Cuando la temperatura sube en Delhi, no solo abrasa las calles. Para las personas discapacitadas, neurodivergentes y con enfermedades crónicas, las olas de calor no solo son incómodas, sino que pueden ser mortales. Este fenómeno no es solo un problema climático, es una violación de los derechos humanos.
Los derechos a la vida, la salud, la educación, el trabajo y la vivienda están consagrados en los marcos internacionales de derechos humanos. Sin embargo, cuando llega el calor extremo, que cada año es más intenso debido al cambio climático, estos derechos se ven silenciosamente privados a millones de personas con discapacidad, que no se mencionan en las políticas climáticas ni se tienen en cuenta en los planes de respuesta a emergencias.
Por qué debemos preocuparnos ahora
2024 fue uno de los años más calurosos jamás registrados en Delhi. Cuando el mercurio superó los 49 °C, muchas personas con discapacidad quedaron atrapadas en sus casas sin electricidad, sin acceso a espacios refrigerados y sin ningún tipo de ayuda para desplazarse. Las personas que dependían de dispositivos de asistencia, ventiladores o medicamentos que requerían refrigeración se enfrentaron a riesgos que ponían en peligro su vida. Otras, como las personas autistas o neurodivergentes, lucharon contra la sobrecarga sensorial debida al calor y al ruido, un problema que a menudo se pasa por alto en las estrategias de ayuda. Estas experiencias no son anecdóticas, sino sistémicas, recurrentes y evitables.
Sin embargo, lamentablemente, las olas de calor rara vez se enmarcan como cuestiones relacionadas con la discapacidad. En el Plan de Acción Nacional sobre el Cambio Climático de la India, la palabra «discapacidad» solo aparece una vez. El último Plan de Acción del Estado de Delhi no tiene en cuenta la accesibilidad de sus refugios refrigerados ni los sistemas de alerta temprana. Esta invisibilidad política agrava la vulnerabilidad climática de las personas con discapacidad, la mayor minoría del mundo, compuesta por más de 1300 millones de personas en todo el mundo.
Inacción de los medios de comunicación y puntos ciegos de las políticas
A pesar del impacto desproporcionado del cambio climático en las personas con discapacidad, los medios de comunicación y los debates políticos rara vez reflejan sus experiencias vividas. Mi reciente artículo en Youth Ki Awaaz destacaba cómo los centros de refrigeración suelen carecer de rampas o señalización táctil, lo que excluye a los usuarios de sillas de ruedas y a las personas con discapacidad visual. En mis reportajes para Lacuna y Peace Insight, documenté múltiples testimonios de personas que se quedaron atrás durante los días más calurosos de Delhi: personas que no podían salir de casa, no podían permitirse el lujo de utilizar aparatos de refrigeración o fueron ignoradas por los servicios de emergencia debido a su discapacidad.
Estas lagunas en las políticas y en el discurso público se traducen en daños reales. También violan la Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad (CRPD), que obliga a los Estados a proteger a las personas con discapacidad en situaciones de emergencia y a garantizar la igualdad de acceso a la atención sanitaria y a las infraestructuras.
Una cuestión de derechos humanos a nivel mundial
Esta cuestión no es exclusiva de la India. Durante la ola de calor europea de 2022, se registraron más de 61 000 muertes excesivas, la mayoría entre personas mayores y discapacitadas. En junio de 2025, el calor causó 2300 muertes en 12 ciudades, de las cuales 1500 fueron causadas por la crisis climática. Además, en los Estados Unidos, menos del 20 % de los planes locales de adaptación al clima mencionan a las personas con discapacidad. Sin embargo, están surgiendo modelos de acción inclusiva de los que vale la pena aprender.
Por ejemplo, en Daca, Bangladesh, los programas de resiliencia urbana han comenzado a cartografiar las comunidades vulnerables al calor, incluidos los residentes de barrios marginales con enfermedades crónicas o problemas de movilidad. Al identificar quiénes corren mayor riesgo, las autoridades municipales están dirigiendo medidas de adaptación específicas a los hogares que a menudo se pasan por alto en la planificación general.
Barcelona, España, ofrece otro ejemplo. La ciudad ha creado nuevas herramientas y métodos para que los profesionales de la planificación urbana diseñen áreas de juego sostenibles e inclusivas para los niños con trastorno del espectro autista y sus familias. Estas iniciativas demuestran cómo la adaptación al clima puede intersectarse con la inclusión de las personas con discapacidad en los espacios cotidianos. Del mismo modo, en Rosario, Argentina, los gobiernos provinciales han tomado medidas para integrar la salud pública y las respuestas a las olas de calor. Sus protocolos combinan sistemas de vigilancia con actividades de divulgación en la comunidad, ofreciendo un modelo que otras ciudades del Sur Global pueden ampliar para proteger a las personas con discapacidad durante el calor extremo.
Filipinas ha ido más allá en su educación sobre la preparación para desastres. Programas como el Proyecto SIGND y LEAD empoderan a las personas con discapacidad como educadores, garantizando que los sistemas de alerta temprana incluyan el lenguaje de signos, materiales de información accesibles y planificación a nivel doméstico. Estas iniciativas no solo protegen a las personas con discapacidad, sino que también las posicionan como líderes en la resiliencia climática. Otro ejemplo de Filipinas es la Red de Reducción del Riesgo de Desastres Inclusiva de la Discapacidad de Cebú (Cebu DiDRR), que colabora con los gobiernos locales para garantizar que las voces de las personas con discapacidad estén presentes en la planificación y el desarrollo de capacidades. Su trabajo demuestra que la resiliencia no es un regalo otorgado a las comunidades con discapacidad, sino un proceso construido con ellas como protagonistas.
Lo que hay que hacer
Necesitamos que la justicia para las personas con discapacidad ocupe un lugar central en la planificación de la resiliencia climática. Esto comienza con sistemas de alerta temprana que sean accesibles para todos. Las alertas deben estar disponibles en formatos que puedan utilizar las comunidades sordas y ciegas, así como las poblaciones neurodivergentes y con bajo nivel de alfabetización. Sin ellas, la información crítica sigue sin llegar a quienes más la necesitan, lo que deja a las personas con discapacidad en una situación de mayor peligro durante los episodios de calor extremo.
El diseño urbano también debe cambiar a una perspectiva que anteponga la discapacidad. Los centros de refrigeración, ya sean escuelas, salas comunitarias o refugios públicos, deben ser accesibles desde el punto de vista físico, cognitivo y social. Esto significa rampas, señalización táctil, zonas tranquilas y personal capacitado que comprenda las diversas necesidades. Sin estas medidas, los espacios destinados a ofrecer seguridad refuerzan la exclusión.
Igualmente importante es la financiación pública de la tecnología de asistencia y la adaptación de los hogares. Los materiales de construcción resistentes al calor, el suministro ininterrumpido de energía y las subvenciones para dispositivos de refrigeración no son lujos. Para las personas que dependen de ventiladores, concentradores de oxígeno o medicamentos refrigerados, la supervivencia a menudo depende de estos recursos.
Por último, las personas con discapacidad deben ser reconocidas no solo como beneficiarias de las políticas, sino también como líderes en su elaboración. A nivel mundial, los activistas de base en favor de las personas con discapacidad están creando redes de ayuda mutua, rediseñando los espacios públicos y exigiendo un lugar en la mesa de negociación de las políticas climáticas. Estos esfuerzos demuestran que la resiliencia no es posible sin las voces y el liderazgo de las personas más afectadas.
La crisis climática no se limita al aumento de las temperaturas, sino que se trata de decidir qué vidas merecen ser protegidas cuando llega el calor. Hasta que las vidas de las personas con discapacidad no formen parte de la ecuación, ninguna política climática podrá considerarse justa.
El camino a seguir
El calor extremo es la cara más visible del cambio climático y, sin embargo, su impacto en las personas con discapacidad sigue siendo invisible. Si queremos construir un mundo resiliente al cambio climático, debemos desmantelar el discriminatorio estructural que hace que millones de personas sufran en silencio. Mientras Delhi y otras ciudades del Sur Global se preparan para veranos más largos y mortíferos, la pregunta sigue siendo: ¿seguiremos diseñando respuestas a las olas de calor para la mayoría no discapacitada o finalmente centraremos nuestra atención en quienes corren mayor riesgo?