Se publicó una versión más extensa de este artículo originalmente en el número 20 de la Revista Sur, que puede encontrarse aquí, producido por Conectas.
La colaboración entre grupos internacionales y nacionales siempre ha tenido sus momentos complicados –malentendidos derivados de perspectivas, prioridades y recursos diferentes. Sin embargo, la típica brecha geográfica entre los dos tipos de grupos generalmente ha conducido a una división de labores natural y saludable.
Hoy en día, varios factores están poniendo a prueba este equilibrio. Para empezar, los grupos internacionales de mayor escala están colocando a más integrantes de su personal fuera de Occidente. Human Rights Watch, por ejemplo, lleva largo tiempo tratando de ubicar sus investigadores en los países en los que están involucrados.
Esa diversidad del personal facilita la comunicación entre los grupos nacionales e internacionales y garantiza que los grupos internacionales estén informados de las inquietudes nacionales, no solamente a través la colaboración externa, sino también mediante discusiones internas.
Por otra parte, lejos quedaron los días en los que se daba por supuesto que todo el personal de los grupos internacionales sería de países occidentales. Cada vez es más probable que las personas que llevan a cabo investigación y activismo alrededor del mundo provengan del país en el que trabajan, que el idioma del país sea su lengua materna y que estén completamente inmersos en su cultura. Esa diversidad del personal facilita la comunicación entre los grupos nacionales e internacionales y garantiza que los grupos internacionales estén informados de las inquietudes nacionales, no solamente a través la colaboración externa, sino también mediante discusiones internas.
Además, conforme algunos gobiernos fuera de Occidente van ganando influencia, Human Rights Watch está haciendo un mayor esfuerzo para incidir en sus políticas de derechos humanos tanto a nivel nacional como en sus relaciones con otros gobiernos, así como hemos trabajado tradicionalmente para influir sobre la política exterior de las principales potencias occidentales. Mientras tanto, la presencia y las habilidades de las organizaciones de derechos humanos con sede fuera de Occidente, como Conectas en Brasil, están aumentando; y estas organizaciones están cada vez más interesadas en abordar cuestiones de derechos humanos más allá de sus fronteras nacionales.
Esta relación en desarrollo ha hecho que el movimiento sea más fuerte, pero también ha generado ciertas tensiones. Las más obvias pueden surgir a partir de los recursos necesarios para construir cualquier grupo de derechos –la atención de los donantes y la atención de los medios.
La preocupación respecto a los donantes es bastante obvia. Si solamente hay un número determinado de donantes interesados en un país (tradicionalmente, las fundaciones institucionales), introducir otro grupo de derechos podría obligar a dividir más una fuente finita de recursos. Sin embargo, nuestra experiencia en Human Rights Watch es que ni el número de donantes ni la cantidad de fondos disponibles de los donantes son algo fijo, particularmente en el caso de los donantes individuales.
En los países en los que Human Rights Watch realiza la mayoría de sus actividades de recaudación de fondos, hemos encontrado que una parte considerable de nuestros ingresos proviene de individuos que donan por primera vez a una causa de derechos humanos. De hecho, esta ampliación de la base existente de donantes ha sido el principal factor que ha hecho posible el crecimiento de Human Rights Watch. Y cuando el grupo de donantes se expande, no lo hace solamente para las organizaciones internacionales; lo hace para todos.
En cuanto a la atención de los medios, la situación es más complicada, pero las cosas no son tan blancas o negras como muchos temen. Si la cuestión se trata simplemente de a quién se cita en una historia sobre derechos humanos que los periodistas ya están preparados para cubrir, agregar al portavoz de una organización internacional podría reducir las oportunidades mediáticas para sus colegas nacionales. Sin embargo, al investigar la situación de los derechos en un país, tratamos de aumentar la cobertura periodística en materia de derechos humanos. Y al destacar la postura de un gobierno con respecto a los asuntos de derechos humanos en el exterior, tratamos de llamar la atención de los medios hacia temas que solían ignorar. En cada uno de estos casos, el efecto es ampliar las oportunidades mediáticas, no dividir las que ya existen.
Quizás la principal fuente de tensión se refiere a los recursos institucionales. Las agrupaciones como Amnistía Internacional y Human Rights Watch simplemente somos mucho más grandes y estamos más establecidas que cualquiera de nuestras contrapartes nacionales. La presencia en el terreno de una organización internacional en cualquier país dado puede parecer escasa (para Human Rights Watch, se trata típicamente de uno o dos investigadores), pero está respaldada por una organización imponente con capacidades y conocimientos prácticos que pueden superar con mucho lo que tienen disponible sus contrapartes nacionales.
Demotix/Jonathan Kalan (All rights reserved)
Human Rights Watch lawyers issue an evaluation of post-election violence in Kenya.
Con todo, admitir estas diferencias no tiene que significar resignarnos a tener relaciones tensas. Por el contrario, en cada caso y con la sensibilidad adecuada, existen antídotos que pueden aliviar las tensiones y mejorar las relaciones.
Por ejemplo, si estamos conscientes de los miedos sobre la competencia por los donantes, podemos buscar compartir activamente. Los grupos internacionales también pueden ayudar a sus contrapartes nacionales al asegurarles a los posibles donantes que hacen un buen trabajo.
La preocupación sobre la competencia por el interés de los medios se puede remediar mediante esfuerzos activos para hablar y publicar juntos, ya sea en conferencias de prensa conjuntas o simplemente citando a los socios nacionales en las producciones de multimedios o los comunicados de prensa de las organizaciones internacionales, como hace Human Rights Watch con regularidad. Con la aparición de las redes sociales como Twitter, también se ha vuelto sencillo promover el trabajo de los grupos nacionales sin necesidad de un comunicado de prensa formal.
También es fácil compartir los recursos institucionales más amplios a los que tienen acceso las grandes organizaciones internacionales. Un buen ejemplo de ello es la Red HRC, una red de organizaciones nacionales e internacionales de derechos que trata con el Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Por un lado, es un vehículo que le permite a una organización internacional como Human Rights Watch, que tiene personal permanente en Ginebra dedicado a las labores del Consejo, compartir información sobre los acontecimientos y las oportunidades de activismo con sus contrapartes nacionales, muchas de las cuales no tienen personal en Ginebra. Por otro lado, es algo que nos fortalece a todos, ya que también se ha convertido en un vehículo para que las voces nacionales sean escuchadas en Ginebra.
Algunas veces, estas colaboraciones requieren que Human Rights Watch se quede en segundo plano en relación con nuestros colegas nacionales. No iniciamos conversaciones con nuestros aliados con la presunción de que seremos los líderes; más bien, intentamos identificar las maneras más eficaces de alcanzar nuestros objetivos compartidos. Por ejemplo, cuando el Presidente Omar al-Bashir de Sudán, que enfrentaba una orden de arresto de la CPI, viajó a Nigeria en 2013, las organizaciones nigerianas encabezaron los esfuerzos para conseguir su arresto, mientras que Human Rights Watch y otras agrupaciones internacionales desempeñaron un papel secundario, de respaldo. El resultado: Bashir abandonó el país apresuradamente para evitar la ignominia de un esfuerzo de detención local.
La tensión entre las presiones idiosincráticas del activismo en un país dado y el deseo de las organizaciones internacionales de ser relativamente coherentes con respecto a sus posturas en varios países requiere, en mi opinión, cierta flexibilidad. No se debe cuestionar la importancia de determinar los hechos con precisión, pero los grupos internacionales deben ser capaces de tolerar cierto grado de variación en sus posturas de activismo de país en país.
Después de todo, se busca una coherencia en el activismo no por principios fundamentales, sino por pragmatismo: para que sea más difícil que los gobiernos a los que nos dirigimos desvíen la presión con el argumento de que es injusto que los señalen únicamente a ellos. Ésta es una preocupación real, pero se debe ponderar frente a otras consideraciones pragmáticas, como si la postura coherente de activismo será la que genere mejores resultados para un país en particular. En esta ponderación, no está claro que la coherencia en el activismo siempre deba ser la consideración principal.
Tal vez lo más importante que deben hacer los grupos internacionales es tratar a sus colegas nacionales con la deferencia y el respeto apropiados. Las organizaciones internacionales debemos hacer el mayor esfuerzo posible para obtener las opiniones fundamentadas de nuestros aliados nacionales, en el entendimiento de que suelen tener la experiencia práctica sobre ciertos problemas de derechos que a nosotros nos hace falta.
El hecho de que tanto los grupos internacionales como los nacionales sean capaces de proyectar su presencia más allá de sus ámbitos tradicionales es una señal de la fortaleza de nuestro movimiento. También es una señal positiva y saludable que podamos hablar con honestidad y sin apasionamiento sobre la naturaleza cambiante de nuestras relaciones. Sobre todo, debemos reconocer que a pesar de las diferencias ocasionales de perspectiva, cualquier malentendido que resulte es eclipsado por los valores y la causa compartidos a los que servimos.