¿Una primavera de Ginebra? Por qué la sociedad civil necesita la solidaridad Norte-Sur

Se publicó una versión más extensa de este artículo originalmente en el número 20 de la Revista Sur, que puede encontrarse aquí.

Durante la última década, el marco internacional de derechos humanos se ha vuelto adicto al perfeccionamiento de las normas: poniendo demasiado empeño en refinar las normas, las herramientas y los protocolos, y no esforzándose lo suficiente en su implementación real. Es cierto que han surgido nuevas iniciativas normativas importantes, como la Convención sobre los derechos de las personas con discapacidad. Pero ahora el desafío es que las instituciones internacionales que protegen los derechos humanos son muy débiles, y lo más probable es que esto siga representando un reto durante mucho más tiempo. Esas instituciones son, en esencia, el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, junto con todos sus diversos mecanismos, y en casos extremos el Consejo de Seguridad de la ONU. Sin embargo, ambos son organismos interestatales, donde las naciones negocian intereses. Ninguno de ellos contiene un órgano judicial (como el Tribunal Europeo de Derechos Humanos o la Corte Interamericana), y mientras ese sea el caso, la implementación de las normas de derechos humanos siempre será deficiente. 

La gran fortaleza del marco internacional de derechos humanos es la sociedad civil integrada por la comunidad de defensores de derechos humanos, a nivel nacional e internacional. Pero las ONG internacionales deben tener cuidado de no dejarse arrastrar a este entorno normativo y doctrinario; en cambio, deben seguir arraigadas en el trabajo sobre el terreno. Por otra parte, la cooperación con actores nacionales es esencial para las ONG internacionales de derechos humanos, y en ese campo es donde se sentirán los efectos reales. Entre más cohesión haya entre las ONG locales e internacionales, habrá más posibilidades de refutar las alegaciones de que el movimiento de derechos humanos es un programa dominado por Occidente, que obedece a los intereses culturales, políticos e incluso económicos de Occidente. 


Flickr/UN Photo/Jean-Marc Ferre (Some rights reserved)

Louise Arbour presides over a meeting of the UN Human Rights Council. As High Commissioner, Arbour implemented the Universal Periodic Review system as a means of leveling the playing field for international NGOs.


Otra manera de combatir esta sensación de “dominio occidental” es que la sociedad civil tenga más voz en el sistema de derechos humanos de la ONU. El sistema del Examen Periódico Universal (EPU) se estableció cuando yo ocupaba el cargo de Alta Comisionada, y su motor principal era la idea del escrutinio universal. Antes del Consejo de Derechos Humanos y el EPU, muchos países sentían que la antigua Comisión de Derechos Humanos era selectiva y estaba sesgada, y que el sistema de derechos humanos estaba bajo el dominio de Occidente. Con el EPU, sin embargo, todos los países del mundo, no solamente Cuba y Bielorrusia, son objetos de escrutinio. Y no es útil comparar a Noruega con Venezuela, o Rusia con Bolivia. En cambio, lo que hace el EPU es comparar a cada país con su propia trayectoria para determinar si hubo algún progreso, retroceso o estancamiento que sea mensurable.

Es mejor trabajar con quienes intentan participar y refinar las reflexiones al respecto, con países que al menos han expresado en público que tienen una disposición positiva hacia el progreso. Esa es una mejor inversión.

Sin duda, es cierto que los mecanismos de establecimiento de estándares de derechos humanos solo se ponen en práctica en las comunidades y países que ya están comprometidos con la agenda en general. Pero en cierto sentido, es mejor involucrar a todos dentro de esta agenda positiva, incluso si eso significa que algunos se quedan totalmente atrás. Si tuviéramos que encontrar un modelo que lograra convertir a Corea del Norte en un país basado completamente en los derechos humanos, habría que mantener cautivo a todo el sistema esperando hasta lograrlo. Es mejor trabajar con quienes intentan participar y refinar las reflexiones al respecto, con países que al menos han expresado en público que tienen una disposición positiva hacia el progreso. Esa es una mejor inversión.

Sin embargo, las inversiones también pueden ser un factor conflictivo. Las ONG necesitan tener financiamiento, y la búsqueda agresiva de recursos es usado por muchos gobiernos, particularmente en el Sur global, que sostienen que el trabajo realizado por ONG de derechos humanos es un tinglado que se perpetúa a sí mismo. Las ONG necesitan demostrar que su país está mal para generar más dinero y contratar más gente. Después, estos nuevos integrantes del personal producen más informes que dicen que las condiciones son malas, con lo que garantizan más dinero para las organizaciones. Los gobiernos perciben esto como una industria, y la competencia por los recursos entre las ONG contribuye a esta narrativa. 

Pero al final del día, las fuentes principales de financiamiento para los derechos humanos siguen estando en el Norte. Corresponde a las ONG del Norte estar abiertas a las alianzas, además de compartir y apoyar a las agrupaciones del Sur global, muchas de las cuales tienen una mejor comprensión de los contextos en los que se lleva a cabo la promoción y la protección de los derechos humanos. 

El otro lado de esta situación, por supuesto, es que las ONG del Sur suelen estar muy limitadas en cuanto a su capacidad de internacionalización. Pero entre más estrecho permanezca su enfoque, más difícil será establecer alianzas con una comunidad más amplia.

Consideremos a Sri Lanka como ejemplo. En 2010, el International Crisis Group, junto con otras ONG, documentó crímenes de lesa humanidad y delitos de guerra masivos. Calculamos entre 30,000 y 40,000 muertes durante la guerra del gobierno contra los Tigres Tamiles (Liberation Tigers of Tamil Eelam, LTTE). Muchas ONG del Norte presionaron por la creación de mecanismos de rendición de cuentas, incluida una comisión internacional de investigación. El gobierno prometió que las crearía por su cuenta, pero no hizo nada. El tema se retoma cada año en el consejo de derechos humanos de la ONU, pero es muy difícil atraer el interés de los países del Sur. No saben mucho sobre el caso de Sri Lanka, y no realizan ningún esfuerzo para saber más. Esa es una desventaja enorme, ya que deja a las ONG internacionales ejerciendo toda la presión por su cuenta. Como resultado, parece que las grandes agrupaciones del Norte están acosando al pobre y pequeño Sri Lanka. Las ONG internacionales con sede en el Norte que alzan la voz sobre las violaciones en Afganistán, Pakistán, Sri Lanka y Guinea-Bissau, entre muchos otros, necesitan la compañía de las voces de sus compañeros latinoamericanos y asiáticos, entre otros. Sin esas voces, las ONG del Norte cada vez tienen menos credibilidad. 

Durante la “Primavera Árabe”, mencioné la necesidad de una “primavera de Nueva York y Ginebra”; me refería a una denuncia de las deficiencias del marco internacional para la protección de los derechos humanos. En Túnez y en otros lugares del mundo árabe, la sociedad civil se levantó para desafiar el orden político existente. A nivel global, aún no hemos llegado a ese punto; la sociedad civil todavía no está lista para desafiar el orden internacional, y tal vez aún es posible lograr avances desde el interior del sistema. 

Pero es posible que llegue un momento en el que la gente le dé la espalda al marco internacional de derechos humanos, porque tarda demasiado en generar resultados. O puede que decidan llevar al sistema en una dirección mucho más radical.