombre se realiza una prueba para detectar la covid-19 , en el megacentro de pruebas recién en el Estadio Maracaná, en Río de Janeiro (Brasil). EFE/ André Coelho


Uno de los hitos sanitarios en la lucha contra la epidemia del ébola en 2014 fue la intervención de antropólogas/os para abordar junto a las comunidades locales una de las ocasiones críticas en la transmisión del virus: los ritos funerarios. Ahora, abordar la pandemia de la covid-19, que se transmite por vía aérea, no sólo demanda conocimiento biomédico sino también entender cómo, por qué y para qué nos relacionamos, qué hicimos para que apareciera el virus y cómo éste ha cambiado nuestras vidas.

Con la covid-19 quedó evidenciado que, de una manera incluso más palpable que con el cambio climático, las ciencias tienen el potencial de salvar vidas mientras que su menoscabo puede afectar profundamente los derechos humanos, incluidos el derecho a la vida y a la salud. Sin embargo, la movilización de las ciencias y las políticas sanitarias han padecido, en términos generales, de un marcado déficit en materia de pluralismo epistémico. 

Esto resulta obvio cuando se considera la marginalización de los efectos psicológicos y sociales y en los derechos humanos derivados del confinamiento y demás medidas —avaladas por gran parte de la comunidad científica— restrictivas de la libertad ambulatoria; el desinterés inicial por la incidencia del estatus socio-económico de las personas sobre la acción del virus (aún no sabemos, por ejemplo, la tasa de letalidad del virus sobre adultas/os mayores en función de los montos jubilatorios percibidos); o cuando se piensa en la confianza desmesurada en los modelos matemático-epidemiológicos desarrollados en pandemia que, han aunque no prometen un valor predictivo exacto en cuanto a la evolución del virus, sí han modelado fuertemente las políticas públicas), aún sin antes haber comprendido cabalmente el cuerpo social para las que han sido diseñadas.

Esta miopía epistémica ha sido evidente en las medidas restrictivas del ocio nocturno juvenil, que exigían entender, por ejemplo, los contornos de la sexualidad de esta población para desarrollar políticas realistas que articulen el disfrute y los cuidados individuales y colectivos. También se ve en la apertura de actividades económicas que generaban mayores ingresos fiscales, sin una interpelación desde un punto de vista sanitario. 

Es difícil saber en qué medida ese reduccionismo epistémico se ha debido, en 2020 y 2021, a la ya conocida visión epistemológica positivista que concibe las ciencias naturales como modelo de conocimiento y relega las ciencias sociales a una posición subordinada, a  la súper-especialización de los campos científicos, a la hegemonía del paradigma de la bioseguridad, a las crecientes inducciones estadísticas,  a la ideología imperante que sacraliza los métodos científicos negando que son un producto histórico, o a una recortada e interesada lectura de la realidad tendiente a invisibilizar las relaciones de poder y sus consecuencias en el mundo (lo cual incluye la captura cognitiva tanto corporativa como política).

En todo caso, esta miopía epistémica ha implicado un triple desafío en la pandemia. Primero, para que las personas podamos pensarnos a nosotras mismas como seres vivos con conciencia; segundo, para explicitar, comprender e interpelar las presunciones sociológicas y los fundamentos axiológicos detrás de las recomendaciones biomédicas que han modelado las políticas públicas; y tercero, para entender cómo, tanto los factores sociales como los naturales, se encuentran en la base de las causas y consecuencias de la pandemia.      

En otras palabras, el enfoque prevalente pasa por alto que la pandemia es un fenómeno complejo, en el cual lo social y político desempeñan un papel tan importante como lo biológico.

Acabamos de publicar, junto a treinta autora/es provenientes de diversos campos disciplinarios, el libro Ciencias y pandemia. Una epistemología para los derechos humanos. El libro propone un debate acompasado desde la perspectiva de una epistemología pluralista que integra todos los planos de las ciencias y busca construir saberes que tiendan a asegurar la sustentabilidad de la vida.

De ese modo conecta la práctica científica con el contexto histórico y social en el cual el conocimiento es generado y, de manera más específica, brinda herramientas que captan       de manera adecuada los determinantes sociales de la salud, pilar de la epidemiología crítica.

En otras palabras, el enfoque prevalente pasa por alto que la pandemia es un fenómeno complejo, en el cual lo social y político desempeñan un papel tan importante como lo biológico.

Este libro contribuye, a través de un enfoque de derechos, al diálogo entre las ciencias naturales y las sociales en la comprensión y abordaje epistémico pluralista de la pandemia, sus causas y sus consecuencias. Esto implica identificar y desentrañar las implicaciones de los derechos humanos pertinentes en materia de ciencias y subsecuentes decisiones estatales.

Piénsese, por ejemplo, en las implicaciones de un debate sobre el principio de no discriminación en la definición de grupos prioritarios a vacunarse y en el uso del pasaporte sanitario para viajar, en las derivaciones del principio de asignación máxima de recursos en materia de protección social frente a quienes son empujados por las profundas desigualdades a asumir mayores riesgos epidemiológicos en sus esfuerzos por obtener ingresos para sobrevivir, o en las  implicaciones de los proyectos y enfoques científicos que se financian desde el Estado sobre el derecho a disfrutar del progreso científico y sus aplicaciones.

El enfoque de derechos humanos también se puede aplicar al estudiar la imbricación de los intereses públicos con los privados en la definición de las estrategias sanitarias mundiales: fenómenos como la captura del regulador y la rigidez de los acuerdos de protección de propiedad intelectual también exigen abordajes holísticos, que incluyan poner un ojo en las repercusiones sobre los derechos de la población. Así, por ejemplo, se podría contribuir a las discusiones internacionales en torno a un posible “Tratado pandémico” que complemente el Reglamento Sanitario Internacional. 

El  libro intenta ir mucho más allá de la confrontación con el negacionismo científico, al plantear vías y pautas concretas y específicas para fortalecer el progreso científico en beneficio de los derechos humanos de todas las personas. De hecho, ese fortalecimiento constituye una obligación estatal internacional: tal como lo advierte el Comité DESC de Naciones Unidas en su reciente Observación General sobre derecho a la ciencia, los Estados deben  “velar  por el acceso a las aplicaciones del progreso científico que sean fundamentales para el disfrute del derecho a la salud y otros derechos económicos, sociales y culturales. Adoptar mecanismos destinados a poner las políticas y los programas gubernamentales en conformidad con las mejores pruebas científicas disponibles y generalmente aceptadas”.

El desafío epistemológico de interrelacionar las ciencias naturales y las ciencias sociales en pandemia tiene a su vez su correlato en el campo del movimiento de los derechos humanos, que necesita profundizar su análisis sobre otras interconexiones, como la emergencia climática y la desigualdad.

Este abordaje puede contribuir a explorar y desplegar enfoques multifacéticos para garantizar los derechos humanos. Este objetivo requiere dotar a los derechos humanos, de una manera pluralista, de un sentido y potencial transformadores y emancipadores, que también se aplica en el ámbito del derecho a la ciencia. Este enfoque tiene efectos concretos en el ámbito científico y de los derechos humanos. Por ejemplo, al reconocer la altísima probabilidad de origen zoonótico de la covid-19 (y de otras epidemias y pandemias), y la correlación entre niveles de desigualdad, pobreza y tasas de contagio y fallecimiento, las ciencias y demás saberes (como los derechos humanos) en su conjunto deberían movilizarse para transformar en forma inmediata el sistema económico basado en el extractivismo mientras que las políticas fiscales se despliegan para terminar ya mismo con la pobreza y los niveles extremos de desigualdad.