Las violaciones transnacionales de derechos requieren nuevas formas de cooperación

Hace algunos años, llevé al embajador brasileño a Israel para que viera la situación de las comunidades beduinas palestinas en Cisjordania que enfrentaban una expulsión inminente de sus hogares ubicados en un área destinada a la expansión de los asentamientos israelíes. Este tipo de informes son una parte rutinaria de las actividades de promoción de la comunidad de derechos humanos israelí. Los receptores, sin embargo, habían sido casi exclusivamente diplomáticos de Europa Occidental y Norteamérica.

¿Podría Brasil, que está ampliando su presencia en el escenario internacional, desempeñar un papel positivo en la promoción de los derechos humanos en Israel y Palestina?

La expulsión de las comunidades beduinas sí logro detenerse, y es casi seguro que esta victoria se obtuvo gracias a las inquietudes expresadas por la comunidad internacional. Éste es solamente uno de los muchos logros de la comunidad de derechos humanos en los que la comunidad internacional desempeñó un papel contundente. Pero cuando digo “comunidad internacional”, en esencia estoy hablando sobre “los sospechosos de siempre” de Europa Occidental y Norteamérica. El embajador brasileño fue la excepción y no la regla en nuestras actividades de promoción internacional.

Israel goza de relaciones sumamente estrechas con Europa Occidental y Norteamérica, en términos económicos, políticos y diplomáticos. Por lo tanto, tiene sentido que las agrupaciones de derechos humanos se enfoquen en estos países para sus actividades de promoción y que los exhorten a utilizar varias herramientas para fomentar un mayor respeto de los derechos humanos en nuestro contexto. Sin embargo, Israel tiene vínculos extensos y cada vez mayores con países a lo largo del mundo. ¿Por qué estos otros Estados no participan también en la conversación sobre los derechos humanos?

No creo que la respuesta recaiga en una división del mundo entre Estados que violan los derechos y Estados que promueven los derechos; muchos de los segundos pertenecen también a la primera categoría. En cambio, la división más relevante se da entre los Estados que, por la razón que sea, consideran la promoción de los derechos humanos como parte de sus intereses de política exterior y los Estados que no lo hacen. No tiene sentido que las agrupaciones de derechos humanos traten de trabajar con el embajador de China; pero esto no se debe a las violaciones graves y generalizadas de derechos humanos en su país. No es eficaz dirigir los esfuerzos de activismo hacia China, a pesar de sus amplios vínculos comerciales con Israel, porque su gobierno percibe los derechos humanos como un asunto exclusivamente interno de cada Estado. La respuesta no es tan sencilla en el caso de un Estado democrático como la India, que, según informes, es el principal consumidor de equipo militar israelí y el segundo socio económico más grande de Israel en Asia. Como escribe Muriel Asseraf, “los intereses bilaterales a menudo son más fuertes que cualquier otro asunto, sobre todo los derechos humanos”.

Israel está situado geográficamente en Asia Occidental, justo en el centro del mundo árabe. Sin embargo, tenemos una cosmovisión completamente eurocéntrica y esto parece afectar también a la comunidad de derechos humanos. Así que el embajador indio nunca se ha puesto en contacto con las agrupaciones locales de derechos humanos, pero tampoco nosotros hemos tratado de acercarnos a él.

Sin embargo, hay muchas áreas posibles para cooperar e interactuar provechos-amente con aliados nuevos y diversos: al aprender de desafíos similares, al ofrecer lecciones a partir de nuestras propias experiencias e incluso al trabajar para promover los derechos humanos en otros países.

El debate sobre la internacionalización del movimiento de derechos humanos no solamente se refiere a la relación de la sociedad civil con los gobiernos. También concierne a la relación entre diversos grupos dentro de la propia sociedad civil. Igualmente en este sentido, es posible que las agrupaciones israelíes de derechos humanos estén concentrando su atención demasiado en el norte global. Nuestros aliados internacionales son principalmente las organizaciones internacionales con sede en los Estados Unidos y Europa. Sin embargo, hay muchas áreas posibles para cooperar e interactuar provechosamente con aliados nuevos y diversos: al aprender de desafíos similares, al ofrecer lecciones a partir de nuestras propias experiencias e incluso al trabajar para promover los derechos humanos en otros países.

Las organizaciones israelíes de derechos humanos cuentan con abundante experiencia que podría ser de utilidad para organizaciones similares en otros lugares. El singular proyecto de periodismo ciudadano que desarrollamos en B’Tselem abrió nuevos caminos para exhibir violaciones, generar atención del público y promover la rendición de cuentas. El fundador del proyecto tomó nuestra iniciativa local y la convirtió en un modelo internacional a través de Videre, con sede en Londres. Ahora, Videre utiliza cámaras de video para promover los derechos humanos en distintos países alrededor del mundo.

A su vez, estoy segura de que hay organizaciones en otras partes del mundo que han desarrollado estrategias locales exitosas de las que podemos aprender y que podemos adaptar a nuestro contexto. Las agrupaciones israelíes se esfuerzan por responder la pregunta de cómo pueden las organizaciones de derechos humanos participar en la resolución de conflictos sin convertirse en organizaciones políticas. Las organizaciones en las zonas de conflicto de todo el mundo también se enfrentan a esta pregunta y sin duda pueden ofrecer perspectivas y respuestas distintas.

Recientemente participé en una mesa redonda que dirigió una organización estadounidense sobre el tema de la hostilidad popular hacia los organizaciones de derechos humanos dentro de nuestras propias sociedades en tiempos de guerra. Mis colegas en la mesa eran activistas de derechos humanos de Colombia, Rusia y Sudán del Sur; no son los compañeros habituales con los que Israel quisiera ser comparado, pero se generó una conversación muy provechosa para la creación de estrategias de promoción de derechos humanos en situaciones de conflicto.

Las leyes sobre el control religioso de las situaciones personales presentan otro desafío de derechos humanos. Como en la mayoría de nuestros vecinos del Medio Oriente, en Israel el matrimonio y el divorcio se rigen exclusivamente por leyes religiosas, con todos los problemas que esto representa para los derechos de las mujeres y la libertad religiosa.

Por supuesto, el diálogo sobre este tema se ve entorpecido por nuestra realidad geopolítica más amplia. Las organizaciones palestinas de derechos humanos son, de hecho, una parte activa de la sociedad civil de la región. Cuentan con altos niveles de conocimientos prácticos y capacidades, así que pueden contribuir mucho a la promoción regional de derechos humanos. Los expertos palestinos capacitan a los activistas de derechos humanos árabes y son un modelo de profesionalismo. Asimismo, los activistas palestinos respondieron a la primavera árabe con gestos de solidaridad y expresiones materiales de apoyo, como las misiones de investigación.

Las organizaciones israelíes están limitadas en cuanto a su capacidad de participar en este tipo de cooperación, en el mundo árabe desde luego, pero también más allá de éste. El movimiento contra la normalización (que promueve un boicot contra todas las cosas israelíes, mientras Israel continúe con la ocupación de Palestina) tiene un efecto paralizador, a veces incluso para la interacción con las agrupaciones israelíes de derechos humanos.


Demotix/Gili Yaari (All rights reserved) 

Hundreds of rights groups attend a human rights day march in Tel Aviv. Israel has an extremely vibrant human rights community, yet there are no organizations addressing human rights in Israel’s foreign policy.


Las violaciones de derechos humanos son cada vez más transnacionales, por lo que se requieren nuevas formas de cooperación. En Israel, tenemos una comunidad de derechos humanos sumamente dinámica, con organizaciones dedicadas a todos los aspectos de la ocupación israelí, así como a inquietudes nacionales de derechos humanos. Sin embargo, no hay organizaciones que aborden el tema de los derechos humanos en la política exterior de Israel. ¿Quién garantizará que el nuevo tratado bilateral de inversión con Myanmar no intensifique las violaciones de derechos humanos en ese país, por ejemplo? ¿Quién supervisa las ventas de armas de Israel, que se realizan sin escrutinio ni atención del público? Tradicionalmente, este tipo de proyectos sólo habrían estado ubicados en organizaciones internacionales con sede en Londres o Nueva York. ¿Es concebible que las organizaciones de derechos humanos en Israel y Myanmar, o en Israel y Nigeria (por dar un ejemplo de un país al que le vende armas Israel), puedan trabajar juntas para crear una estrategia exitosa para garantizar el respeto de los derechos humanos?

Para abordar eficazmente estos problemas, se requerirá una estrategia más parecida a los “bumeranes múltiples” que propone César Rodríguez-Garavito. Sólo cuando la sociedad civil india le diga a su gobierno que los derechos humanos en el exterior son algo importante podrá la India incorporar un diálogo de derechos humanos a su relación con Israel. Lo mismo puede decirse con respecto a que la sociedad civil israelí se asegure de que nuestro gobierno respete los derechos humanos en el exterior.

La premisa de la que parte la filosofía de los derechos humanos es que dichos derechos son universales. Internacionalizar los derechos humanos hace que la promoción de estos derechos también sea universal y así fomenta un sentido de responsabilidad compartida sobre la promoción de los derechos humanos en todo el mundo.