La investigación es una fuente de crítica afectuosa para mejorar las prácticas de derechos humanos

Sabemos lo que significa practicar una habilidad como el malabarismo o la danza, ¿pero qué significa practicar los derechos humanos?

Las colaboraciones en openGlobalRights (oGR), desde su creación, han girado en torno de la crítica a las prácticas de derechos humanos, centrando su atención en el activismo y en la defensa y promoción, y dirigiendo debates que abordan los dilemas contemporáneos enfrentados por los movimientos de derechos humanos en todo el mundo. El lanzamiento de oGR hace cuatro años es un síntoma de lo que he llamado un “giro práctico” en el campo académico de los derechos humanos: un giro que toma la práctica de los derechos humanos como su asunto principal, crea espacio para la colaboración y la comunicación entre académicos y profesionales, y se centra en las estrategias y tácticas utilizadas para impulsar las normas de derechos humanos.

Sin embargo, tomando en cuenta su ubicuidad, el término “práctica de los derechos humanos” no se ha explorado desde una perspectiva conceptual. Al igual que lo han hecho otras áreas académicas recientemente, propongo un intento de definir qué significa practicar los derechos humanos. Después, nosotros (como académicos y profesionales) tenemos que perfilar la naturaleza social de la práctica de los derechos humanos y, finalmente, indicar en qué sentido el giro práctico permite la investigación crítica de los derechos humanos en un esfuerzo por fortalecer su defensa y promoción y mejorar los resultados.

Pixabay/gerait/CC0 Creative Commons (Some Rights Reserved).

The social practice of human rights captures the overlap of work at the intersection of research and advocacy. 


Utilizamos muchos verbos para describir los actos de derechos humanos: implementar, aplicar, cumplir, supervisar, evaluar, valorar, medir, proteger, proporcionar, defender, reclamar, respetar, luchar, abogar, ejercitar, disfrutar, intervenir, codificar, institucionalizar e internalizar, entre otros. En conjunto, estos términos esbozan el universo del trabajo de derechos humanos, en una mezcla que pretende parchar las grietas en el edificio de la vida social a través de las cuales suele escaparse el bienestar humano. La práctica de los derechos humanos es el proceso activo mediante el cual estas normas e ideas se aplican en las vidas y experiencias de los seres humanos; como concepto, engloba las cualidades cruciales de la labor que se requiere para hacer realidad los derechos humanos.

A fin de determinar el significado y la importancia de la práctica en el contexto de los derechos humanos, tal vez la práctica de la medicina sería una mejor analogía que el malabarismo o la danza. Para este sector, practicar es participar en un conjunto estructurado de actividades y comportamientos modelados, regidos por reglas y relacionados con un entorno profesional específico. A partir de las lecciones aprendidas y guiada por los avances científicos y tecnológicos, la medicina desarrolla marcos de práctica para responder adecuadamente a una gran variedad de situaciones de emergencia. A través de la formación y mediante la repetición, los detalles prácticos se difunden por todo el sector y, a la vez, son moldeados por quienes ejercen la profesión. La investigación sobre la práctica amplía el terreno apropiado para explorar la importancia de los derechos humanos para la sociedad, la cultura y la política. La comunidad de derechos humanos es un elemento central de este nuevo terreno.

Las prácticas de derechos humanos son profundamente sociales, y lo entendemos de forma tácita.

Las prácticas de derechos humanos son profundamente sociales, y lo entendemos de forma tácita. En nuestro lenguaje coloquial, hablamos de una “comunidad de derechos humanos” como si realmente existiera. Pero, ¿a qué nos referimos? En cierto sentido, pensamos en un grupo coherente de actores unidos por objetivos, identidades y valores en común. A veces esto significa compartir recursos y trabajar juntos, pero los miembros de la comunidad también compiten entre ellos por recursos escasos. La etiqueta de comunidad es una etiqueta autoasignada en el contexto de los derechos humanos, lo que también sugiere que los actores de derechos humanos quieren creer que están colaborando de forma colectiva.

Las comunidades también se constituyen a partir de sus prácticas y hábitos compartidos. Tomemos como ejemplo una comunidad como la “comunidad médica”, que desarrolla conocimientos sobre las mejores prácticas y los difunde entre sus miembros para mejorar los resultados generales. Lo que hace que el paisaje de los derechos humanos se mantenga unido como comunidad es la convergencia en torno a las prácticas de sus integrantes, quienes sienten que forman parte de dicha comunidad. Aunque quizás no estén parados hombro con hombro en todo momento, los miembros de las comunidades prácticas permanecen vinculados por una causa común, un conjunto de intereses superpuestos y una base de conocimientos tácticos desarrollados a través de varias generaciones de prueba y error.

Sin embargo, a las comunidades no se les conoce por su autorreflexión crítica. Todo lo contrario: las comunidades son insulares, naturalmente conservadoras, miopes y defensivas, evolucionan a una velocidad glacial y no están predispuestas a la introspección. Criticar a las comunidades hace que sus élites y miembros reaccionen violentamente, que marginen y que se replieguen hacia el centro; por eso es tan común que las demandas de reforma se escuchen primero en los bordes y márgenes de las comunidades.

La investigación de las prácticas sociales sitúa las actividades del movimiento de derechos humanos bajo el microscopio, donde se realiza el trabajo con todos sus detalles gloriosamente mundanos. Estos esfuerzos suelen darse en el discurso, la comunicación, la traducción, la mediación, la educación, la conversación y la interpretación. La práctica social, en estos términos, no ocurre ante un juez, en una legislatura o detrás de un podio. La práctica social de los derechos humanos es la perspectiva de la gente sobre los métodos y herramientas que hemos creado para desarrollar el poder desde las bases. Pero el movimiento de derechos humanos ya no es simplemente un movimiento desde las bases, lo que sugiere un último componente crucial del giro práctico: el imperativo de hacer una crítica acorde con el estado de la defensa y promoción de los derechos humanos.

La práctica social de los derechos humanos engloba el traslape de labores en la intersección de las actividades de investigación y de defensa y promoción. Realizar investigaciones en esta área les permite a los académicos descender de sus torres de marfil y ensuciarse las manos en el mundo práctico, predicando con el ejemplo y participando como aliados comprometidos e integrantes de una comunidad de derechos humanos concebida en sentido amplio. Los académicos pueden ofrecer distancia y perspectiva a los profesionales, que están inmersos en el bullicio de su trabajo, al aplicar su formación metodológica e investigativa al análisis de hábitos y prácticas que suelen darse por sentados. En este sentido, cada vez es más frecuente la cooperación entre académicos y profesionales, a medida que los centros e institutos realizan investigaciones con un enfoque normativo orientado hacia la consecución de cambios demostrables.

A veces podemos sentir que el trabajo de derechos humanos es como hacer malabares o bailar, o hacer malabares mientras bailamos, pero practicar los mismos hábitos no garantiza que mejorarán con el tiempo. Con la práctica no se logra la perfección; con la práctica se logra la permanencia. Los académicos que trabajan dentro del paradigma de la práctica social pueden contribuir exponiendo a la comunidad de derechos humanos a un mayor escrutinio, al asomarse detrás de las cortinas y dejar entrar algo de luz. Al crear relaciones de colaboración, los investigadores pueden convertirse en críticos confiables y en una fuente esencial de verdades incómodas. Para sacar a la comunidad de derechos humanos de su complacencia, para liberarla de las rutinas estancadas y los ensayos trillados —para desarrollar una comunidad de derechos humanos dinámica—, tenemos la obligación de criticar sus prácticas y contribuir de manera significativa al avance de la protección de los derechos humanos.