¿Por qué el futuro de los derechos humanos debe ser esperanzador?


En un movimiento de derechos humanos dedicado a denunciar abusos, la comunicación positiva no se da fácilmente. A los integrantes de la comunidad de derechos humanos nos motiva el deseo de dar a conocer el sufrimiento y la injusticia que vemos en el mundo, pero lo que la gente necesita de nosotros no es información sobre lo que está mal, sino esperanza y una forma de mejorar las cosas.

Para reivindicar los derechos humanos, tenemos que prometer un futuro más brillante. En Amnistía Internacional tenemos un dicho: es mejor encender una vela que maldecir la oscuridad. Pero en el movimiento de derechos humanos, pasamos mucho más tiempo maldiciendo la oscuridad. Queremos poner al descubierto el terrible sufrimiento, para que la impresión inspire a la gente a actuar. Pero si solamente mostramos los abusos, las personas comienzan a creer que vivimos en un mundo de crisis, sin alternativas. Aceptan esa realidad, se rinden o recurren a individuos que predican la división, el miedo y una falsa sensación de seguridad.

Aunque el movimiento de derechos humanos siempre tendrá que denunciar los abusos, también tenemos que darles a las personas la oportunidad de unirse para impulsar una causa, retar a los gobiernos para que respeten sus valores y apoyar nuestra manera de ver al mundo. La comunicación basada en la esperanza es simplemente una estrategia inteligente para cambiar la opinión pública que en lugar de decir lo que ya es popular, populariza lo que se tiene que decir.

La comunicación basada en la esperanza se trata de ilustrar lo que nosotros queremos ver, y no solamente lo que están haciendo otras personas. Dado que la mente humana se adapta con facilidad a las malas noticias, cada dosis de shock que administramos a la conciencia global va haciendo inmunes a las personas. Sin una visión alternativa, tangible y creíble, de cómo deberían ser las cosas, corremos el riesgo de reforzar la idea de que los abusos actuales contra los derechos humanos son una realidad lamentable pero inevitable.

Las historias constantes de crisis crean una imagen alarmante del mundo en nuestras mentes. Cuando las noticias solo hablan de sucesos negativos, sensacionales y excepcionales, sesgan nuestra opinión sobre los demás, cultivan desconfianza y nos ciegan a los acontecimientos importantes pero no sorprendentes, como sostiene Rob Wijnberg en su manifiesto para The Correspondent, una plataforma de noticias constructiva. Para romper este ciclo y venderles esperanza a los medios, necesitamos dos cosas: ideas desafiantes y relatos sorprendentes.

El movimiento ambientalista ya dio el primer paso para alejarse de las advertencias funestas y hablar en cambio de grandes ideas que convencen a las personas de que otro mundo es posible. Por ejemplo, en This Changes Everything (Esto lo cambia todo), Naomi Klein escribe sobre cómo las promesas de un futuro verde y brillante ofrecieron un camino a seguir: “Lo que ha demostrado claramente esta parte del mundo es que no hay arma más potente en la batalla contra los combustibles fósiles que la creación de alternativas reales”.

Ahora, el movimiento de derechos humanos tiene que hacer lo mismo, y las nuevas investigaciones nos ofrecen una manera de replantear completamente la manera en que hablamos sobre los derechos humanos. Por ejemplo, refiriéndose a los refugiados, Amnistía Internacional Australia ahora dice “Tráiganlos aquí”, en lugar de pedirle al gobierno que deje de tratarlos como delincuentes. El análisis lingüístico de Anat Shenker-Osorio sobre cómo los defensores de Australia, el Reino Unido y los Estados Unidos reivindican los derechos humanos muestra que hablamos de los derechos humanos como un objeto que se entrega a los individuos, en lugar de una herramienta para que las personas mejoren sus comunidades y vivan juntas. Sus resultados sugieren que debemos ser más específicos sobre las relaciones de poder y utilizar el lenguaje de los viajes en lugar de la guerra.

Queremos llevar a la sociedad de viaje hacia un lugar mejor, pero recurrimos demasiado al lenguaje de los conflictos: luchamos, reclutamos, movilizamos, resistimos, defendemos, protegemos y contrarrestamos. Construimos coaliciones. Libramos campañas. Buscamos ganar batallas. Pedimos a la gente que tome partido. Este lenguaje es divisivo: no generará un movimiento constructivo y unificador. En cambio, tenemos que hablar sobre construir, crecer y permanecer juntos.

La investigación de la Common Cause Foundation muestra que el altruismo es una fuente de motivación para las buenas causas tan eficaz como el interés propio, si no es que más. El entusiasmo y la pasión impulsan a los movimientos exitosos. Mientras que Donald Trump unió a su base con una simple gorra de béisbol roja, muchas personas comunes que clamaban por los derechos de las mujeres se formaron por horas para comprar botones con la leyenda “Together for Yes” (Juntos por el sí) en Irlanda e inundaron las calles portando pañuelos verdes en Argentina.

Cada vez más investigaciones indican que el miedo y el pesimismo generan opiniones conservadoras y recelosas, mientras que la esperanza y el optimismo tienden hacia puntos de vista más liberales. El contenido alegre e inspirador como la campaña Invencibles de Planned Parenthood no solo sirve para inspirar, sino también crea un impulso político. La ira se moviliza, la esperanza se organiza.

 

También necesitamos contar relatos que sorprendan a las personas a la vez que refuerzan un sentido de humanidad compartida. Cada vez más, los medios de comunicación están respondiendo a la demanda de “momentos” positivos que se pueden compartir en línea. Las redes sociales nos atiborran de “destellos de innovación, mensajes de afirmación y pertenencia, y mensajes de indignación contra enemigos percibidos”. Hoy en día, el movimiento de derechos humanos se concentra en estos últimos, como lo hacen los populistas, aunque los primeros dos son más propicios para nuestros objetivos finales. El desafío es encontrar historias compartidas que creen un sentido de pertenencia a la familia humana, sin el apoyo de un enemigo común. En lugar de provocar compasión por las víctimas, los defensores de derechos humanos pueden volver a humanizar a las personas con historias que ofrezcan un vínculo con individuos, en lugar de grupos, como este niño sirio que busca un refugio no solo para él, sino también para la perrita que ama.

Las nuevas maneras de contar las historias de personas que buscan refugio no destacan aquello de lo que huyen, sino lo que crean en sus nuevos hogares, cómo el acto de bienvenida transforma al anfitrión o el poder de las amistades que enfrentan la adversidad y la política.

Las historias que contamos se convierten en nuestra realidad; por eso necesitamos historias de humanidad y compasión, que refuercen la idea de que los derechos humanos se tratan de que las personas se defiendan unas a otras.

¿Cómo podemos hablar de esperanza y oportunidad cuando los defensores de derechos humanos estamos siendo atacados y tenemos que defendernos y luchar? ¿Cómo podemos ser positivos cuando es nuestro deber documentar la desesperación?

Los defensores de derechos humanos “han estado en la primera fila desde hace mucho tiempo”, como sostiene Kathryn Sikkink en el Libro de jugadas para actores de derechos humanos de Dejusticia. Ella advierte que el marco de crisis y peligro daña sin querer las percepciones sobre la eficacia y legitimidad del movimiento.

El desafío más urgente es renovar la imagen de lo que significa hacer trabajo de derechos humanos. El espacio que más necesitamos crear para la sociedad civil es un espacio alejado de las luchas actuales, en el que nos permitamos vislumbrar posibilidades audaces de un mundo mejor. El movimiento de derechos humanos debe enorgullecerse de ser un movimiento de “cambio lento”, que genera un progreso generacional en la sociedad y las actitudes, y así ofrece un camino para salir de los tiempos más oscuros.


Los invito a consultar esta guía virtual sobre cómo pueden dar un giro hacia las comunicaciones centradas en la esperanza en su trabajo de derechos humanos.


Todavía hay espacio para la ira y la tristeza, si las equilibramos con una idea de cómo mejoramos las cosas. No importa qué tan sombrío sea el relato, siempre hay un chispazo de esperanza. Y nuestro trabajo es encender esa llama.

Entre más oscura sea la crisis, más personas exhaustas por el miedo y la ira recurrirán a opciones extremas. Por lo tanto, tenemos que darles a las personas lo que necesita todo ser humano: esperanza. Después de todo, uno enciende una vela cuando oscurece. La esperanza, como una vela, brilla más en la oscuridad.