Poder y seguridad: reimaginar la protección de los defensores de los derechos humanos

Photo: Robert Mentov/FGHR

Miriam Miranda, (centre, blue) meets with staff and members of OFRANEH, an organization fighting to protect the land and cultural rights of Afro-descendent people in Honduras. Miriam and OFRANEH’s members face increased threats to their security and operating space, but are also on the frontlines of piloting holistic protection strategies.


A medida que se acerca el 20.º aniversario de la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Defensores de los Derechos Humanos, la comunidad mundial de derechos humanos se está replanteando sus estrategias y supuestos básicos sobre la protección de los defensores de los derechos humanos. Ante el auge del autoritarismo, el aumento de la represión política y el retroceso generalizado de los compromisos de derechos, existen muchas amenazas nuevas para los defensores de los derechos humanos (DDH), amenazas que los enfoques convencionales de protección no están abordando.

En Honduras, por ejemplo, uno de los países más peligrosos del mundo para los defensores del medio ambiente, la destacada defensora y líder afrodescendiente, Miriam Miranda, explica: “Los defensores de los derechos humanos están en mayor riesgo que nunca porque nuestros Estados, nuestros gobiernos, están respondiendo a los intereses del capital transnacional en nuestros países, y realmente no tienen políticas establecidas para proteger a los defensores de los derechos humanos. Este es uno de los grandes problemas que enfrentamos hoy en día”.

¿Por qué, después de veinte años de construir un ecosistema de políticas públicas, instituciones, recursos y conjuntos de herramientas dedicados a proteger a los defensores de los derechos humanos, ellos están en mayor riesgo que nunca?

Mientras las poderosas fuerzas políticas y económicas utilizan herramientas democráticas para sofocar la democracia, las dinámicas cambiantes del poder en el mundo plantean nuevas amenazas y desafíos para los activistas. Estados cada vez más represivos operan con impunidad, utilizando la violencia para proteger los intereses económicos de las élites y las corporaciones, mientras que los extremistas religiosos organizados trabajan tras bambalinas para revertir los avances en los derechos de las mujeres y la población LGBTQ, a menudo mediante la promoción de la misoginia y el odio. Aunque la represión política y los ataques a la disidencia han ocurrido antes en la historia, estos actores distintos parecen estar más interconectados en todo el mundo y su colusión plantea nuevas amenazas existenciales para la legitimidad y la eficacia del sistema de derechos humanos. Como lo expresó Marusia López Cruz, defensora mexicana de los derechos humanos de la mujer de JASS: “Esta es nuestra realidad. Los grupos con poder que antes operaban en las sombras, tras bambalinas —corporaciones, delincuencia organizada, fundamentalistas religiosos— capturaron las instituciones, secuestraron los Estados y están utilizando las leyes y los recursos públicos para beneficio de sus propios intereses... para imponer su visión del mundo y, sobre todo, para construir una narrativa arraigada en la discriminación, el racismo y la misoginia. Es una narrativa diseñada para preservar las desigualdades, para garantizar las ventajas, los privilegios y el poder de un grupo cada vez más pequeño de élites poderosas en el mundo”.

Bajo el pretexto de la seguridad, los gobiernos tachan de “terroristas” a los activistas y deslegitiman sus reivindicaciones de justicia como aberrantes y peligrosas, a la vez que alimentan los prejuicios y temores prevalentes que sirven para polarizar a las sociedades y silenciar la disidencia. Claudia Samayoa, de la Unidad de Protección a Defensoras y Defensores de Derechos Humanos en Guatemala (UDEFEGUA), explica: “En toda la región, se cree que las personas que defienden los derechos humanos son... conflictivas, antidesarrollo, comunistas, terroristas o incluso miembros de la delincuencia organizada”.

Los rumores y la desinformación se usan para calumniar y avergonzar a los activistas, lo que los aísla de sus comunidades; el sexismo y el racismo se aprovechan para crear divisiones dentro de las comunidades y los movimientos sociales. Por ejemplo, las defensoras en riesgo en Mesoamérica constantemente informan que las acusaciones de ser “malas madres” o de tener amantes son más devastadoras que los ataques físicos, ya que crean conflictos dentro de sus propias familias, el lugar primordial que debería brindarles un sentido de pertenencia y seguridad.

En este contexto, los defensores de los derechos humanos no pueden confiar en la protección de los mismos gobiernos que los atacan. Mientras que las discusiones políticas esenciales en torno a los defensores de los derechos humanos avanzan a través de un ciclo de resoluciones de la ONU e informes de las ONG, los enfoques de protección se han convertido en prácticas estandarizadas que se centran demasiado en la seguridad física individual y la respuesta ante emergencias. Por supuesto que los avances normativos a nivel internacional, regional y nacional son importantes; y las medidas de seguridad concretas (cámaras, chalecos antibalas, salas de escape en oficinas, etc.) o la reubicación permanente pueden ser críticas para los activistas muy amenazados. Pero aún no se invierte lo suficiente en estrategias de largo plazo que fortalezcan la organización y seguridad comunitarias al tiempo que enfrentan las causas fundamentales de la violencia y la desigualdad.

Otro desafío es el desajuste involuntario entre las estrategias mundiales destinadas a denunciar las violaciones y las precarias realidades de las organizaciones y comunidades locales a las que pertenecen los defensores de base. Por ejemplo, el objetivo de elevar el perfil de un defensor a nivel internacional suele ser aumentar su protección, pero hay ocasiones en que destacar a un defensor particular a través de un premio o acción puede aumentar la vulnerabilidad y el riesgo para el defensor en su hogar, y también puede exacerbar las tensiones dentro de las comunidades y las organizaciones de las que depende su supervivencia.

Los defensores de los derechos humanos de primera línea y sus organizaciones no son solo los objetivos de la violencia; también son innovadores en materia de estrategias eficaces de autodefensa para la supervivencia y resistencia. Muchas organizaciones y redes de base integran alguna forma de autodefensa y solidaridad en sus formas de organización. Por ejemplo, el pueblo quiché de Guatemala defiende su territorio principalmente a través de asambleas de toma de decisiones, atención comunitaria, solidaridad económica, fuerzas de vigilancia comunitaria y planes de comunicación de emergencia, lo que no solo les permite evitar que las empresas extractivas ingresen a sus tierras, sino también crea un modo de vida alternativo. Las ONG internacionales no han comprendido ni documentado bien estos enfoques, los cuales pueden quedar eclipsados por los esfuerzos de respuesta rápidos y centrados en el individuo.

La comunidad internacional de derechos humanos tiene mucho que aprender de los enfoques de las comunidades y los movimientos de base, más allá de la protección. Sus estrategias están creando alternativas a los modelos económicos hiperextractivos que dependen de la violencia para prosperar. Estos incluyen una variedad de estrategias sociales y económicas que intentan abordar las causas fundamentales de la violencia al tiempo que promueven el desarrollo económico local y el cuidado del medio ambiente.

Las mujeres que defienden derechos y las feministas también han hecho importantes contribuciones a nuestra manera de comprender el riesgo y la protección, al llamar la atención sobre las maneras en que la violencia y la discriminación al interior de las familias y las organizaciones crean vulnerabilidades adicionales a las amenazas externas. Los actores poderosos pueden explotar la misoginia y la discriminación dentro de las comunidades para avergonzar y silenciar a las personas activistas y dividir las comunidades. Las defensoras —a menudo excluidas del liderazgo o las estructuras formales de las organizaciones— han ampliado la idea misma de “quién es un defensor” para ayudarnos a ver cómo las mujeres desempeñan una función crítica —aunque no reconocida formalmente— en la defensa de los derechos en sus comunidades y familias, como las numerosas madres y hermanas que buscan justicia para sus seres queridos. Las defensoras también han contribuido al creciente reconocimiento del bienestar como un elemento importante de la seguridad: un tema relevante para todos los defensores de derechos humanos. Dar prioridad al autocuidado colectivo se reconoce cada vez más como un elemento básico del activismo inteligente, seguro y eficaz.

Es preciso que los enfoques de protección se adapten para incorporar y fomentar de mejor manera estas estrategias holísticas y nuevas formas de pensar, a fin de mantener a los activistas y las organizaciones a salvo, desafiando al mismo tiempo las profundas desigualdades que surgen en torno al género, la raza, la clase social y la sexualidad. En los últimos años, mientras el Fondo para los Derechos Humanos Mundiales y JASS han colaborado con aliados para interrogar nuestras propias suposiciones acerca de la protección de los defensores y el espacio cívico, hemos recopilado algunas de las lecciones, ideas y estrategias aprendidas en una página multimedia que se puede utilizar como un recurso en evolución para ayudar a formular enfoques más robustos y eficaces sobre la protección que apoyen los movimientos y aborden las nuevas dinámicas de poder.

A medida que la comunidad de derechos humanos avanza a una nueva etapa y celebra el 20.° aniversario de la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Defensores de los Derechos Humanos, se nos presenta la oportunidad de aprender una vez más sobre la defensa y la protección de los derechos a través de las personas que trabajan en el terreno, y que se enfrentan a diario a las causas sistémicas de la violencia.