La corporeidad como resiliencia y resistencia en el trabajo de derechos humanos

Foto: Chiaravdberg/pixaby


Las violaciones de derechos humanos son algo que les sucede a los cuerpos de las personas y dentro de ellos. Incluso cuando las heridas físicas sanan, las experiencias traumáticas dejan residuos en el cuerpo. Y estas experiencias postraumáticas no son ocurrencias únicas. Ante cualquier experiencia, llevamos todas nuestras propias historias corporeizadas.

Durante mi trabajo en Haití después del terremoto de 2010, necesitaba una manera de sobrellevar la fatiga compasiva, el agotamiento, la soledad y el miedo, para mantenerme estable y capaz de hacer mi trabajo. Para mí, la mejor manera de lograrlo era hacer yoga y meditación todos los días, estar en sintonía con mi cuerpo: huesos, articulaciones, respiración y carne. Crear un espacio para reflexionar sobre las experiencias en el cuerpo y el corazón es una manera de reconocer nuestra corporeidad y de resistir las fuerzas que podrían ignorar o dominar nuestros cuerpos. Resulta que las fuerzas que agreden los cuerpos de las mujeres, las niñas y los niños, las personas de color y el planeta siguen un mismo patrón.

La conexión entre el cuerpo y la mente

La tendencia actual que está dirigiendo más atención a la salud mental y la resiliencia representa un cambio necesario y poderoso para aliviar las difíciles realidades del trabajo de derechos humanos. Pero estos enfoques pueden privilegiar la mente y priorizar conceptos patriarcales y occidentales del yo. Por lo tanto, estos métodos pasan por alto la primacía y el valor de los cuerpos de las personas y cabe argumentar que refuerzan una cultura dominante de descorporeización y dominación. Aunque la terapia cognitiva ciertamente puede ser útil para las personas que tuvieron experiencias traumáticas, Bessel van der Kolk y otros han observado que ciertos traumas pueden ser resistentes a los tratamientos de salud mental tradicionales. Esto se debe a que el trauma es una experiencia corporeizada y requiere soluciones corporeizadas.

La medicina complementaria, que ha ido desarrollando gradualmente una base empírica sólida en los últimos años, se basa en el holismo, y afirma la interconexión de la mente y el cuerpo. Por otro lado, la medicina occidental tiende a ver el cuerpo como una máquina, que no está relacionada con el funcionamiento de la mente. Un ejemplo simple de esta conexión entre el cuerpo y la mente es la manera en que nos sentimos cuando estamos nerviosos, podemos tener una sensación de aleteo, o “mariposas”, en el estómago. También podemos tener reacciones empáticas, como encogernos o expresar emociones cuando vemos que alguien más siente dolor.

La política de la corporeización

La epidemióloga Nancy Krieger escribe que nuestros cuerpos vivos cuentan historias sobre nuestras vidas, ya sea que las expresemos conscientemente o no. La ubicación social de una persona y su acceso a los recursos pueden dictar las experiencias vividas en el cuerpo, ya sea el acceso al saneamiento, la atención médica o el aire limpio. La corporeización o encarnación, por lo tanto, es un concepto que se refiere a cómo incorporamos el mundo material y social en nuestros cuerpos. Es un recordatorio de que los humanos somos criaturas bio-psico-socio-espirituales y que nuestras experiencias vividas reflejan las complicaciones de la desigualdad social.

El huracán Katrina, por ejemplo, junto con las fallas en los diques del Cuerpo de Ingenieros del Ejército de los EE. UU., diezmó la costa estadounidense del Golfo de México en 2005 y constituye uno de los ejemplos más atroces y a gran escala de violaciones de los derechos humanos en la historia moderna de los EE. UU., donde 2,000 personas murieron y otros cientos de miles quedaron sin hogar. La Guardia Nacional de los EE. UU. evacuó a muchas personas a otras ciudades, sobre todo gente pobre y de color, en algunos casos a punta de pistola. Sin duda, sobrevivir al desastre fue una experiencia corporeizada de dolor, miedo y pérdida. Años más tarde, muchas personas, algunas de ellas con historias de victimización que han durado varias generaciones, no han metabolizado por completo sus experiencias con Katrina, mientras tratamos de comprender y atender los efectos para la salud física y mental.

Otro ejemplo es la investigación de la profesora Barbara Sutton sobre mujeres víctimas de la violencia estatal en Argentina que fueron colocadas “en centros de detención clandestinos, por ejemplo, con grilletes, vendas para los ojos, desnudez forzada, violencia sexual, tortura, privación de alimentos, aislamiento, inmovilidad forzada”.  Ella señala cómo, en sus testimonios sobre derechos humanos, las mujeres describen la experiencia de testificar como poner el cuerpo “en forma de emociones corporeizadas, intensos esfuerzos corporeizados para recordar eventos, gasto de tiempo y energía para testificar, la posibilidad de volver a vivir el trauma y el riesgo de regresar a un estado de daño corporal (por ejemplo, en casos de intimidación o amenazas contra las testigos), entre otras cosas”. Cuando se es una víctima de violaciones de derechos humanos, una persona defensora de derechos humanos, o ambas, estas experiencias siempre tienen un costo para el cuerpo.

Incluso para los defensores de derechos humanos que no viven directamente las violaciones, la observación y la defensa de los derechos humanos es una experiencia viva. Cuando trabajaba en Haití, sentí las secuelas del terremoto mientras vibraban en mi cuerpo y a mi alrededor. Sentí oleadas de náuseas y desorientación en el lugar en que se encontraban las fosas comunes de miles de víctimas. En ese momento de mi vida, estaba empezando a manifestar síntomas autoinmunes, sin tratar, que se veían agravados por el calor y los climas cálidos. Por lo tanto, llevaba la historia vivida de mi propio cuerpo a la experiencia, trabajando en condiciones difíciles a veces sin acceso a la electricidad, el saneamiento o una vivienda segura. Sin embargo, sabía que al final me iría a casa y tendría tiempo para sanar y acceso a atención para la salud física y mental, a diferencia de muchos de los sobrevivientes haitianos con experiencias muy distintas a la mía.

La sintonía como resistencia

Algunos han argumentado que la atención plena, el yoga y otros tipos de experiencias somáticas, como la somática generativa, el método Feldenkrais y los masajes, son formas no solo de resiliencia, sino también de resistencia, sobre todo para las personas cuyos cuerpos han sido objetos de marginación y violencia en la sociedad. El hecho de dirigir la atención, el interés y la compasión hacia la experiencia del cuerpo, la mente y el espíritu propios se puede considerar a través de la lente de la ahora célebre cita de Audre Lorde: “Cuidar de mí misma no es un lujo. Es un acto de autopreservación y, por ello, un acto de guerra política”. Se ha determinado que el fomento de la resiliencia y el autocuidado para los defensores de derechos humanos son prácticas críticas para la continuidad de los movimientos, a las que se ha denominado “justicia de sanación”: un paradigma y una colección de prácticas individuales y colectivas para curar la opresión internalizada, el estrés y el trauma.

En su libro, The Body Keeps the Score (El cuerpo lleva la cuenta), Bessel van der Kolk defiende la eficacia de la danza, el teatro y el yoga como maneras de sanar los traumas que están encerrados en el cuerpo. Históricamente, el movimiento, la narración de historias y la percusión han sido maneras en que los grupos de personas indígenas y con enfoque colectivo han procesado el trauma a lo largo de sus vidas. En Haití, la religión y la espiritualidad, incluidas las prácticas corporeizadas del vudú, siempre han desempeñado un papel vital para sanar los traumas individuales y colectivos. Las defensoras de derechos humanos feministas en México están creando espacios de sanación holística centrados en “una revalorización de los saberes locales, el contacto con la naturaleza, momentos de reflexión, ejercicios de respiración, reapropiación del cuerpo y el disfrute, etc.”.  

Mientras contamos las historias de las violaciones de derechos humanos y las victorias de derechos humanos, también debemos aprender a contar las historias de nuestros cuerpos. Podemos comenzar este proceso de sintonización escuchando y sintiendo nuestros propios cuerpos: nuestra respiración, nuestros dolores, nuestros placeres. Podemos aprovechar la fuerza de nuestra propia conciencia compasiva, la comunidad de apoyo, el poder curativo de la naturaleza, la cultura y los profesionales correspondientes. Cuando damos testimonio y creamos espacio para las necesidades de nuestro cuerpo, tenemos una mejor oportunidad de sanar nosotros mismos mientras seguimos sanando al mundo.