Pasando por alto la tortura entre los pobres

La tortura ha sido uno de los temas dominantes de derechos humanos a nivel internacional de los últimos quince años. Sin embargo, la gran mayoría de los casos de tortura no han sido documentados. Tal vez esto sea inevitable, ya que la tortura es muy difícil de documentar. Los Estados invierten recursos considerables para ocultar la tortura y negar que sucede siquiera. Además, las víctimas pueden tener demasiado miedo a alzar la voz, y las organizaciones de derechos humanos tienen recursos limitados. Pero la brecha de documentación más amplia en cuanto a la tortura y el maltrato está entre los pobres, particularmente en el Sur Global, a los que a menudo se deja de lado por completo.

Las investigaciones que hemos estado realizando con socios locales en Kenia, Nepal y Bangladesh indican que las organizaciones internacionales (y en menor medida las nacionales) de derechos humanos pueden subestimar considerablemente el grado de tortura y malos tratos contra los pobres. Hay cinco predisposiciones claves que han llevado a estos puntos ciegos. En primer lugar, la tortura se trata como un acontecimiento extraordinario, en esencia diferente de los encuentros más mundanos y cotidianos con los funcionarios públicos. Esto puede dejar de lado el carácter “mundano” y “cotidiano” de buena parte de la tortura que experimentan los pobres. Con esto nos referimos, por ejemplo, a los comerciantes informales, los trabajadores sexuales, los niños de la calle o los jóvenes de los guetos a quienes se considera como blancos legítimos para la violencia disciplinaria, extorsionista o meramente arbitraria. Estos grupos marginados son detenidos de forma rutinaria por la policía, amenazados y golpeados brutalmente. La violencia rara vez ocurre en las celdas de la policía o en las prisiones; la mayoría de las veces ocurre en las calles, en la parte posterior de una camioneta o en sus propias casas. Para muchos de los habitantes más pobres de Katmandú, Dacca y Nairobi, y de muchos otros lugares del mundo, las interacciones diarias con los funcionarios públicos pueden estar marcadas por la violencia y la coerción.


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A street vendor in Nairobi, Kenya. It is often informal traders, sex workers, street children, or ghetto youth who are the targets of disciplinary, extortionist or arbitrary violence and torture.


Los sobrevivientes de tortura son más fáciles de documentar si encajan en una serie de presupuestos básicos sobre lo que significa ser una “buena víctima”.

La segunda predisposición es que la documentación se concentra en los lugares de detención en vez de en la “calle”, con lo que se pasan por alto otras formas de violencia que caracterizan las interacciones entre los pobres y los funcionarios públicos. En tercer lugar, hay una predisposición al enjuiciamiento y la reparación, que consiste en asumir que el objetivo de la documentación debería ser la responsabilidad ante la ley. En su práctica cotidiana, si no en sus aspiraciones, los pobres suelen dar prioridad a la protección por encima de la rendición de cuentas, lo que genera el riesgo de que los sobrevivientes que no buscan la rendición de cuentas ante la ley sean pasados por alto o ignorados. En cuarto lugar, los sobrevivientes de tortura son más fáciles de documentar si encajan en una serie de presupuestos básicos sobre lo que significa ser una “buena víctima”. Los prejuicios generalizados respecto a algunas de las estrategias de subsistencia de los pobres, como la venta ambulante o el trabajo sexual, pueden significar que no siempre cumplan las expectativas de las “buenas víctimas”. En quinto lugar, y por último, estos puntos ciegos pueden ser particularmente difíciles de superar, ya que las limitaciones en la capacidad institucional implican que las agrupaciones de derechos humanos a menudo están alejadas geográfica y socialmente de los vecindarios de bajos ingresos.

Estas cinco predisposiciones pueden estar presentes en la documentación de la tortura y los malos tratos en todas las poblaciones. Sin embargo, su combinación y entrelazamiento es lo que genera formas particularmente graves de subestimación en cuanto a las experiencias de los pobres. Las predisposiciones no ocurren con la misma intensidad en todo momento y en todo lugar. Pero, sobre todo, estas tendencias son cada vez más intensas a medida que pasamos de las calles a las organizaciones nacionales de derechos humanos y, más allá, a los mecanismos regionales e internacionales. A nivel individual, muchos profesionales de derechos humanos están conscientes de las brechas, pero los incentivos y las estructuras institucionales de la práctica de los derechos humanos puede hacerlas difíciles de superar.

No sostenemos que sea necesario volver a definir la tortura y los malos tratos para abarcar más de las experiencias de los pobres. De hecho, muchos de los tipos de violencia que pasan por alto las formas dominantes de documentación de los derechos humanos se ajustan a las definiciones reconocidas internacionalmente. Más bien, argumentamos que las definiciones existentes se pueden aplicar a una mayor variedad de lugares y experiencias, para englobar las violaciones de los derechos de cantidades importantes de víctimas que no son suficientemente reconocidas.

Es muy posible que las organizaciones de derechos humanos, tanto a nivel local como internacional, estén relativamente satisfechas trabajando dentro de los límites de las predisposiciones que esbozamos. No pueden abarcar todas las cosas ni todos los lugares, y hay razones perfectamente válidas para concentrarse en los lugares de detención, en las víctimas “virtuosas” y en la rendición de cuentas ante la ley, entre otras cosas. Sin embargo, también es importante reconocer que tales decisiones implicarán que se siga percibiendo de manera insuficiente la frecuencia de la tortura y de los malos tratos entre los pobres.

Si las organizaciones de derechos humanos realmente desean responder a las formas de tortura y malos tratos que experimentan los pobres, necesitan fortalecer sus vínculos con otras organizaciones de base. Con demasiada frecuencia, los mundos sociales de las organizaciones de derechos humanos están muy alejados de las vidas de los pobres. Sin embargo, hay un gran número de organizaciones que sí tienen raíces sólidas entre los pobres. La mayoría de las veces, se trata de organizaciones que nunca pronuncian las palabras “derechos humanos”, como los grupos de mujeres, los clubes juveniles, las iglesias y las organizaciones de salud, pero es posible que estén interesadas en ampliar las protecciones de derechos humanos. Algunos ejemplos de esta clase de relación en Kenia, Nepal y Bangladesh son las clínicas móviles de salud, los vínculos estrechos con las asociaciones de comerciantes informales y los centros de justicia comunitaria. Además de que estas organizaciones a menudo tienen una buena idea de cómo es su experiencia de vida cotidiana, los pobres suelen confiar más en ellas. Esta clase de organizaciones, por lo tanto, están en una buena posición para identificar a las víctimas y darles el apoyo que necesitan. Si las organizaciones de derechos humanos dedican recursos a identificar estos socios locales y después los capacitan para enfrentar la tortura y los malos tratos entre los pobres, podríamos comenzar a cerrar la brecha. No hacer nada significa perpetuar el rechazo continuo de grandes segmentos de la sociedad.