A medida que se intensifica la crisis climática, comunidades de todo el mundo recurren cada vez más a los tribunales en busca de ayuda para hacer frente a los miles de millones de dólares que gastan anualmente para paliar los daños causados por fenómenos meteorológicos extremos. Mientras que la política climática mundial ha tenido dificultades para avanzar a la escala necesaria, un número creciente de litigios por pérdidas y daños ofrece vías de recurso a quienes buscan justicia. Estos casos tienen por objeto indemnizar a las personas y comunidades por los daños económicos y no económicos que ya se están produciendo debido al cambio climático, como la pérdida de propiedades, medios de vida, biodiversidad y patrimonio cultural, mediante la presentación de demandas contra los mayores emisores históricos de carbono del mundo, un grupo de empresas de combustibles fósiles a menudo denominado «Carbon Majors».
Sin embargo, a medida que los litigios por pérdidas y daños cobran impulso, uno de los mayores retos sigue siendo la cuestión jurídica de la causalidad, es decir, si las acciones de un demandado concreto fueron un factor lo suficientemente importante en el daño específico del demandante como para que se le considere responsable. Esto puede resultar especialmente difícil en casos en los que factores ajenos al cambio climático también pueden contribuir a mitigar un evento específico o una tendencia local. Pero hay un tipo de impacto climático que está emergiendo como un poderoso foco de atención para superar este obstáculo: el calor extremo.
El aumento de la magnitud, la frecuencia y la duración de los episodios de calor extremo se encuentran entre las consecuencias más directamente atribuibles al cambio climático provocado por el ser humano. A diferencia de otros impactos climáticos, como los huracanes, de los que solo se puede decir que el cambio climático ha aumentado su probabilidad o intensidad, los científicos han podido caracterizar una serie de fenómenos relacionados con el calor como «esencialmente imposibles» sin las emisiones de gases de efecto invernadero provocadas por el ser humano. Al centrar el calor extremo en los litigios por pérdidas y daños, los defensores del clima pueden afinar sus argumentos jurídicos en torno a la causalidad, abriendo nuevas vías para distribuir la carga económica impuesta a las comunidades afectadas.
El coste humano del calor extremo
Centrarse en los efectos del calor extremo no solo hace que las demandas climáticas sean más viables desde el punto de vista jurídico, sino que también pone de relieve uno de los efectos más letales y olvidados de la crisis climática. A pesar de recibir poca atención por parte de los gobiernos y los medios de comunicación, el estrés térmico es la principal causa de muerte relacionada con el clima, y el número de personas expuestas al calor extremo está creciendo exponencialmente. A nivel mundial, se prevé que el número de días con temperaturas superiores a los 35 °C se triplique para 2100 si no se reducen significativamente las emisiones de gases de efecto invernadero. Incluso en las proyecciones climáticas más optimistas, se prevé que las temperaturas aumenten, con consecuencias devastadoras para la salud y el bienestar humanos, especialmente entre las poblaciones vulnerables.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos y el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales establecen los derechos a la salud, al trabajo, a la educación y a la familia, todos ellos amenazados por el calor extremo. Aproximadamente 489 000 personas murieron por causas relacionadas con el calor cada año entre 2000 y 2019, siendo especialmente vulnerables los bebés, los niños, los ancianos, las mujeres embarazadas, los trabajadores al aire libre, las personas sin hogar y aquellas con enfermedades preexistentes. Las olas de calor estivales pueden provocar una elevada mortalidad aguda; más de 70 000 personas murieron como consecuencia del calor del verano de 2022 en Europa. Además, las olas de calor dan lugar a condiciones de trabajo peligrosas, un aumento de los accidentes laborales y el cierre de colegios. La oficina del secretario general de las Naciones Unidas estimó recientemente que 118 millones de niños se vieron afectados por el calor extremo solo en abril de 2024.
Las autoridades jurídicas han reconocido la relación entre el calor y los derechos humanos fundamentales. En un caso histórico de 2024, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos afirmó que la insuficiencia de las medidas adoptadas por el Gobierno suizo para mitigar los efectos del calor extremo violaba el derecho de un grupo de mujeres a la vida familiar. Si bien se trata de un primer paso importante, queda mucho por hacer para garantizar que las comunidades ya afectadas por el calor se recuperen por completo.
Convertir la certeza científica en responsabilidad jurídica
En los juicios, la causalidad se suele dividir en dos partes: la causalidad general (si las emisiones de gases de efecto invernadero causaron el daño sufrido por los demandantes) y la causalidad específica (si las emisiones específicas de los demandados causaron el daño). Sin embargo, el cambio climático es global, acumulativo e involucra a innumerables actores a lo largo de décadas, por lo que no es tarea fácil rastrear un huracán o una sequía en una región específica hasta una sola empresa o un conjunto de emisiones. Esta complejidad ha permitido a las poderosas empresas de combustibles fósiles argumentar que la cadena de causalidad es demasiado difusa y que sus emisiones específicas no pueden vincularse de manera definitiva a una pérdida concreta.
Sin embargo, en los últimos años, la ciencia de la atribución climática ha evolucionado rápidamente. Los científicos ahora pueden evaluar, con cada vez mayor precisión, cuánto más probable o más intenso se volvió un evento climático extremo debido al cambio climático antropogénico, e incluso la proporción de ese cambio atribuible a las emisiones de los Carbon Majors. Todavía no ha habido una demanda en la que un tribunal haya ordenado el pago de daños climáticos basándose en esta cadena de causalidad de múltiples pasos, pero la atribución de eventos de calor extremo a un grupo particular de emisores cuenta cada vez con más respaldo científico riguroso. En una demanda de 2023 contra Exxon Mobil, un municipio de Oregón citó varios estudios científicos de atribución que demostraban que el cambio climático había desempeñado un papel clave en la causa de la ola de calor del noroeste del Pacífico de 2021 y los correspondientes 50 millones de dólares en costes para el condado. En abril de 2025, los científicos publicaron un novedoso marco de atribución «de extremo a extremo» que utiliza métodos revisados por pares para establecer vínculos cuantitativos entre los grandes emisores de carbono y los daños específicos derivados del calor. Según la publicación que detalla este marco, cuando se trata de litigar los daños causados por el calor, la ciencia «ya no es un obstáculo para la justiciabilidad de las demandas por responsabilidad climática».
El calor extremo no es una amenaza futura. Está aquí, es mortal y está empeorando. Y es uno de los síntomas más claramente atribuibles a la crisis climática impulsada por el uso de combustibles fósiles. Al centrar el calor extremo en los litigios por pérdidas y daños, los abogados y las comunidades pueden ofrecer un puente científico convincente entre las emisiones y los daños, estableciendo una base más sólida desde la que buscar justicia para los afectados por uno de los impactos más mortíferos de las emisiones históricas. En la lucha por la responsabilidad climática, el aumento de la temperatura no es solo una advertencia, es una prueba.