Más allá del acceso a internet: en búsqueda de la justicia del conocimiento en línea


En un informe muy citado de 2011 ante el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, Frank La Rue, Relator Especial sobre la protección del derecho a la libertad de opinión y de expresión, declaró que “la meta del acceso universal a Internet ha de ser prioritaria para todos los Estados”. En un año en el que el activismo por Internet apoyó las revoluciones en el mundo árabe y enfrentó fuerte censura y cortes de servicio, este informe dio lugar a un intenso debate sobre si las personas tienen un derecho a Internet.

En 2013, la UNESCO emitió sus normas de “universalidad de Internet”, entre ellas, que Internet debe estar “basada en torno a los derechos humanos”. Cuando la ONU adoptó los Objetivos de Desarrollo Sostenible en 2015, articuló el objetivo de “proporcionar acceso universal y asequible a Internet en los países menos adelantados de aquí a 2020”. Y en 2016, el Consejo de Derechos Humanos de la ONU emitió una resolución no vinculante que exige a “todos los Estados que hagan lo posible por cerrar las múltiples formas de la brecha digital”.

A medida que Internet se vuelve más ubicua y, lo que es más importante, se convierte en parte integral de nuestra vida cotidiana, ahora reconocemos la falta de acceso como una amenaza para el bienestar humano en un mundo cada vez más digitalizado. Pero a pesar de los efectos muy reales del acceso (desigual) sobre la brecha digital, la desigualdad en Internet se trata de mucho más que tener una conexión a Internet. Hoy en día, casi la mitad de las mujeres del mundo están en línea, y el 74 % de la población en línea proviene del Sur global. Debido al tremendo crecimiento de Internet durante la última década, ahora hay comunidades y personas más diversas en línea. Las estadísticas de acceso reflejan esa realidad. Sin embargo, el conocimiento en Internet —y las personas e instituciones que conforman la industria del acceso digital— no nos refleja a nosotros: las mujeres, las personas de color, las personas del Sur global.

Los sistemas de poder y privilegio determinan de quién es el conocimiento que se representa en línea y de quiénes son las voces que se escuchan. Wikipedia, por ejemplo, el quinto sitio web más visitado del mundo, muestra con toda claridad esta desigualdad: el 80 % de Wikipedia está editado por personas de Europa y América del Norte, que solo representan el 20 % de la población mundial. Solamente uno de cada diez editores de Wikipedia se autoidentifica como mujer, y solo el 17 % de las biografías en la versión de Wikipedia en inglés son de mujeres.

Al examinar Internet de manera más amplia, observamos patrones de sesgo similares en cuanto al contenido y la propiedad en línea. Más del 75 % de los dominios genéricos de nivel superior (.com, .org, etc.) están registrados en Europa y América del Norte, a pesar de que la mayoría de los usuarios de Internet provienen del Sur global (Asia, África, América Latina, el Caribe y las Islas del Pacífico). La mayor parte de la infraestructura de Internet, desde los cables de fibra óptica submarinos hasta los grandes centros de procesamiento de datos, es de propiedad norteamericana o europea, o está ubicada en esas regiones. Las grandes empresas de tecnología como Google y Microsoft están compitiendo para aumentar su participación en la propiedad de Internet mediante la compra o construcción de la mayoría de la infraestructura de Internet nueva. Y empresas como Facebook aparentemente están intentando contribuir a cerrar la brecha digital con programas como Free Basics. Pero en muchas de las principales empresas de Internet del mundo, incluidas Facebook y Google, las mujeres constituyen menos del 25 % del personal. Y el sector de alta tecnología en los Estados Unidos emplea a menos mujeres y personas de color que cualquier otra industria privada.

En conjunto, las mujeres, las personas de color y las personas del Sur global constituyen la mayoría de la población mundial y la mayoría de la población en línea; sin embargo, en los ámbitos del diseño, la propiedad y el contenido en Internet, los conocimientos de estos grupos y su poder sobre dichos conocimientos brillan por su ausencia. Nuestra invisibilidad en línea comienza durante el desarrollo de la infraestructura de Internet, se extiende a la conectividad y el acceso, y continúa en la creación de contenidos. Entonces, una pregunta importante es: ¿de quién es el conocimiento que se considera creíble, confiable e igual en cada uno de estos niveles?

La pregunta no debe ser si el acceso a Internet es un derecho humano. En cambio, debemos preguntarnos: ¿en qué consistiría un derecho humano a Internet, más allá del acceso?

Como activistas de derechos humanos, tenemos ante nosotros una tarea doblemente desafiante: en primer lugar, deconstruir la mitología de Internet que da por supuesto que la red es inherentemente democrática, participativa y emancipadora; y, en segundo lugar, trabajar simultáneamente para lograr que Internet esté a la altura de su potencial de inclusión. Esto significa procurar alcanzar un estándar de equidad e igualdad más alto que el mero acceso y una métrica de participación más sólida que solo la libertad de expresión. Tenemos que trabajar juntos para crear y defender una Internet que sea genuinamente de, por y para todos nosotros.

Este trabajo comienza con un proceso de participación, consulta y colaboración. Debemos hacer que los conocimientos de las comunidades marginadas ocupen un lugar central en el contenido, la infraestructura y la gobernanza de Internet. En Whose Knowledge? —una campaña global para que los conocimientos de las poblaciones marginadas ocupen un lugar central en Internet—, apoyamos y amplificamos los esfuerzos de las comunidades para poner sus conocimientos en línea, prestando atención especial a los conocimientos orales, encarnados y multilingües. En julio de 2018, Whose Knowledge? organizó una conferencia previa sobre “La descolonización de Internet en Ciudad del Cabo, antes de la celebración de Wikimania 2018, la reunión anual de Wikipedia. La conferencia previa reunió a activistas, archivistas, artistas, académicos y expertos en tecnología para discutir cómo desafiar los modelos existentes de contenido, propiedad y diseño de Internet. De las casi 100 personas que participaron, el 67 % eran mujeres, personas de género no binario o trans, el 68 % provenían del Sur global, y el 77 % eran personas de color; todas ellas participan activamente en labores a nivel de terreno para hacer efectivos los derechos de las poblaciones marginadas en línea. Estas son las clases de conversaciones de cambio de paradigma que debemos tener, y estas son las personas que deben dirigir esas conversaciones. 

Whose Knowledge? hace este trabajo en conjunto y en colaboración con organizaciones como la Asociación para el Progreso de las Comunicaciones, que está reinventando la infraestructura y gobernanza de Internet mediante iniciativas como los Principios feministas para Internet y apoya a las redes comunitarias para conectar el último tramo para los usuarios de Internet. Cuando más mujeres, personas de color y personas LGBTQ+ lideren el diseño de nuestras tecnologías digitales, esas tecnologías serán más accesibles y estarán mejor equipadas para enfrentar los desafíos de un mundo diverso y profundamente inequitativo.

Grupos como Okvir en Bosnia y Herzegovina están poniendo en línea relatos orales de personas LGBTQ+ sobre el conflicto, la reconciliación y el género, mientras que Equality Labs trabaja con la diáspora dalit para mejorar los artículos de Wikipedia e incorporar los conocimientos y la historia dalits. Organizaciones como O Foundation desarrollan herramientas para facilitar la producción de contenido multilingüe en Internet. Estas iniciativas resaltan la necesidad de contar con múltiples formas de comunicar nuestro conocimiento. Gran parte del conocimiento del mundo es oral y está encarnado, pero plataformas como Wikipedia aún mantienen muchas jerarquías formales de conocimiento: la primacía del conocimiento textual, el dominio lingüístico del inglés y la notoriedad de las fuentes del Norte global.

Internet debe ocupar un lugar central en nuestros debates sobre derechos humanos, pero tenemos que ir más allá de los espectros de acceso (de desconectado a conectado) o expresión (de censura a libertad). Para que los derechos humanos de Internet sean significativos es preciso que reconozcan los desequilibrios de poder inherentes a este sistema, lo que incluye los puntos de acceso. Si la ampliación de la conectividad a Internet continúa como hasta ahora, nuestra experiencia en Internet solo reproducirá e intensificará las desigualdades que las comunidades marginadas afrontan a diario fuera de línea. Las poblaciones marginadas, que son la mayoría en el mundo, merecen un acceso a Internet pleno y efectivo, y merecemos compartir nuestras historias y conocimientos de forma fácil y segura. Solo así los derechos humanos de Internet darán lugar a la justicia del conocimiento en línea.