Desigualdad, dignidad humana y poder sindical

Una versión de este artículo fue inicialmente publicada aquí en el Blog Global de Dejusticia.

¿Qué tanto tiene que ver la organización de la clase trabajadora con el desarrollo y los derechos humanos? Recientemente, la Confederación Sindical Internacional publicó su Índice Global Anual de los Derechos (ITUC, por sus siglas en inglés), que a partir de más de 97 indicadores clasifica a los países en cinco categorías, desde aquellos que no garantizan efectivamente los derechos laborales debido al colapso del Estado de derecho, hasta aquellos que tienen violaciones poco frecuentes de estos derechos. El índice permite identificar cuáles son los mejores y los peores países en los que los trabajadores y trabajadoras pueden vivir, tal y como lo muestra la figura 1.

Figura 1.  

Fuente: Confederación Sindical Internacional

Si se comparan los datos más recientes sobre tasa de sindicalización en el mundo (disponibles en la OIT) con el Índice de Desarrollo Humano –IDH- (producidos por el PNUD) para 28 países clasificados en distintas categorías según el ITUC, se encuentra una correlación positiva entre estas dos variables, incluso más fuerte que la existente entre el IDH y el PIB per cápita. Esto sugiere que la tasa de sindicalización puede ser uno de los factores que mejor explique el desarrollo humano de un país, incluso por encima del nivel de ingreso. Entre mayor es la tasa de sindicalización de un país, mayor tiende a ser su nivel de desarrollo humano.

Aquellos países donde no hay garantías efectivas de los derechos laborales de acuerdo al ITUC tienen tasas de sindicalización por debajo del 36% de la fuerza laboral empleada. De otro lado, los países que tienen violaciones poco frecuentes de los derechos laborales tienen tasas de sindicalización de más del 60%, con excepción de Alemania y Estonia. La relación positiva entre la tasa de sindicalización y el Índice de Desarrollo Humano, que es una medida imperfecta del progreso en materia de derechos humanos, parece también aplicar a otras posibles formas de medir avances en los derechos, tales como el Índice de Riesgo de los Derechos Humanos (HRRI por sus siglas en inglés), publicado por la compañía Maplecroft.

Una forma alternativa de interpretar estos datos sería concluir que entre más desarrollado es un país, o más rico se vuelve, más alto tiende a ser su nivel de sindicalización. Sin embargo, la experiencia de Estados Unidos en el último siglo muestra que las cosas no necesariamente ocurren así. La siguiente gráfica (Figura 2) muestra la evolución de la tasa de sindicalización y la participación del 10% más rico de la población en el ingreso total en ese país. Las dos variables están estrechamente relacionadas. En un período de crecimiento económico continuo como el ocurrido desde la década de los cuarenta en Estados Unidos–con excepción de la crisis de 2008- los ricos han podido hacerse más ricos en parte porque el poder de la clase trabajadora se ha ido debilitando. En una economía donde el sindicalismo pierde tanto poder, resulta más fácil para las élites poner las agendas de los gobiernos a su servicio. De esta forma, es más fácil lograr una captura de la democracia por parte de las élites.

Figura 2.

Fuente: Kimball and Mishel con base en U.S Census Bureau y Piketty y Saez (2013)

La relación entre el debilitamiento de los sindicatos y un crecimiento pro-rico que incrementa la desigualdad no es un hecho aislado que ocurre solo en Estados Unidos. Un estudio realizado por investigadoras del Fondo Monetario Internacional (FMI) para los países más desarrollados muestra que aquellos con tasas de sindicalización más bajas tuvieron incrementos más elevados en la participación del 10% más rico en el ingreso total. El FMI concluye que el principal factor que explica la mayor concentración del ingreso en el 10%, y el consiguiente deterioro de la desigualdad, es la caída en la tasa de sindicalización.

¿De qué forma el fortalecimiento del sindicalismo puede reducir las desigualdades y mejorar el desarrollo humano? Primero, aumentando los salarios y las garantías laborales de los trabajadores cubiertos por la negociación colectiva y, de esta forma, mejorando la distribución del ingreso frente a los dueños del capital. Algunos economistas ortodoxos han cuestionado este efecto argumentando que un salario más alto en el sector que se favorece de estos acuerdos podría excluir a los trabajadores menos calificados, o a los más jóvenes, del empleo formal o condenarlos al desempleo. No obstante, la evidencia empírica que soporta esta hipótesis es muy débil, tanto para los países desarrollados como para los del mundo en desarrollo. De acuerdo con revisiones amplias de la literatura existente, no hay evidencia robusta sobre impactos negativos de la negociación colectiva sobre el empleo o la eficiencia económica en los países en desarrollo, lo cual cuestiona la idea de que los derechos laborales colectivos deberían ser un privilegio que solo puede ser garantizado cuando se alcanza cierto nivel de desarrollo. En cualquier caso, como la OIT lo ha señalado en su último Informe Mundial sobre Salarios, la capacidad de la negociación colectiva para reducir la desigualdad depende de los marcos de negociación o el grado de coordinación entre trabajadores. Los países en los que un amplio sector de los trabajadores está cubierto por acuerdos colectivos tienen una menor desigualdad socioeconómica.

Segundo, los sindicatos pueden jugar, e históricamente lo han hecho, un papel crucial en el reconocimiento de los derechos humanos en general y en la implementación de políticas sociales progresistas. Algunos de los derechos más valorados por la población en general son productos de las conquistas sindicales (p.ej. la jornada laboral, la abolición del trabajo forzoso e infantil y los derechos a la seguridad social). Los sindicatos son instrumentos por medio de los cuales los trabajadores dejan de tener un poder limitado en cuanto individuos aislados para convertirse en actores colectivos claves en la lucha por políticas sociales más justas.

Hoy en día, el sindicalismo enfrenta enormes obstáculos y desafíos que requieren un auto examen, y una revisión de las políticas laborales vigentes. Algunos países tienen brechas enormes en las tasas de sindicalización entre sexos, pero en general en casi todo el mundo la baja participación de las mujeres en la dirigencia sindical refleja la estructura patriarcal del sindicalismo. Por otra parte, un número importante de países han adoptado medidas regresivas en relación con los derechos laborales colectivos, al punto que en muchos de ellos lo que está en riesgo ya no es la fortaleza sino la existencia misma del sindicalismo. En varios países del mundo en desarrollo, la posibilidad de participar en sindicatos es un privilegio de los asalariados, del cual están excluidos los trabajadores informales o independientes.

En Colombia, por ejemplo, el sindicalismo ha sido seriamente golpeado por múltiples violaciones de derechos humanos, incluyendo el asesinato de sus miembros. No resulta sorprendente entonces que, de acuerdo con el ITUC, el país esté entre los 10 peores en materia de garantías para los trabajadores.  Pero el hecho de que solo el 2,3% de quienes tienen trabajo pertenezca a un sindicato, revela también una incapacidad del sindicalismo de cautivar a la población en general. De manera reciente ha habido algunas iniciativas novedosas como la conformación del Sindicato de Trabajadoras Domésticas, o la Asociación Colombiana de Actores (ACA), que han salido de los esquemas tradicionales y pueden cambiar la forma en que el sindicalismo es percibido, trazando nuevos caminos a explorar.

En un mundo en el que la extrema desigualdad y la concentración de poder amenazan la democracia y los derechos humanos, la tarea de reinventar y fortalecer el sindicalismo es ineludible. La consigna de Marx sigue más vigente que nunca: ¡trabajadores y trabajadoras del mundo, sin distinción de ninguna clase y en cooperación con otros movimientos sociales, uníos!