El cambio de poder en la filantropía actual

Crédito: Alejandro Ospina

A raíz de la reciente congelación de los fondos de USAID y los impactantes recortes a la ayuda exterior en Europa, muchos recurren a la filantropía para mantener servicios esenciales y apoyar los derechos humanos. Sin embargo, esta crisis en curso —y el papel cada vez más fundamental de la filantropía— ha dejado de lado un debate matizado pero necesario sobre el poder en sí mismo en el sector benéfico.

El poder no es intrínsecamente positivo o negativo. El dinero es una forma de poder, pero también lo son las relaciones, el conocimiento, las estructuras, las identidades y la ubicación. Los desequilibrios de poder existen en todos los niveles de la filantropía y los derechos humanos: entre financiadores y beneficiarios, organizaciones urbanas y rurales, y el Norte y el Sur globales, por citar solo algunos ejemplos. Estas disparidades crean guardianes que deciden dónde se destinan los recursos.

En el Fund for Global Human Rights, donde todos trabajamos, experimentamos el uso del poder desde todos los ángulos. Como financiadores, ejercemos una influencia considerable a través de nuestras subvenciones y otras actividades con los socios beneficiarios. Sin embargo, como organización sin ánimo de lucro que debe recaudar cada dólar que gasta, también somos susceptibles a los cambios políticos y a los caprichos de los donantes. Como actores en el ámbito filantrópico, sin duda actuamos como guardianes. Sin embargo, nuestro personal de programas, que vive en los países donde trabajamos, experimenta las mismas realidades geográficas y políticas que los socios beneficiarios a los que apoya.

Dentro de esta compleja dinámica, nos propusimos explorar el poder a nivel operativo, en la filantropía, en los derechos humanos y en nuestra propia organización. Durante 18 meses, auditamos nuestros procesos internos, organizamos debates en grupo con socios beneficiarios y encargamos un mapeo del sector filantrópico para empezar a responder a la pregunta: ¿Cómo se puede utilizar el poder de forma responsable?

Esto es lo que aprendimos.

Tenemos que ser conscientes de nuestro poder

En los últimos años, el «cambio de poder», es decir, la transferencia de más autonomía y control a los receptores de los fondos, se ha convertido en un grito de guerra en la filantropía progresista. Esto ha dado lugar a ideas innovadoras para corregir los desequilibrios de poder: financiación flexible que no se limita a proyectos específicos, esfuerzos para financiar a grupos locales en lugar de organizaciones internacionales y concesión participativa de subvenciones que empodera a paneles de expertos en lugar de a los donantes para decidir quién recibe la financiación.

Creemos que estos principios, todos ellos fundamentales para nuestro trabajo, pueden ayudar a mitigar las diferencias de poder sistémicas. Pero también queremos ponerlos en tela de juicio y plantear preguntas difíciles. ¿Pueden los esfuerzos de localización, que tienden a favorecer a las organizaciones con sede en las capitales, perpetuar los desequilibrios de poder? ¿Pueden los paneles participativos, a menudo dominados por personas con una educación de élite, crear nuevos guardianes?

La verdad es que los desequilibrios de poder están arraigados en la filantropía, al igual que lo están en el sistema económico más amplio del que los filántropos obtienen su capital. Si bien aspirar a cambiar el poder es un paso importante, primero debemos reconocer que no podemos desprendernos por completo del poder que es inherente a nuestro papel como tomadores de decisiones y, por lo tanto, a nuestras propias acciones. Sin embargo, podemos utilizarlo de manera más responsable siendo transparentes sobre a quién rendimos cuentas y de qué somos responsables.

Todos tenemos margen de mejora

En el Fondo, nuestro poder —incluido el dinero, los conocimientos, las conexiones y la experiencia— está presente en todas las acciones que llevamos a cabo. Pero siempre podemos ser más intencionales en cuanto a cómo se dirige nuestro poder.

Para ser verdaderamente responsables, hemos trazado cada paso de nuestro proceso de financiación, desde los ciclos de solicitud y los requisitos de presentación de informes hasta la forma en que entregamos el dinero a los socios beneficiarios. En algunas áreas, ya éramos líderes en innovación, como el énfasis en el autocuidado o la defensa de prácticas de financiación colaborativas. En otras, sin embargo, encontramos margen para eliminar controles innecesarios.

En última instancia, logramos una mayor alineación entre nuestras acciones y nuestras intenciones, de modo que los socios beneficiarios entienden no solo lo que pedimos, sino por qué.

Todos tenemos algo que aportar

Existe un mito implícito en el mundo de la filantropía según el cual las personas con más dinero son intrínsecamente más estratégicas, perspicaces y están mejor posicionadas para resolver las crisis interrelacionadas del mundo. Esta idea errónea ignora las dinámicas que históricamente han determinado quién tiene riqueza, quién no y por qué. En muchos contextos, hemos descubierto que quienes se encuentran en la vanguardia de las desigualdades interrelacionadas están, en realidad, en mejor posición para impulsar las soluciones.

Al mismo tiempo, descartar la experiencia de quienes se dedican a la filantropía simplemente porque tradicionalmente han decidido a quién y a qué financiar es un enfoque igualmente erróneo.

El dinero es sin duda un elemento determinante del poder. Pero los 16 socios beneficiarios con los que hablamos consideraban que las relaciones eran igual de importantes, o incluso más. Resulta que las personas son los principales impulsores del cambio. Dedicar tiempo a construir relaciones y reconocer las contribuciones de todos son pasos esenciales en nuestra búsqueda colectiva de la justicia social.

Podemos profundizar el entendimiento a través del diálogo

Para comprender mejor cómo experimentan el poder otras personas, organizamos una serie de conversaciones experimentales con tres socios beneficiarios de subvenciones con sede en regiones muy dispares. En estos pequeños grupos, nos posicionamos no como financiadores que exigen el cumplimiento, sino como compañeros de aprendizaje que exploran conceptos fundamentales.

Juntos, analizamos ideas como la salvaguardia (los procesos que establecen las organizaciones para garantizar la seguridad del personal, los voluntarios y los beneficiarios), el autocuidado y la tolerancia al riesgo. Cada debate arrojó resultados valiosos. Los participantes compartieron, por ejemplo, cómo la aversión al riesgo de los donantes puede, en realidad, impedir una salvaguardia eficaz y frenar las soluciones adaptadas al contexto.

Al no solo reconocer las dinámicas de poder, sino también centrarlas, la conversación pasó de ser sobre el cumplimiento a ser sobre la curiosidad. Este tipo de diálogo abierto, con el tiempo, fomenta la comprensión y la confianza necesarias para redistribuir el poder en última instancia.

No podemos hacerlo solos

Nuestro mapeo del espacio filantrópico en general, realizado de forma experta por los investigadores Anna Levy y Nonso Jideofor, reveló que los actores de todo el sector comprenden y se enfrentan a las dinámicas de poder de formas complejas. Muchos dicen que quieren cambiar el poder, pero son pocos los que se enfrentan a las realidades operativas que lo harían posible.

Para abordar las crisis entrecruzadas a las que nos enfrentamos, el sector filantrópico debe reconocer colectivamente las dinámicas de poder. Creemos que la solución reside en reimaginar fundamentalmente el poder para construir un movimiento que transforme las fortalezas individuales en logros compartidos, acercándonos a un ecosistema de cambio próspero y resiliente.