El imaginario internacional de derechos humanos y el movimiento internacional de derechos humanos

/userfiles/image/Fletcher_Image_03-26-21.jpg


El movimiento internacional de derechos humanos se encuentra en un período de contestación y realineación interna, incluso mientras el proyecto de los derechos humanos sufre amenazas políticas externas por el aumento del autoritarismo, el nacionalismo popular, el extremismo religioso y similares.

La crisis interna es una crisis de legitimidad. Los defensores de derechos humanos que trabajan según las tradiciones del movimiento internacional de derechos humanos —es decir, los que estamos basados en el norte y utilizamos un enfoque legalista para abordar las violaciones de los derechos humanos en el sur global— están siendo cuestionados. Los grupos de derechos humanos y las comunidades afectadas del sur global nos desafían a responder a preguntas acerca de lo que trabajamos: ¿por qué las ONG internacionales defienden cuestiones que no son sus prioridades? ¿Por qué hacer hincapié en la responsabilidad y no en la paz? ¿Por qué reivindicar las violaciones de los derechos políticos y no atacar la desigualdad económica? También se nos pide que respondamos por nuestras prácticas, es decir, por cómo realizamos nuestro trabajo. Los grupos locales perciben nuestros métodos de trabajo como extractivos, nuestra defensa como paternalista en lugar de empoderadora y nuestras asociaciones con ellos como una repetición frecuente de dinámicas incómodas de jerarquías raciales y neocolonialismo.

¿Por qué hacer hincapié en la responsabilidad y no en la paz?

Nuestras posiciones de repliegue para defender estas críticas se basan en valores y principios que no ofrecen respuestas adecuadas. Nuestra teoría del cambio —el conjunto de valores centrales en torno a los cuales gira el movimiento internacional de derechos humanos— no se hizo para responder estas preguntas. La teoría del cambio del movimiento internacional de derechos humanos ofrece respuestas definitivas sobre quién tiene derecho a denunciar violaciones, qué daños constituyen violaciones legales y cuáles son los más importantes. También nos dice algo sobre la mejor manera de abordar estas injusticias.  

El movimiento surgió en el contexto de la Guerra Fría y movilizó el discurso de los derechos universales para abordar los abusos estatales de los derechos civiles y políticos tanto en el bloque oriental como en el occidental. El imaginario es un producto de esta época y los actores clave del momento organizaron de forma brillante la movilización de los derechos humanos para influir en la política internacional y, en última instancia, en el comportamiento de los Estados. El Muro de Berlín cayó hace más de 30 años y la política mundial ha cambiado drásticamente. Sin embargo, la teoría esencial del cambio que animó al movimiento en sus primeros días sigue siendo la base de la defensa tradicional de los derechos humanos a nivel internacional.

Entonces, ¿qué es el imaginario internacional de los derechos humanos? Tal y como se refleja en los valores y las prácticas de los actores dominantes, como Amnistía Internacional y Human Rights Watch, este imaginario puede plasmarse en las siguientes afirmaciones: (i) los derechos humanos tienen un alcance global; (ii) los derechos humanos son reivindicaciones de derechos universales de pureza moral realizadas por altruistas contra los Estados por violaciones extremas de la integridad física y de las libertades civiles esenciales contra los inocentes; (iii) la práctica de los derechos humanos se lleva a cabo en consonancia con un compromiso con los principios de legalidad y no promueve una ideología política; (iv) las organizaciones de derechos humanos tratan de influir en los asuntos mundiales dando a conocer los abusos; y (v) el trabajo de derechos humanos requiere conocimientos especializados.

Lo que le falta al imaginario internacional de los derechos humanos es dar cuenta de su propio poder y de los principios que deben guiar el cuándo y el cómo deberían desplegarlos las organizaciones.

Estas ideas están arraigadas en las prácticas internacionales predominantes en materia de derechos humanos, como la supervisión y la presentación de informes, la generación de normas y su aplicación a través de los litigios de derechos humanos y la rendición de cuentas por crímenes internacionales. Las organizaciones internacionales de derechos humanos innovaron y defendieron estos métodos con resultados sorprendentes. Es posible asociar las prácticas más influyentes con organizaciones internacionales: Amnistía Internacional ganó el Premio Nobel de Paz por su campaña contra la tortura. Las estrategias de documentación de “denunciar y exponer” son prácticamente sinónimo de Human Rights Watch. Sin embargo, en los últimos años, los grupos del sur global se han convertido en actores influyentes en la escena internacional por derecho propio. Están desarrollando sus propias agendas, métodos de trabajo e ideas para involucrar a los actores internacionales que chocan con los enfoques tradicionales. Esta evolución hace que las organizaciones internacionales de derechos humanos requieran una teoría del cambio que se adapte a esta nueva dinámica. Nuestros valores fundamentales no son suficientes.

Lo que le falta al imaginario internacional de los derechos humanos es dar cuenta de su propio poder y de los principios que deben guiar el cuándo y el cómo deberían desplegarlos las organizaciones. Nos impulsa el compromiso con la realización de los derechos que nos permiten defender nuestra elección de temas en los que nos enfocamos. El compromiso de los derechos humanos con el legalismo nos aísla de las acusaciones lanzadas por los socios locales y las comunidades afectadas de que nuestros esfuerzos son erróneos o, peor aún, perjudiciales. Por ejemplo, HRW denunció los Acuerdos de Paz de Colombia por su incapacidad para responsabilizar a los violadores de derechos humanos, a pesar del apoyo de los grupos de derechos humanos colombianos a los Acuerdos. Los grupos locales no tenían ningún recurso de principio dentro del vocabulario del imaginario de los derechos humanos para expresar su furia. La intervención de las ONG internacionales de derechos humanos imita así el neocolonialismo.

El paradigma de la cooperación entre las principales ONG internacionales y los grupos nacionales está siendo cuestionado. Los términos convencionales han sido que los grupos con sede en el Norte se apoyan en grupos de derechos humanos más pequeños y con menos recursos, con sede en el Sur, para tener acceso a la información, el sustento de la defensa internacional. Las ONG internacionales utilizan su acceso a las élites internacionales y a los medios de comunicación para provocar una respuesta internacional, y los grupos locales y las comunidades afectadas reciben los beneficios de la intervención internacional que de otro modo no podrían activar.

Tal vez necesitemos una teoría de la solidaridad que pueda dar cuenta de la política de liberación que muchos grupos del sur global utilizan para alcanzar los derechos humanos. Nuestra noción de solidaridad es confusa. A veces significa un compromiso transnacional con los principios de los derechos humanos, como la solidaridad para abolir la pena de muerte. A veces significa un compromiso para lograr un resultado político, como la solidaridad del movimiento antiapartheid.

Tenemos que unir nuestro trabajo y nuestros métodos de trabajo para reforzar la labor de los grupos locales de derechos humanos, que son los más afectados por cualquier política o norma jurídica que se promulgue en Ginebra, Nueva York o La Haya. Al igual que el concepto jurídico de margen de apreciación, los grupos internacionales necesitan un principio de solidaridad que cree una zona de deferencia dentro de la cual deben ceder a los grupos locales.

Cuando existan métodos alternativos razonables para promover los derechos humanos o las interpretaciones del derecho internacional, las organizaciones internacionales, como mínimo, no deberían intervenir para frustrar a los líderes locales de derechos humanos. Como forma intermedia, deberíamos aprovechar cuidadosamente lo que mejor sabemos hacer al servicio de las prioridades dirigidas por la comunidad. Esto requiere centrar nuestro trabajo en torno a coaliciones de solidaridad transnacional dirigidas por el sur en las que se desplieguen estratégicamente las fuerzas de los grupos internacionales. Las formas de práctica tradicionales perduran en parte por sus múltiples beneficios. No deberíamos abandonarlas, sino ponerlas de forma más explícita al servicio de los movimientos de derechos humanos dirigidos por el sur. Por ejemplo, allí donde los defensores locales de los derechos humanos no pueden hacer públicos los abusos sin riesgo de represalias, las organizaciones internacionales pueden y deben documentar los abusos, tal y como los priorizan los grupos locales, ante una audiencia global.

Sin embargo, si queremos que la solidaridad sea un principio básico del imaginario, tenemos que ir más allá. Los grupos internacionales deberían desafiarse a sí mismos para inventar nuevas prácticas que alteren los viejos patrones que reinstalan los binarios de poder norte-sur. ¿Podemos valorar el conocimiento local como valoramos el conocimiento técnico de las burocracias internacionales? Si los grupos locales utilizan los derechos humanos para abordar las causas fundamentales y estructurales del sufrimiento humano, ¿podemos abordar las demandas de justicia distributiva al innovar el canon internacional de normas e instituciones de derechos humanos? ¿Cómo cambiaría esta forma de solidaridad no sólo lo que hacemos, sino cómo lo hacemos? Hay mucha incertidumbre, pero mantener nuestro rumbo actual supondrá, con razón, una mayor erosión de nuestra legitimidad. Tenemos que superar los límites de lo que hemos imaginado que son los derechos humanos para seguir siendo relevantes para un movimiento de derechos humanos global y no meramente internacional.