Aprender y desaprender la alquimia de la educación en derechos humanos

Photo: Angélica María Cuevas

Utilizar diferentes modalidades de aprendizaje (novelas, películasteatro, música, poesía, narrativas documentales) también es una forma eficaz de generar tanto empatía como pensamiento crítico. 


En los últimos años, la comunidad de derechos humanos ha fomentado el aumento de los enfoques críticos sobre la educación en derechos humanos. Además de centrarse en el contenido, los educadores prestan más atención a la práctica y la pedagogía de los derechos humanos. A lo largo de los años, he enseñado en una variedad de instituciones de cinco países, tanto organizaciones no gubernamentales como universidades. Como tal, siempre me estoy adaptando a contextos, idiomas y estilos de aprendizaje distintos.

En lugar de relatar las lecciones aprendidas, en este artículo me concentraré en lo que yo, como académica, activista y periodista, tuve que desaprender para ser una instructora de derechos humanos más eficaz.

Con el paso de los años, mis cursos han pasado de centrarse exclusivamente en las violaciones de derechos humanos a los derechos humanos en su conjunto. Cuando diseño mis programas de estudio, pienso de manera integral. Partiendo de un lugar de esperanza crítica, elijo textos (una mezcla de textos académicos, periodísticos y artísticos) y diseño tareas que llevan a mis alumnos a preguntarse: ¿cómo podría verse nuestra sociedad si los derechos humanos se respetaran? Después, exploramos los obstáculos a este mundo de derechos humanos y cómo podemos enfrentar estos obstáculos con mayor eficacia. En otras palabras, elaboro mis cursos a partir de un modelo de activos y no de déficit: reconociendo nuestro potencial, nuestras limitaciones y nuestra posicionalidad, ¿qué se necesita para construir y mantener instituciones y culturas centradas en los derechos humanos?

En resumen, en estos días oscuros, las clases de derechos humanos pueden convertirse en espacios para cultivar estrategias y esperanza. Esto no se logra exclusivamente con el contenido, sino también con los métodos.

Tal como los académicos indígenas y feministas (y los feministas indígenas) han tratado de transmitir una y otra vez: la teoría y el método y la posicionalidad están íntimamente vinculados. Estos factores entrelazados determinan qué preguntas se plantean o se silencian, qué personas o grupos se consideran merecedores, o no, de atención, empatía y recursos, y qué grupos o personas son marginados y, por lo tanto, quedan ocultos.

Pero esto no se trata solo de contenido o preguntas de investigación: el salón de clases también es un espacio de representación. La manera en que los instructores se presentan a sí mismos y tratan a sus alumnos sirve como modelo para la interacción entre ellos y con el mundo exterior. Incluso el simple acto de aprenderse los nombres de las personas crea un espacio, y expectativas, de dignidad.

Pero como educadores, también debemos transformar radicalmente la esencia misma del aprendizaje. En mis clases, por ejemplo, los alumnos publican reflexiones semanales en línea sobre las lecturas y al final de esas reflexiones plantean una pregunta para sus compañeros. Todos los alumnos deben responder una pregunta por semana. El “aprendizaje” es un proceso construido en conjunto, creado, y perpetuado, por los alumnos. Esto es así por tres razones:

  • Equilibra la dinámica de poder a la vez que motiva el aprendizaje basado en pares, fundamentado y con relevancia cultural;
  • Con demasiada frecuencia, los “puntos por participación” premian a los alumnos que hablan en clase; sin embargo, muchos de mis alumnos hablan inglés como un idioma adicional, y puede que quieran más tiempo para redactar sus respuestas; otros simplemente son tímidos o más introvertidos. Al utilizar estas interacciones en línea, se reconoce una interpretación más amplia de la participación;
  • Como instructora, estos métodos me permiten diseñar mis clases a partir de las necesidades de los alumnos. Esta dinámica sencilla pero fundamental ha contribuido a reestructurar el poder en mi salón de clases al tiempo que aumenta la responsabilidad.

Sin embargo, el salón de clases es solo uno de los espacios de aprendizaje; y es necesario cuestionar sus paredes. Acciones como llevar oradores invitados, dar puntos extra a los alumnos cuando van a eventos fuera de clase y exigirles a los alumnos que realicen entrevistas con personas “en el mundo real” amplían las posibilidades de aprendizaje. Mis colegas, Kristi Kenyon en la Universidad de Winnipeg y William Simons en la Universidad de Arizona, organizan cursos de campo (ya sea del otro lado del mundo o del otro lado de la ciudad), donde los “estudiantes” y los “estudiados” se convierten en compañeros docentes. Las conferencias sobre la práctica social de los derechos humanos, el International Human Rights Education Consortium (Consorcio Internacional de Educación en Derechos Humanos) y el Arcus Center for Social Justice Leadership (Centro Arcus para el Liderazgo en Justicia Social) brindan oportunidades para reflexionar sobre técnicas específicas.

Ir más allá del salón de clases es esencial, porque el aprendizaje se produce ahí donde hay incomodidad. Cuando se lleva a los alumnos hasta el límite, o cuando ellos retan los límites de sus profesores, es cuando se reconocen las fronteras y los márgenes, y cuando se puede comenzar a cuestionar lo que antes era incuestionable. Sorprendentemente, a lo largo de los años he descubierto que los alumnos rara vez se sienten incómodos por el contenido; en cambio, lo que los incomoda es percibir una falta de dirección o directivas claras. Los alumnos suelen esperar que los instructores les digan qué hacer y no están acostumbrados a la expectativa de que ejerzan su propia iniciativa.

"Ir más allá del salón de clases es esencial, porque el aprendizaje se produce ahí donde hay incomodidad". 

Utilizar diferentes modalidades de aprendizaje (novelas, películas, teatro, música, poesía, narrativas documentales) también es una forma eficaz de generar tanto empatía como pensamiento crítico. Empleando lo que Alison Brysk llama “política narrativa”, se puede obtener una mejor aceptación por parte de los alumnos para luego aplicar una lente más teórica. A través de las historias, podemos concentrarnos en las personas detrás de las políticas.

La educación en derechos humanos requiere acercarse a la educación y el activismo a partir de un modelo de activos y no de déficit, garantizando así que los estudiantes cuenten con el lenguaje y las habilidades para dedicarse al trabajo de derechos humanos. Es necesario apelar a su empatía y aprovechar sus capacidades ya existentes. Esto requiere mucha confianza por parte del estudiante y del instructor. Los educadores se ganan esa confianza al ser congruentes, estar disponibles y ser estimulantes, además de mantener siempre expectativas muy altas para los alumnos y para sí mismos. En otras palabras, como instructora, debo estar dispuesta a dirigir el barco cediendo lentamente el control.

Los cursos en derechos humanos son abiertamente políticos y críticos: la acción está inspirada en teorías y, en el proceso, los estudiantes y los instructores reconocerán su propio poder y sus limitaciones para generar cambios. Pero al final, es la combinación de pasión, habilidades, riesgo, humildad y confianza la que crea la alquimia para una educación sólida en derechos humanos y nos permite hacer un buen trabajo en materia de derechos humanos dentro y fuera del salón de clases.