La campaña #PayUp se está intensificando, pero no debemos olvidar a las trabajadoras que encabezan el movimiento


A pesar de observar habitualmente cómo las marcas multimillonarias evaden toda responsabilidad por su personal, incluso a mí me sorprendió cuando a inicios de este año se reveló que las marcas se negaban a pagar los salarios de sus trabajadores; durante una pandemia. 

Cuando las naciones de todo el mundo ordenaron confinamientos para controlar la propagación de la COVID-19, las ganancias de las marcas de moda disminuyeron considerablemente. Para compensar sus pérdidas, las marcas cancelaron pedidos de las fábricas que las abastecían, negándose a pagar pedidos que ya se habían completado o estaban a punto de completarse. En consecuencia, miles de proveedores se han visto obligados a cerrar parcialmente o por completo, lo que dejó sin empleo a millones de trabajadores, muchas veces sin recibir un pago de liquidación. Debido a esto, muchos trabajadores no están seguros de cómo podrán sobrevivir, no solo por la pandemia, sino también por el hambre.  

A raíz de los esfuerzos de trabajadores, proveedores y activistas de los países abastecedores, exigiendo el pago de los pedidos cancelados, agrupaciones de derechos humanos de todo el mundo están rastreando a las marcas que se niegan a pagar a sus trabajadores, sumándose a la exigencia con la etiqueta #PayUp (Paguen). Debido a esta acción colectiva, algunas marcas, como ASOS, H&M y Gap, han aceptado pagar los pedidos cancelados. 

La campaña se amplificó aún más gracias a la atención especial que recibió la marca de Kendall y Kylie Jenner, que según los registros es propiedad de una empresa que se niega a pagar pedidos cancelados. Sin embargo, más allá de las etiquetas “cancelando” a Kylie Jenner (#KylieIsOverParty), el discurso suele omitir la movilización y organización masiva de las trabajadoras negras y de piel morena de la industria del vestido que dirigen el movimiento. Al ignorar la importancia crucial de las trabajadoras del Sur global para el cambio sistémico, corremos el riesgo de mantener un movimiento centrado en los ideales de los activistas del Norte, lo que a su vez implica no generar las soluciones fundamentales que se necesitan para combatir la explotación de manera eficaz. 

Los trabajadores se defienden 

A raíz de la cancelación de pedidos por parte de las marcas, se han negado los sueldos de los trabajadores y se les ha obligado a trabajar en condiciones inseguras; además, los dueños de las empresas están utilizando la pandemia como pretexto para discriminar y despedir a los trabajadores sindicalizados

En Bangladesh, miles de trabajadores se están reuniendo para manifestarse y exigir sus salarios. Los trabajadores de Myanmar han pedido a varias marcas, incluidas ZARA, Primark y Mango, que respondan a los ataques contra los sindicatos en sus fábricas. Tras meses de lucha y presión global, se han logrado algunos resultados positivos en Myanmar, como el acuerdo celebrado en la fábrica Rui-Ning entre el sindicato, la gerencia de la fábrica e Inditex, la empresa matriz de Zara y una de las mayores empresas de la industria de la moda a nivel mundial.

En un video viral de la India, se observan más de mil trabajadoras manifestándose contra su despido injustificado de la fábrica de Euro Clothing, proveedora de la empresa minorista sueca H&M. No es casualidad, entonces, que esta fuera la única fábrica de Gokaldas Exports en la que el personal estaba sindicalizado.

Ignorar este hecho es una práctica habitual en el Norte global, donde se suele presentar a los activistas de dicha región como los catalizadores del cambio.

Una protesta notable se originó en Lesoto, donde decenas de miles de trabajadores de la industria del vestido hicieron una huelga de un día por la falta de pago de salarios y solo volvieron a trabajar una vez que el gobierno se comprometió a cumplir su acuerdo de pagarles a alrededor de 50,000 trabajadores durante el confinamiento.  

En estos movimientos, los trabajadores han realizado campañas en el terreno, creando conciencia, movilizando a la gente y estableciendo contactos con filiales internacionales. Han establecido las bases de un movimiento que permite que nuestras voces se unan a la petición de justicia, lo que demuestra la importancia de mantener a los trabajadores en el centro de nuestras campañas para obtener justicia. Sin embargo, ignorar este hecho es una práctica habitual en el Norte global, donde se suele presentar a los activistas de dicha región como los catalizadores del cambio.  

La supresión de las trabajadoras del Sur global 

En un informe para Oxfam de 1996, Angela Hale sostuvo que si bien las mujeres del Sur global están muy expuestas a la explotación, también han estado a la vanguardia de la justicia local. Por ejemplo, en Honduras, casi 5000 trabajadoras de la industria del vestido organizaron una huelga después del despido de trabajadoras que habían comenzado a organizarse en respuesta a las condiciones de trabajo deficientes. Después de que ocuparon la fábrica durante varios días, el propietario aceptó su exigencia de crear un sindicato. En otro caso, miembros del personal de la Great River Industries Corporation en Indonesia, en su mayoría mujeres, organizaron una huelga y marcharon al Parlamento Provincial, pese a la fuerza militar que enfrentaban, para exigir derechos laborales básicos.  

En apoyo del argumento de Hale, Don Wells publicó un artículo en 2009 en el que destaca casos donde los trabajadores de la industria del vestido emprendieron campañas para mejorar las condiciones laborales. Sin embargo, en la cobertura internacional sobre la situación, los activistas del Norte siguieron siendo los protagonistas de la historia. Por ejemplo, en una fábrica de ropa mexicana que abastece a Nike, los trabajadores se organizaron contra las malas condiciones de trabajo y expulsaron al sindicato controlado por el gobierno. Aunque los trabajadores construyeron un movimiento en el terreno y demostraron la conexión entre Nike y las violaciones que ocurrían en la fábrica, los activistas del Norte fueron los que recibieron grandes elogios por alentar a Nike a responder. Wells pone de relieve estos casos como evidencia de que, dentro de las redes transnacionales, el activismo del Norte suele “complementar” la lucha de los trabajadores, en lugar de ser la razón principal de su éxito. En otras palabras, los activistas del Norte tienden a desestimar la capacidad de los actores del Sur para garantizar sus propios derechos. 

También hemos presenciado lo que Hasan Ashraf y Rebecca Prentice llaman el “efecto Rana Plaza” en su artículo de 2019: cuando los movimientos transnacionales se centran en hacer mejoras tecnocráticas en la industria, en lugar de consolidar el poder de los trabajadores y fortalecer los sindicatos.  

No resulta sorprendente que los activistas del Norte tiendan a plantear las situaciones de maneras que les convengan. En este artículo de 2009, la Dra. Dina Siddiqi enfatiza que se percibe a las trabajadoras de la industria del vestido como el “emblema” de la explotación, en lugar de los “sujetos” de la explotación, y como víctimas indefensas a las que hay que “salvar”. Esto se debe a que la idea de las trabajadoras que necesitan ser salvadas se ajusta a la retórica preexistente en el Norte con respecto a las trabajadoras de la industria del vestido, y es mucho más fácil de asimilar para muchos activistas del Norte, en lugar de tener que entablar debates complejos en torno a la realidad de la explotación y el papel que desempeñan en ella.  

Perpetuar la idea de que los activistas del Norte son los principales protagonistas de las luchas de los trabajadores en la industria del vestido, subyugando el papel de los activistas del Sur, puede llevar a los actores del Norte a comportarse de maneras que no representan los deseos de los trabajadores. 

De hecho, Siddiqi destaca cómo las narrativas sobre “salvar” a los trabajadores a veces han dado lugar a estrategias problemáticas, como los boicots. Por ejemplo, en 1993, se propuso una Ley de Erradicación del Trabajo Infantil en los EE. UU. Cuando se tuvo noticia de esta propuesta de ley, los dueños de fábricas de Bangladesh despidieron a alrededor de 50,000 niños, cuyos ingresos eran cruciales para el sustento de sus familias, lo que los obligó a dedicarse a actividades más nocivas. La intervención local de agrupaciones de derechos humanos logró mitigar los efectos perjudiciales que habría tenido la ley, lo que muestra, una vez más, la importancia de incluir a los activistas del Sur global en las soluciones a la explotación.  

#PayUp 

La campaña #PayUp es un gran ejemplo de la acción colectiva. Personas de todo el mundo han acompañado a trabajadores y sindicalistas en sus movilizaciones en el terreno, exigiendo que las marcas tomen medidas. El efecto que ha tenido demuestra la importancia de apoyar los movimientos encabezados por los trabajadores y de que los trabajadores tengan el derecho básico de formar sindicatos. 

Por lo tanto, este artículo no pretende menospreciar la labor que realizan los activistas en apoyo a la campaña #PayUp. Simplemente es un recordatorio de que, si bien los movimientos transnacionales son una fuerza poderosa en contra de la explotación, deben asegurarse de que los trabajadores estén en el centro de las estrategias para el cambio. De lo contrario, corremos el riesgo de continuar un patrón de activismo dirigido desde el Norte que no desafía eficazmente la injusticia estructural y la avaricia corporativa.