Más allá de la ley: hacia la creación de estrategias más eficaces para proteger los derechos humanos

Los integrantes de la comunidad internacional de derechos humanos debemos enfrentarnos a la realidad de que la maquinaria jurídica de derechos humanos está en problemas. El número de leyes de derechos humanos internacionales está aumentando, y las burocracias que administran esta maquinaria están creciendo. Aun así, los gobiernos rompen estas leyes e ignoran los procedimientos repetidamente. En los organismos de derechos humanos internacionales abundan los violadores de derechos, algunos de ellos con intereses que se enfocan más en los adornos superficiales que en hacer que el sistema funcione realmente. Con estos lobos cuidando a las ovejas, gran parte del sistema jurídico de derechos humanos está experimentando un bloqueo político y burocrático. Su legitimidad está disminuyendo en la medida en que demuestra su impotencia para proteger los derechos humanos en la mayoría de los países que más protección necesitan; es decir, aquellos países con gobiernos que no quieren injerencia externa alguna. 

En un libro publicado el año pasado, argumento que es necesario seguir varias estrategias para salir de este estancamiento. Aunque los reformistas han estado trabajando incesantemente para mejorar el sistema, las mejoras significativas siguen fuera de su alcance. Para tener resultados más positivos, habrá que trabajar en al menos cuatro frentes. 

En primer lugar, las estrategias eficaces para lograr mejoras requieren evaluaciones más objetivas y detalladas sobre cuándo funciona bien el sistema y cuándo no cubre las expectativas. Ya sabemos que cuando se habla de las leyes, el sistema actual usualmente tiene mejores resultados al proteger los derechos humanos en los países en los que es menos probable que ocurran las peores violaciones de derechos; es decir, en los países pacíficos que gozan de una sociedad civil sólida que trabaja arduamente para consolidar las instituciones locales. Para la mayoría de los países, no existe (o es muy débil) una relación visible entre los compromisos formales de un gobierno conforme a las leyes internacionales de derechos humanos y el respeto real de los derechos humanos. En algunas ocasiones, las tendencias incluso van en el sentido opuesto: una vez que un país firma un tratado, su historial de abusos en realidad se vuelve peor. Los investigadores no están de acuerdo sobre las razones que llevan a estas consecuencias no deseadas, pero algunas de las posibilidades son particularmente inquietantes. Sin embargo, todas estas tendencias son muy generales, miden sólo los cambios más amplios en el comportamiento en materia de derechos humanos. La comunidad de los derechos humanos necesita aplicar las herramientas de la sociología a la evaluación de las estrategias actuales. 

En segundo lugar, una de las cosas más difíciles para esta comunidad es dejar de agregar más acuerdos e instituciones. Tenemos muchas leyes asentadas en los libros. Pero en la mayoría de los países, el sistema ya es incapaz de implementar con eficacia los estándares existentes. El esfuerzo que entra en la creación de nuevos estándares y procedimientos, a menudo redundantes, nos distrae de la tarea urgente de implementar con mayor plenitud los derechos humanos centrales, como las normas contra la tortura, la discriminación contra la mujer y la trata de niños. Agregar más leyes y procedimientos significa que hay más para romper e ignorar. Y un aumento en el incumplimiento debilitará más la legitimidad del sistema, lo cual puede generar todavía más violaciones en el futuro. La única gran, y urgente, excepción es la discriminación con base en la orientación y la identidad sexuales. Aún hace falta que la comunidad internacional reconozca formalmente los derechos humanos de las personas LGBT.

En tercer lugar, los promotores de los derechos humanos debemos darnos cuenta de que a pesar de que nosotros trabajamos principalmente a través de las ONG, el poder estatal desempeña el papel decisivo en gran parte de la política mundial. Los Estados son la base del problema y sus políticas exteriores también pueden ser la base de más soluciones. Los países que más se preocupan por los derechos humanos pueden, y deben, desempeñar un papel más importante para promover su protección alrededor del mundo. En una variedad de situaciones y de diversas maneras, pueden darles a los infractores una razón para actuar de manera diferente, incluso cuando se ignoran los procedimientos jurídicos. El problema, por supuesto, es que estos esfuerzos fallarán a menos que sean constantes o que convenzan a las sociedades de que respetar los derechos humanos es valioso y no sólo rentable. Para que esto suceda, la presión extranjera requerirá un mayor escrutinio y apoyo por parte de los generadores locales de normas, que, desde el interior de los países, ayuden a dar forma a la presión externa para que se ajuste al contexto local. Una administración acertada no necesita el paternalismo determinado que a menudo se asocia con la política exterior de los Estados Unidos o la Unión Europea para sermonear al mundo en materia de derechos humanos, sino un trabajo mucho más cercano y a largo plazo con los interesados locales, como las ONG, las instituciones nacionales de derechos humanos (cuando sea posible) y los líderes religiosos. 

En cuarto lugar, necesitamos fijar más prioridades basadas en la probabilidad de obtener resultados exitosos, en vez de en la esperanza, la publicidad de los medios o los procedimientos habituales. El sistema de promoción de los derechos humanos puede asignar sus recursos de una manera más estratégica. Con frecuencia, gasta sus recursos en esfuerzos que se enfocan en infractores a los que el sistema probablemente nunca podrá convencer, a menos que haya agitación local; lo más probable es que una resolución más de la ONU contra Corea del Norte no cambie mucho las cosas. Los esfuerzos para promover los derechos son con frecuencia erráticos y efímeros en vez de realizarse a largo plazo; hoy en día, hay donantes que están enviando dinero a Afganistán, muchas veces sin coordinación alguna, pero aún está por verse si la atención dura lo suficiente como para contribuir realmente a que se lleve a cabo la enorme transformación nacional que se necesita para que algún día los derechos humanos estén garantizados en el país. Y muchos esfuerzos no están bien adecuados en general a las causas subyacentes del problema: cuando el abuso proviene de las normas culturales y sociales, las herramientas para generar vergüenza que son centrales para el sistema no solamente caen en oídos sordos, sino que muchas veces resultan contraproducentes. La escasez exige prioridades. Concentremos más recursos donde hay mejores evidencias de que los actores, las políticas y las leyes realmente marquen una diferencia positiva.

Los integrantes de la comunidad de derechos humanos debemos hacer frente a una tensión crítica. Por un lado, el derecho internacional desempeña el papel central para definir los derechos humanos y las normas universales del derecho internacional tienen un enorme atractivo. Por otro lado, gran parte del esfuerzo que actualmente contribuye al progreso de estas normas se realiza en cierta forma fuera del sistema jurídico universal; lo realizan promotores específicos de derechos humanos, tanto países como organizaciones no gubernamentales, y depende de la adopción de estrategias, muchas de las cuales incluyen alejarse del legalismo mundial y dar prioridad a algunos derechos y a algunos lugares frente a otros.

Para resolver esta tensión, se requiere realizar un análisis y ser honestos con respecto a lo que funciona. Se requiere desplegar herramientas, incluido el derecho, que puedan generar legitimidad en torno a las normas de derechos humanos. Se requiere ampliar las partes del sistema que funcionan mejor, y arreglar o detener las partes que no lo hacen. Por suerte, los cimientos para un enfoque objetivo hacia la evaluación y promoción de los derechos humanos ya fueron colocados. Las investigaciones sistemáticas comienzan a demostrar cuándo y dónde las herramientas de promoción coinciden con mejoras medibles en la práctica. Necesitamos más investigaciones de ese tipo. Y muchas ONG están ampliando su análisis y recolección de datos. Es hora de que los académicos y los formuladores de políticas colaboren más estrechamente.