¿De qué hablamos en realidad cuando hablamos de derechos humanos?

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Cuando los académicos y los profesionales de los derechos humanos se reúnen para diagnosticar la salud de los derechos humanos, como hicimos un grupo de personas en el congreso que dio origen a esta serie, tendemos a lanzarnos directamente a nuestras críticas y utilizamos los términos “derechos humanos”, “movimiento de derechos humanos” y “proyecto de derechos humanos” como si estuviéramos de acuerdo con su significado. Pero como no partimos de una comprensión común y explícita de esos términos, podemos acabar perdiendo el norte.

Este ensayo plantea cuestiones que provocan las críticas progresistas a los derechos humanos. Los críticos de la derecha llevan mucho tiempo atacando los derechos humanos por ser normas poco realistas e inaplicables y por constituir intrusiones inapropiadas en la soberanía del Estado. A mí me importan las críticas de la izquierda que dicen que los derechos humanos no logran alcanzar —o impiden que haya mejores enfoques para alcanzar— los objetivos progresistas.

La cuestión central es (pido disculpas a Raymond Carver): ¿De qué hablamos cuando hablamos de derechos humanos? Los defensores y los académicos parecen asumir significados diferentes. Los defensores jurídicos tienen un significado diferente al de los defensores y organizadores de campañas y movimientos. Los defensores del sur global tienen un significado diferente al de los defensores del norte global.

Para la mayoría de los académicos críticos, “derechos humanos” significa el complejo conjunto de instrumentos jurídicos, instituciones y mecanismos formales, internacionales y nacionales, y organizaciones no gubernamentales (ONG), con sede en Europa y Norteamérica, que se han desarrollado desde 1945. Sus críticas se basan en la ineficacia de esas estructuras, procesos y prácticas para lograr un mayor respeto de los derechos humanos y más seguridad y bienestar para las personas vulnerables y marginadas del mundo. Pero, ¿el trabajo de los defensores sugiere que los derechos humanos son algo más que esas estructuras?

La pregunta fundamental es si las debilidades y los fracasos de los derechos humanos son inherentes o un resultado de cómo los actores más destacados los han desplegado.

Un tema central de esta serie, derivado del trabajo de David Kennedy, es si los derechos humanos son “parte del problema”. Pero la pregunta tiene una ambigüedad en su núcleo: ¿Los “derechos humanos” desempeñan un papel causal o facilitador en el dolor, el sufrimiento y las privaciones del mundo? ¿Han sostenido los “derechos humanos”, como sostienen muchos críticos, el statu quo y, en particular, han apuntalado o, al menos, tolerado los acuerdos económicos injustos del neoliberalismo? ¿O han desviado nuestros esfuerzos de otros modos potencialmente más eficaces de cambio progresista? ¿O simplemente estamos reconociendo que el proyecto de los derechos humanos no ha conseguido mejorar mucho la vida de las personas?

La pregunta fundamental es si las debilidades y los fracasos de los derechos humanos son inherentes o un resultado de cómo los actores más destacados los han desplegado. Al centrarse en gran medida en las instituciones, los procesos jurídicos y las ONG con sede en el norte global, y en los actores profesionales que ocupan y utilizan estas instituciones y mecanismos, tanto los críticos como los defensores han tendido a descuidar la trayectoria central e histórica del uso de los derechos humanos.

Para los críticos, el resultado es un relato remoto y distorsionado que facilita sus tropos críticos usuales y un relato que descuida una historia más vital de los derechos humanos. Para los profesionales, el resultado puede ser un exceso de confianza en las instituciones y procesos formales que contribuye a los fallos que señalan los críticos.

El mayor valor del derecho internacional de los derechos humanos nunca ha estado en su uso formal como derecho. Nunca ha estado en las instituciones y procesos internacionales, regionales y nacionales dedicados a los derechos humanos. Su principal valor ha sido el de ser un lenguaje que las personas, las comunidades y los movimientos sociales y políticos utilizan para exigir el respeto de sus derechos humanos y la rendición de cuentas de quienes abusan de ellos.

El poder de los derechos humanos para tales demandas se ha derivado en parte de la validez que adquirieron como ley, ampliamente reconocida y adoptada por las naciones y los pueblos del mundo, se crea o no que su contenido haya alcanzado la universalidad. Ya no son sólo reivindicaciones morales discutibles.

Al centrarse en las instituciones formales y los actores profesionales de la práctica de los derechos humanos, los críticos ignoran a quienes se resisten y protestan y hacen sus reclamaciones contra el poder en un lenguaje que exige el respeto de sus derechos humanos. Y los profesionales, a través del mismo enfoque, desvían la atención y los recursos de la invocación más popular de los derechos humanos y dan a los críticos alimento para su amplio descontento con la profesionalización y legalización del campo, así como lo inaccesibles que son a los movimientos sociales.

¿Pueden los derechos humanos redimir su valor fundamental? Será necesario entablar un duro diálogo entre los actores progresistas del norte y del sur para lograr un consenso más genuino sobre lo que son los derechos universales. Requerirá creer que los derechos económicos y sociales son reales y centrar el esfuerzo creativo en su cumplimiento. En última instancia, si nos centramos en el contenido normativo de los derechos humanos, y no en su maquinaria, ¿qué desecharían los críticos como sustento del capitalismo, el colonialismo y el statu quo? Nada o muy poco.

¿Pueden los derechos humanos redimir su valor fundamental?

El núcleo vital de los derechos humanos sigue siendo las relativamente pocas cosas que todo ser humano, sin importar dónde o cuándo, necesita para estar seguro, protegido y poder participar en la vida comunitaria y en la política. Un mayor éxito en esa tarea, ya de por sí extraordinariamente difícil, proporcionaría un terreno más fértil a partir del cual los individuos y las comunidades podrían construir los movimientos que serán necesarios, en particular, para abordar los problemas más urgentes a los que nos enfrentamos: el cambio climático y la desigualdad global y local.

Christof Heyns, a quien perdimos hace poco y demasiado pronto, nos aportó la sabiduría útil de su “‘enfoque de lucha’ a los derechos humanos”, que describe los derechos humanos como “guías para la acción y desencadenantes de la resistencia contra lo que se percibe como el uso ilegítimo del poder, en particular del poder del Estado. Como tal, los derechos humanos son un concepto potencialmente revolucionario”. En la concepción de Heyns, el contenido de los derechos humanos comprende aquellos pocos valores por los que la gente ha encontrado que vale la pena luchar en actos de resistencia que finalmente se entienden como legítimos. No es difícil imaginar que la resistencia a la desigualdad de la riqueza y a los efectos del cambio climático alcancen el estatus de derechos que, como señaló Heyns en 2001, habían logrado las luchas por la igualdad de género y los derechos LGBTQ.

El cambio requiere movimientos sociales, y la práctica de los derechos humanos debe encontrar formas de fomentarlos y apoyarlos, tanto a nivel global como local. Una parte fundamental del llamado de Alston para responder al “desafío populista a los derechos humanos” es un compromiso más profundo entre el establishment de los derechos humanos y los movimientos de base. En su respuesta a Alston, Ron Dudai pide que se vuelvan a conectar “los derechos humanos con las luchas de los movimientos sociales sobre el terreno”, y conectar con grupos que tienen objetivos más radicales de reorganización de los acuerdos políticos y sociales para disminuir las concentraciones de riqueza y poder. Dudai añade que “la prueba de fuego para los estudios críticos de derechos humanos es preguntarse si sus autores dedican tiempo a hablar con los defensores de los derechos humanos y con las víctimas de los abusos antes de elaborar su crítica”.

David Kaye dijo en el congreso que “la normativa de derechos humanos ha proporcionado un vocabulario y un conjunto de herramientas de aplicación para las reclamaciones de justicia, para la solidaridad y para el cambio normativo”. Las herramientas de aplicación son débiles, pero para las personas que se manifiestan en las calles de Haití, Myanmar, Rusia y Hong Kong, para los refugiados rohingya que se manifiestan en los campamentos de Bangladesh y para los afroestadounidenses que exigen la rendición de cuentas de la policía y reparaciones en Estados Unidos, los derechos humanos no son un instrumento inútil, liberal, elitista y formal que sirve al statu quo, sino un poderoso lenguaje para exigir justicia y respeto.