La ayuda mutua sostiene los movimientos de derechos humanos en todo el mundo

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Arundhati Roy describió la pandemia como un portal. En todo el mundo, estas aperturas inspiraron a las comunidades a unirse, levantarse y emprender acciones participativas para exigir la liberación colectiva.

Para entender la forma que están tomando los movimientos por la justicia social en todo el mundo, como comunidades comprometidas con los derechos humanos tenemos que hacer visibles las conexiones entre la acción participativa, la ayuda mutua y el empoderamiento legal. Aunque el lenguaje utilizado para describir estas aperturas puede ser diferente dependiendo del contexto local y de la historia de cada uno, nos ha llamado la atención cómo los movimientos de ayuda mutua crecen en respuesta al trauma colectivo y al aprendizaje colectivo tanto en América Latina como en Norteamérica. También hemos observado que estas historias no aparecen en las conversaciones generales sobre los movimientos sociales.

En Argentina, los asentamientos informales fueron un lugar de solidaridad necesaria y transformadora. En lugar de la individualización propuesta por las políticas asistenciales dominantes, prevalecieron como respuesta las prácticas de ayuda mutua, que rechazan las prácticas coloniales de caridad y se niegan a reproducir los enfoques jerárquicos del empoderamiento legal. Su poder se deriva de la cooperación y las relaciones. Estas prácticas sociales existen desde hace mucho tiempo en Argentina, en Buenos Aires, y en la gran mayoría de los países del Sur Global. Sin embargo, en los asentamientos informales se hicieron más fuertes durante la pandemia.

Los movimientos feminista y LGBTQI+ de Argentina también pasaron de las calles a las instituciones durante este periodo. Fue la primera vez que se creó un Ministerio de la Mujer, Géneros y Diversidad en Argentina y se estableció al mismo tiempo que se legalizó el aborto y los documentos oficiales incluyen ahora la identificación de las personas no binarias. Estas transformaciones son parte de la lucha impulsada por la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito, iniciada en 2003, y el Movimiento Ni Una Menos en 2015, no brotaron durante la pandemia, sino que como micelio en lo profundo de la superficie del suelo, estos cambios que se hicieron visibles durante la pandemia sólo fueron posibles gracias a movimientos sostenidos.

Los hongos emergen de la tierra tras la lluvia, pero su crecimiento no sería posible sin la vasta red de micelio que conecta el ecosistema. El trauma causado por la pandemia llovió sobre las comunidades, pero los cambios que hemos visto en materia de derechos humanos surgieron gracias a movimientos participativos de larga data que han nutrido y arraigado a las comunidades mucho antes de 2020.

Al igual que en Argentina, los movimientos de base tienen una larga tradición de organización para satisfacer las necesidades de la comunidad en Estados Unidos, incluso en Chicago. Sin embargo, cuando llegó la covid-19, la comunidad en general tomó conciencia del peligro explícito al que se enfrentaban las personas detenidas en los centros de detención del Servicio de Aduanas y Control de Inmigración de Estados Unidos. Muchas personas participaron en acciones colectivas por primera vez en 2020. Diferentes movimientos por los derechos humanos, algunos centrados en las comunidades indocumentadas o negras, se unieron cuando estos intereses compartidos se hicieron visibles en torno a la abolición.

Las revueltas sociales en Estados Unidos tras los tiroteos policiales de 2020 crearon no sólo un movimiento, sino también una nueva conciencia política. De repente, la abolición de sistemas violentos como el ICE pasó a formar parte de la narrativa dominante. Grupos como Organizing Communities Against Deportations (OCAD), que desde hace tiempo llevan a cabo acciones participativas, fueron capaces de invitar a otros a unirse y amplificar el impulso del movimiento que llevaba tiempo gestándose.

El OCAD, debido a su implicación con el movimiento durante muchos años, pudo centrarse en la transformación a largo plazo en lugar de responder únicamente a las crisis inmediatas. Las vistas judiciales para las deportaciones se detuvieron y se programaron para años en el futuro debido a la amenaza de la covid-19, y surgió un espacio que permitió a los activistas dedicar más tiempo y recursos a liberar a quienes se encontraban dentro de los centros de detención. Durante este tiempo de concienciación pública, los organizadores de toda la vida fueron capaces de movilizar a la comunidad recién activada para elegir a legisladores progresistas en el gobierno local. Contar con estos aliados a nivel municipal y estatal ha institucionalizado el movimiento. La oportunidad del OCAD de cerrar los centros de detención privados no sólo demuestra cómo los movimientos participativos de empoderamiento legal pueden remodelar las leyes locales, sino también cómo estas demandas pueden crear una plantilla a nivel estatal que puede aplicarse en otros lugares.

Aunque la narrativa que circulaba sobre los movimientos hacía parecer que se desarrollaban en respuesta a la pandemia, en muchos casos, como en la situación del OCAD, estos movimientos de ayuda mutua ya eran sistemas llenos de cuidados que llevaban muchos años prestándose apoyo mutuo. Sin embargo, en el último año, hemos observado nuevas narrativas sobre estos movimientos que se desvanecen.

Aunque es necesario hablar del agotamiento ante injusticias a menudo desgarradoras e insuperables, estos movimientos siguen cultivando la conciencia política y sosteniendo la lucha. Estas actividades de apoyo son también formas de superar el agotamiento y encontrar nuevas energías para mantener la lucha.

En Chicago, y en todo EE.UU., muchos proyectos de ayuda mutua en los que las personas dan de comer a sus vecinos o se cuidan unos a otros se han reducido, pero estos cambios no reflejan necesariamente el movimiento más amplio hacia los derechos humanos a través de la acción participativa y el empoderamiento legal. En esa ciudad, quienes se activaron durante la pandemia no participaron en un intercambio transaccional, sino que hubo esfuerzos deliberados por participar en un aprendizaje profundo sobre estas cuestiones. Aunque en el momento álgido de la pandemia el número de personas que participaban en las reuniones periódicas del OCAD era mayor que ahora, existe la sensación de que incluso los miembros que ya no asisten tienen información y siguen prestando atención a los problemas.

Estos movimientos nunca fueron transaccionales ni orientados al servicio. Siempre se han centrado en la ayuda mutua, en prestarse apoyo unos a otros, en aprender juntos. Los portales hacia la liberación fueron creados por estas comunidades mucho antes de la pandemia. Los movimientos de ayuda mutua que han promulgado la acción participativa nunca han estado al albur de las modas, sino que tienen que ver con la profunda transformación necesaria para acercar a todos a la liberación colectiva. Los cambios que se han producido desde marzo de 2020 son profundos y, como la red subterránea de hongos que proporciona sustento a todo el bosque, sabemos que estos esfuerzos florecerán cuando sea necesario.