Los peligros de que las ONG internacionales se vuelvan locales

EFE/Paolo Aguilar

If domestic capacities and movement building are rightly prioritized over short-term gains, then NGOs in the global North that localize need to explore alternatives.


En reconocimiento de los límites de la presión externa sobre los gobiernos del Sur global, las organizaciones de derechos humanos del Norte se están “internacionalizando”, ubicando a su personal y estableciendo oficinas directamente en el Sur. En 2017, la Oak Foundation me contrató para evaluar la estrategia de internacionalización de una organización de derechos humanos destacada. La investigación incluyó entrevistas con miembros del gobierno, los medios, laboratorios de ideas, la comunidad de derechos humanos y sus críticos en Brasil, India y Sudáfrica, así como con los directivos de la organización en sus oficinas centrales del Norte y en cuatro países del Sur global, además de una breve encuesta a sus socios de derechos humanos.

Los resultados de la evaluación indican que se lograron importantes avances de derechos humanos en el Sur, pero los beneficios más claros fueron para las agrupaciones del Norte. De hecho, el traslado de las organizaciones norteñas al Sur puede obstaculizar a las organizaciones nacionales en sus esfuerzos por crear las comunidades y movimientos de derechos humanos esenciales para lograr que los gobiernos respeten los derechos y rindan cuentas.

Una presencia prolongada en el Sur puede ayudar a que las organizaciones del Norte sean mejores organizaciones de derechos humanos: su personal local sabe más sobre las realidades y los matices nacionales, es menos probable (o posible) que se relacionen con aliados locales en términos exclusivamente instrumentales y es más probable que aborden los objetivos de derechos humanos desde una perspectiva que tenga en cuenta las transformaciones sociales y políticas más amplias que se requieren. Dado que el personal que está en los países es más accesible, puede aumentar su capacidad de rendición de cuentas ante las comunidades y los socios locales, en comparación con el personal que opera a distancia desde las oficinas centrales en el Norte. Al mismo tiempo, las organizaciones norteñas, que de otro modo podrían descartar las críticas de sus homólogas del Sur, tienen menos probabilidad (o capacidad) de ignorarlas cuando provienen de su personal ubicado en el Sur, ya que no resulta tan fácil cuestionar sus motivos.

A través del trabajo con sus homólogas sureñas, las organizaciones del Norte también han registrado avances importantes, aunque paulatinos, en una variedad de temas de derechos humanos, políticas, leyes y más, en todo el Sur. Sin embargo, aunque se logren muchos más de esos avances, esto no generará los tan buscados cambios sistémicos que solo pueden lograr los movimientos nacionales fuertes. Ciertamente, si no hay públicos informados que esperen que quienes gobiernan cumplan su obligación de respetar, proteger y satisfacer los derechos humanos, todos los logros serán parciales y vulnerables. Incluso en el Norte, a pesar de contar con instituciones políticas representativas sólidas, estamos pagando el precio de no haber cultivado la aceptación y comprensión de los derechos humanos por parte del público.

Si aceptamos que los movimientos nacionales son las herramientas esenciales para lograr gobiernos que respeten los derechos y rindan cuentas, entonces las organizaciones de derechos humanos (tanto del Norte como del Sur) deben evaluar todas sus acciones en función de cómo afectan los esfuerzos para conformar, involucrar y movilizar grupos de apoyo locales para los derechos humanos. En el caso de las agrupaciones del Norte que se trasladan al Sur, esto requiere prestar atención a cuatro áreas.

En primer lugar, la internacionalización del Norte debe responder a las prioridades locales de derechos humanos, y no a las prioridades del Norte para el Sur. Todos los derechos humanos son iguales, pero no tienen el mismo grado de aceptación o importancia estratégica en todos los contextos. Por lo tanto, al seleccionar qué temas abordar, las agrupaciones del Norte deben seguir la iniciativa del Sur. El costo de equivocarse sería mucho más elevado en este caso; además, es más probable que los activistas del Sur no se limiten a los éxitos estrechos, centrados en cuestiones específicas y a corto plazo, sino que se centren en las transformaciones políticas, económicas y sociales más amplias y a más largo plazo. La atención que han dado los defensores de derechos en el Sur a los derechos económicos y sociales y sus alianzas estratégicas con movimientos nacionales por el cambio social —de los pobres, la gente sin tierra, los pueblos indígenas, los trabajadores y los activistas medioambientales, por nombrar solo unos cuantos– son evidencia de ello.

Esto implica adoptar enfoques estratégicos y proactivos que alejen al público de los líderes nacionalistas y populistas, como defender los derechos que se les niegan a las minorías y a buena parte de los miembros de la mayoría, o emprender iniciativas paralelas para difundir el alcance de los derechos humanos y contrarrestar los esfuerzos destinados a caracterizar los derechos como algo que solo sirve a un grupo determinado. En última instancia, los gobiernos que respetan los derechos no solo son la mejor protección para las personas más marginadas, sino también benefician a la gran mayoría de las personas, en todas partes del mundo. Para ello, es necesario crear grupos de apoyo.

En segundo lugar, dado que cuentan con considerablemente más recursos y presencia y acceso mundial, las organizaciones de derechos humanos del Norte pueden eclipsar las voces nacionales en materia de derechos humanos, incluso a nivel local. Parte del razonamiento que justifica una mayor internacionalización de las organizaciones del Norte es el cambio de la estrategia de la denuncia y el descrédito a una basada en intentar relacionarse con los medios y con las élites políticas del Sur global que podrían estar abiertas a estos contactos, e influir sobre ellos. Sin embargo, en la mayoría de los casos, estos sectores ya están mucho más en sintonía con las voces del Norte que con su propia gente, algo que los populistas nacionalistas están explotando con gran eficacia. Lo que se necesita es que los gobernantes sean más receptivos a las comunidades locales, y no a las organizaciones del Norte.

En tercer lugar, debido al desequilibrio persistente y notorio en el financiamiento, las organizaciones del Sur están en notable desventaja frente a sus aliadas norteñas bien financiadas. Los activistas del Norte global que ven más allá de sus propias organizaciones reconocen que una distribución de recursos más equitativa contribuiría más a sus objetivos de derechos humanos. Por lo tanto, financiar a las organizaciones del Sur debe ser una prioridad, y las organizaciones del Norte no deben competir por el financiamiento de fuentes locales con sus homólogas en el Sur global. Esta no es simplemente una cuestión de equidad: lo que retrasa el ejercicio de los derechos humanos en el Sur global es la debilidad de las comunidades y los movimientos de derechos humanos en esas regiones, y no la debilidad de las agrupaciones del Norte.

Por último, con sus salarios considerablemente más altos y su prestigio internacional, las organizaciones del Norte pueden atraer a los profesionales locales establecidos que trabajan en las organizaciones nacionales, lo que añade otro desafío a los esfuerzos por fortalecer las comunidades nacionales de derechos humanos. Si las capacidades nacionales y el fortalecimiento de los movimientos tienen prioridad sobre los beneficios a corto plazo, las ONG del Norte global que se están internacionalizando tienen que explorar alternativas. Estas pueden incluir el invertir en la capacitación de nuevos integrantes jóvenes, para ampliar la comunidad de profesionales. Una vez más, esto requiere privilegiar los objetivos de largo plazo frente a las ganancias de corto plazo.

La manera en que las organizaciones enfrenten estos y otros peligros de la localización del Norte en el Sur dependerá sin duda de su comprensión de cómo se han de lograr los derechos humanos en última instancia. Las organizaciones que reconocen el imperativo de desarrollar las capacidades nacionales para hacer que los gobiernos cumplan sus obligaciones afrontarán las inquietudes mencionadas directamente: respetarán las prioridades nacionales, privilegiarán la capacidad de respuesta a las voces nacionales, fomentarán el financiamiento para las agrupaciones nacionales y contribuirán a las capacidades nacionales. Sin embargo, las organizaciones del Norte que siguen creyendo que ellas son los principales motores del cambio en el Sur quizás seguirán haciendo cosas buenas, pero retrasarán aún más el cambio sistémico necesario para la plena realización de los derechos humanos.