El feminismo está siendo atacado por todos los flancos, ¿hacia dónde debe avanzar ahora?


Actualmente, ser feminista en cualquier lugar del mundo es una situación de alto riesgo. 

Nos encontramos en un punto de inflexión con respecto a nuestra forma de pensar sobre el feminismo, la condición de mujer y la resistencia. En los EE. UU., el feminismo sufre ataques de la derecha, de la izquierda y de su interior; por lo que las feministas estadounidenses están en un “apuro triple”. Como ha sucedido a lo largo de la historia, la derecha conservadora ataca al feminismo tratando de provocar un pánico moral. Se retrata a las feministas como mujeres que conspiran para desgarrar el tejido de la vida familiar al priorizar sus carreras y aspiraciones por encima de la procreación o crianza infantil, sin importarles la “vida”, como dirían las filas antiabortistas. En la izquierda, el feminismo también ha sido objeto de escrutinio como parte de la reacción contra #MeToo. Muchas personas de izquierda critican a las feministas por “excederse” y, al hacerlo, perjudicar las “causas” de la izquierda en las elecciones presidenciales, por ejemplo. A los hombres de izquierda les preocupa que sus compañeras feministas estén instigando una cacería de brujas, mientras que las mujeres de izquierda critican a otras mujeres por crear un pánico moral en torno a la sexualidad.  

Y, tristemente, dentro del movimiento feminista, las disputas internas han causado fracturas, alienación y exilio: en enero de 2019, las Marchas de Mujeres casi no se llevaron a cabo, y las que lo hicieron fueron sumamente controvertidas. El apoyo feminista a diferentes candidatos o candidatas presidenciales para la campaña de 2020 también ejemplifica esta clase de disputa interna, donde algunas personas han declarado que las verdaderas feministas solo apoyarían a una mujer. Aunque está bien, e incluso se espera, que haya conflicto dentro de un movimiento, a las feministas de hoy se les está complicando luchar entre ellas y luego mantenerse en solidaridad. En los EE. UU., aún no existe un consenso sobre lo que significa ser una “verdadera feminista” y esto debilita una causa que se ha defendido durante décadas, justo cuando nos acercamos al 100.° aniversario de la Enmienda 19. Las lecciones del feminismo global pueden ayudarnos a pensar sobre el futuro del feminismo estadounidense.  

Del otro lado del Atlántico, las mujeres libran algunas de las mismas batallas que libramos aquí en los EE. UU. Las feministas transnacionales están encontrando el camino a través de la sororidad y la amistad formadas entre los lazos del activismo y las batallas compartidas. A través de los ensayos en este foro, podemos ver que las activistas de derechos humanos feministas de todo el mundo también se encuentran en este “apuro triple”. Estas mujeres luchan a la vez contra el Estado, sus religiones y ellas mismas; todo según lo informa el patriarcado. Muchas mujeres tienen dificultades con las expectativas de la femineidad que se expresan en estas batallas. Pero podemos aprender mucho de las maneras en las que las activistas expresan el feminismo a nivel global.  

Notablemente, las mujeres en lugares como Irán, India y Túnez basan su feminismo en la solidaridad a toda costa. Quizás esto se debe en parte a que participan en culturas que son menos individualistas que la estadounidense, pero se puede aprender mucho de esta sororidad inquebrantable. Mujeres como las que conocí en el Medio Oriente y el Sur de Asia se apoyan entre ellas de maneras que fortalecen sus movimientos y, a la hora de la verdad, siempre eligen a la causa sobre sus propios intereses.  

El caso indio es digno de mención: las activistas feministas centradas en cuestiones de agresión sexual se unieron con activistas de derechos LGBTQ y grupos de derechos para las personas trabajadoras sexuales. Al aprovechar el poder colectivo, pudieron generar cambios sociales importantes bajo uno de los regímenes más conservadores de India. Las feministas a las que he observado durante décadas estudiando la sexualidad y los derechos de género en el Medio Oriente y Asia ponen de relieve el potencial de crear vínculos más allá de las divisiones.

Aunque está bien, e incluso se espera, que haya conflicto dentro de un movimiento, a las feministas de hoy se les está complicando luchar entre ellas y luego mantenerse en solidaridad.

Esta solidaridad está acompañada de una narrativa, la cual primero se tomó prestada de las feministas de Occidente, que describe al feminismo como una “familia”. Las activistas feministas cuentan cómo sus comunidades de activismo les brindaron una familia cuando estaban exiliadas o se sentían desconectadas de sus propias familias. Sin embargo, su narrativa de “familia” no se basa en estar siempre de acuerdo entre ellas. “¿Cuántas familias conoces que no peleen? ¿Que no tengan conflicto?”, me preguntó un día Renu, una activista de derechos humanos feminista de India. Su utilización del término “familia” implica crear un espacio que sea lo suficientemente seguro para pelear. Creen que el conflicto interno hace que sus familias —y su causa— sean mejores. Y, como una familia, puede haber peleas internas, pero a la hora de dirigirse hacia el mundo exterior, se apoyan mutuamente. 

Otro componente importante de los feminismos que he investigado en Asia Occidental es que se comprometen a compartir el escenario durante sus llamamientos por el cambio social. Por ejemplo, cuando se comenzaron a conformar movimientos como el Verde de Irán, un movimiento similar al de derechos civiles que surgió a partir de los movimientos de jóvenes y feministas iraníes, no había líderes evidentes. Podríamos decir lo mismo de la Primavera Árabe en Túnez. De hecho, cuando estaban ocurriendo estos movimientos, periodistas estadounidenses me llamaban con frecuencia para pedirme nombres específicos de “líderes” o “figuras icónicas” a las que pudieran entrevistar. Les sorprendía que no se pudiera identificar a una o unas pocas personas; se trataba de una estrategia deliberada: evitar enredarse en la dinámica de poder de quién lleva el megáfono.  

Unirnos para compartir nuestras batallas –con sus diferencias y similitudes– es la mejor manera de inspirar a las próximas generaciones de feministas. Los ensayos en esta serie ofrecen una apreciada oportunidad para que las personas interesadas en las cuestiones feministas exploren una clase diferente de feminismo, y las repercusiones de ese feminismo para la vida de las personas en todo el mundo. A través de las historias que se presentan aquí, vemos cómo los cambios individuales pueden generar cambios sistémicos, y viceversa. 

Se ha pasado por alto a las mujeres del Sur global, tachándolas de víctimas, personas sin capacidad de acción, que necesitan ser “salvadas” por la intervención estadounidense. Para remediarlo, se necesita un acercamiento matizado, centrado en las historias, al activismo de las mujeres en el Sur global. Las autoras y autores de esta serie complican este punto de vista.  

El feminismo en América y en otras partes del mundo está tratando de definirse, de descubrir cuáles deben ser los siguientes pasos en esta época de redes sociales y noticias falsas. Pero no es necesario volver a empezar desde cero. Aquí es donde resulta útil el trabajo de estas autoras y autores: al llamar atención hacia la presencia de una resistencia fuerte, dirigida por el feminismo, en todo el mundo; una resistencia que es caótica en ciertos momentos y que requiere la resiliencia que otorgan los lazos de amistad, que puede inspirar a lectoras y lectores de todo el mundo y que nos ayuda a ver el feminismo de una manera más matizada.

 


Este artículo es parte de una serie publicada en colaboración con la Iniciativa Young sobre la Economía Política Global del Occidental College, la división de Ciencias Sociales de la Universidad Estatal de Arizona y el Instituto sobre Desigualdades en Salud Global de la USC. Se deriva de un taller realizado en septiembre de 2019 en Occidental sobre “Conversaciones globales transversales sobre los derechos humanos: interdisciplinariedad, interseccionalidad e indivisibilidad”.