El origen olvidado de “los derechos de las mujeres son derechos humanos”


Cuando la primera dama Hillary Clinton subió al escenario en la Conferencia sobre la Mujer de Beijing de 1995, el mundo la escuchó. Ella habló con pasión y determinación: “Si habrá un mensaje que se recuerde de esta conferencia, que sea que los derechos humanos son derechos de las mujeres y que los derechos de las mujeres son derechos humanos, de una vez por todas”. Fue un momento de triunfo para Clinton, cuyo discurso recibió elogios de todo el espectro político y alrededor del mundo. Sin embargo, los medios no informaron al público que las mujeres del Sur global fueron quienes inventaron ese eslogan. Pocas personas supieron de las redes feministas internacionales que habían estado educando a los funcionarios gubernamentales y difundiendo ideas sobre los derechos humanos de las mujeres desde mucho antes de que Clinton se interesara en el tema.  

Clinton nunca afirmó haber inventado la frase “los derechos de las mujeres son derechos humanos”, pero muchas personas dieron por sentado que lo había hecho. El discurso de la primera dama atrajo la atención del público. El movimiento feminista internacional no lo hizo. Sin embargo, sin el ingenio de las feministas del Sur global y las redes de activistas comprometidas en todos los continentes que pasaron años teorizando sobre los derechos humanos de las mujeres, Clinton nunca habría pronunciado esas palabras. El movimiento global feminista fue el responsable de que la campaña por los derechos humanos de las mujeres llegara a las Naciones Unidas, las organizaciones sin fines de lucro como Amnistía Internacional y la gente común de todo el mundo. Incluso fue el que educó a la primera dama al respecto.  

La larga historia del activismo en torno a “los derechos de las mujeres son derechos humanos” incluye a activistas del Sur global y mujeres de color en los EE. UU. Por ejemplo, en 1945, en la fundación de la Organización de las Naciones Unidas, las feministas latinoamericanas desempeñaron un papel decisivo en los esfuerzos por hacer que los “derechos de las mujeres” ascendieran a la categoría de derechos humanos. Y después de la Segunda Guerra Mundial, cuando el movimiento de liberación de los negros en EE. UU. solía esgrimir argumentos de derechos humanos, Pauli Murray, abogada, feminista y defensora de los derechos civiles, sostuvo específicamente que “los derechos de las mujeres son parte de los derechos humanos”. Lo que cambió a finales del siglo XX fue que un movimiento feminista global de amplio alcance y en expansión comenzó a usar colectivamente la idea de que “los derechos de las mujeres son derechos humanos” para abogar por el cambio en las Naciones Unidas y más allá. 

El movimiento ganó fuerza en la década de los 1980, cuando las mujeres de diferentes lugares del mundo comenzaron a cuestionar por qué la mayor parte de la defensa y promoción de los derechos humanos se centraba en los presos políticos de sexo masculino. Un número de Human Rights Quarterly de 1981 presentó una colección de artículos que exploraban lo que significaría impulsar los llamamientos a favor de los derechos humanos de las mujeres.  

A nivel de base, cuando las mujeres que participaban en los esfuerzos contra las dictaduras en los países latinoamericanos se unieron a los movimientos de derechos humanos que se centraban en los presos políticos de sexo masculino, también comenzaron a preguntar por qué estos movimientos no tenían en cuenta las violaciones contra las mujeres. Las madres que se habían organizado durante las “guerras sucias” de Argentina para exigir el regreso de sus hijos y nietos (a quienes el régimen había “desaparecido”) comenzaron a reivindicar sus derechos como seres humanos en lugar de como mujeres.  

Mientras tanto, mujeres de diferentes partes del mundo empezaron a criticar el sesgo masculino implícito en las definiciones de crímenes de guerra que excluían la violación y otras formas de tortura sexual. Algunas preguntaron por qué las mujeres que habían sido “objeto de trata” no tenían derecho a la condición de refugiadas y al asilo que se suele conceder a los hombres víctimas de violaciones de los derechos humanos.  

En todos esos esfuerzos se criticaron las definiciones de los derechos humanos estrechas y centradas en los hombres y se pidió que se ampliara el marco para incluir las violaciones contra las mujeres. Y a medida que las mujeres en estos movimientos intercambiaban ideas entre ellas en las reuniones y conferencias realizadas en diferentes partes del mundo, también se daban apoyo e ímpetu mutuamente. Fueron parte de un floreciente movimiento feminista mundial impulsado en gran medida por activistas del Sur global. Durante la década de los 1980 y principios de los 1990, el movimiento cobró fuerza gracias a eventos como la Conferencia Mundial de las Naciones Unidas sobre la Mujer de 1985 en Nairobi.  

El eslogan “los derechos de las mujeres son derechos humanos” llegó por primera vez a la atención de muchas personas activistas alrededor de 1988, siete años antes de que Clinton subiera al escenario en Beijing. Una coalición de mujeres filipinas, llamada Gabriela, lanzó una campaña de “los derechos de las mujeres son derechos humanos”, como parte de sus protestas contra la dictadura de Ferdinand E. Marcos. El eslogan cobró popularidad, y no porque fuera algo inesperado, sino porque encapsulaba perfectamente una conversación que se estaba desarrollando entre las defensoras de los derechos humanos de las mujeres de diferentes países.  

Hizo falta un movimiento mundial para promover el eslogan y llevarlo al escenario internacional. A principios de la década de los 1990, en varias reuniones y conferencias internacionales, mujeres de todo el mundo trazaron una estrategia colectiva para promover los derechos humanos de las mujeres a nivel local y mundial. Una de las principales fuentes de financiamiento y organización fue el Centro para el Liderazgo Global de las Mujeres (CWGL, por sus siglas en inglés) de la Universidad de Rutgers, de la experimentada feminista estadounidense Charlotte Bunch. Bunch y su red reconocieron que las feministas del Sur global eran líderes en la labor de defensa y promoción de los derechos humanos de las mujeres. También sabía que había habido una larga historia de feministas estadounidenses comportándose de manera imperiosa en el escenario global, imponiendo estrategias y dando por sentado que su opinión era la más acertada. El CWGL trató de poner en práctica una forma diferente de interacción feminista global, en la que activistas estadounidenses escucharan y aprendieran de personas de otras naciones y en la que representantes de países de todo el mundo trazaran estrategias en conjunto, como activistas en “movimientos paralelos”.

La lección para nuestros días es clara: las figuras políticas rara vez imaginan o ponen en práctica ideas radicales por su cuenta.

Estas defensoras de los derechos de las mujeres advirtieron que la violencia de género era algo que vivían las mujeres de todos los países, pero que no se tomaba en serio como una violación de los derechos humanos en ningún lugar. Reconocieron que las experiencias individuales de las mujeres variaban considerablemente, tanto dentro de las naciones como entre ellas. Sin embargo, llegaron a la conclusión de que a todas les beneficiaría promover la expansión de los marcos internacionales de derechos humanos para incorporar las experiencias de las mujeres. 

A principios de la década de los 1990, esta floreciente red de derechos humanos de las mujeres se unió a varias otras campañas feministas internacionales para fijar su mirada en las Naciones Unidas. Los periodistas esperaban que la actividad feminista se asemejara a las sentadas y manifestaciones de las décadas de los 1960 y 1970. No estaban preparados para cubrir su presencia en la ONU. Sin embargo, en 1993, en la Segunda Conferencia Mundial de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, que se llevó a cabo en Viena, las feministas organizaron un tribunal de alto nivel sobre las violaciones de los derechos humanos de las mujeres, presionaron a los delegados gubernamentales y presentaron una petición firmada por medio millón de personas de 124 países, que exigía el reconocimiento de los derechos de las mujeres como derechos humanos. Salieron triunfantes de la conferencia.  

En la Declaración de Viena se afirmó que “los derechos humanos de la mujer y de la niña son parte inalienable, integrante e indivisible de los derechos humanos universales”. En el documento también se calificó la violencia de género como una violación de los derechos humanos. Activistas de diferentes partes del mundo utilizaron la declaración para presionar a sus gobiernos para que promulgaran nuevas leyes y políticas que protegieran a las personas más vulnerables. Y se basaron en las victorias que obtuvieron en Viena cuando negociaron la Plataforma de Acción para la Conferencia sobre la Mujer de Beijing de 1995.  

Antes de que Hillary Clinton subiera al escenario en Beijing, consultó a activistas feministas y viajó por países del Sur global donde aprendió sobre las luchas por los derechos humanos de las mujeres. Su discurso en la Conferencia de Beijing no surgió de la nada. Reflejó lo que había aprendido de este próspero movimiento feminista global.  

La lección para nuestros días es clara: las figuras políticas rara vez imaginan o ponen en práctica ideas radicales por su cuenta. Los movimientos sociales deben aprovechar todas las oportunidades para educar a los representantes gubernamentales y presionarlos para que promuevan la prosperidad compartida y la justicia para todas las personas.